Opinión
Ver día anteriorMartes 23 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Erotismo y transgénero en la colección Sgarbi
E

l curador de la colección Sgarbi, exhibida en el Museo Nacional de San Carlos, comentada a partir de mi nota pasada, es Pietro di Natale, historiador boloñés experto en el siglo XVIII y conocedor de la pintura religiosa de este y otros siglos. Con todo y el erotismo y la comicidad que han sido los referentes de mis comentarios, casi no hay otros temas que no sean religiosos en esta selección que es sólo parte de la nutrida botega Sgarbi.

Otro importante conjunto de la misma fue exhibido el año pasado en España, también con curaduría de Di Natale. De modo que es posible intuir ahora que el opinionista Vittorio Sgarbi, quien tuvo la boutade de hacerse retratar en motocicleta en una galería de arte después de ocuparse de la curaduría del Pabellón Italiano en la Bienal de Venecia de 2011, decidió acertadamente afinar la catalogación de sus colecciones con la finalidad de exhibirlas dapertutto y la actitud es sintomática de la actualidad en cuanto a bienes culturales en todas partes, México desde luego no es la excepción, tal y como se nos insiste con harta frecuencia en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y, por supuesto, el Museo Nacional de San Carlos, depositario de las no muy extensas colecciones europeas con las que contamos está igualmente involucrado en ese rubro.

La autoría del otro cuadro que he elegido para comentar aquí, con la esperanza de que mis notas de algún modo sirvan para aumentar el público de esta interesante exposición, corresponde a Artemisia Gentileschi, ella sí muy conocida, casi contemporánea de Caravaggio y mujer muy célebre, entre otras razones, por haberse encontrado involucrada en el juicio de violación que entabló su padre en contra de su colega Agostino Tazzi, maestro de Artemisia.

Tazzi en realidad enamoró y sedujo a su atractiva alumna, hija de su celoso colega Orazio, uno de los más notables caravaggistas italianos, con lo que quiero decir que se entendían entre ellos y después del juicio continuaron sus amoríos.

El juicio ante los tribunales ha sido exhaustivamente estudiado, entre otros, por Roland Barthes. Se dice que el máximo reducto pictórico que dejó es la justificadamente famosa pintura de Artemisia sobre la decapitación de Holofernes por parte de Judith, una tremenda pintura tenebrista que se encuentra en el Museo de Capodimonte, en Nápoles.

De Artemisia se exhibe una Cleopatra con el áspid y vale la pena conocer lo que el propietario de la pintura, es decir, Sgarbi, anotó sobre la misma: “la figura femiline di quasi insolente pesanteza física, está elegantemente contenida en su parte inferior por un lienzo rojo. Además, es difícil concebir volúmenes tan excedentes como los del brazo y la panza (él dice textualmente pancia) de la menos regalista de las cleopatras”.

Sitio especial en la propaganda de la exposición es la pintura que Guido Dagnacci concibió como alegoría de la vida humana. La vida es una figura femenina, por supuesto desnuda, de senos cónicos, como las copas de los helados tradicionales de barquillo, ombligo bien hundido y vientre terso. Con la mano derecha la vida ofrece una rosa y la izquierda sostiene un reloj de arena, en la parte inferior de esa sección hay una calavera posada sobre un pedestal.

Lo más curioso de esta representación es que el lienzo que oculta las partes nobles de la figura femenina, apenas cubriéndolas a la altura del pubis, es copia exacta del lienzo que cubre las de un número considerable de cristos crucificados, tanto en cuanto a colocación como en el sentido de los pliegues, color, etcétera.

El lienzo es una copia exacta ahora adaptada a la mujer que simboliza la vida. El tema, advierte Pietro di Natale, informa sobre la caducidad de la vida humana, los polvos de la clepsidra ciernen cada segundo y el segundo es siempre parte presente y parte pasado.

El agraciado rostro de esta fanciulla es mucho más parecido a las representaciones leonardescas de Juan el Bautista que a la de cualquier doncella. Se proporciona alguna sesgada información al respecto: parece que la modelo per non farsi notare usaba siempre vestiduras masculinas y tal vez tenía ciertos ímpetus machistas, aunque de eso no se hace mención clara.

Además de disfrutar de estas invenciones de pintores, no muy conocidos pero sí catalogados y sí estudiados por varios expertos no necesariamente tan famosos como Longhi, el espectador de esta colección puede aprehender muchísimo sobre técnicas y modalidades de restauro, comparando por ejmplo la lisura de una Madonna de Sasoferrato con otros lienzos mucho más texturados. Este restauro aquí parece bastante uniformado por estar recubierto de una espesa y brillante capa de barniz, supongo que de perfecta fabricación para que no altere y sí proteja los colores.

Este aspecto de la muestra requeriría comentarios por parte de expertos en tales cuestiones. Ojalá haya conferencia, como ya la hubo sobre coleccionismo, a cargo por cierto de Andrés Blaisten.