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Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Una carta sobre
Menahem Begin (1948)
El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri
El pecado de la risa
Vilma Fuentes
El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas
El ojo más grande
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al Universo
Norma Ávila Jiménez
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Ricardo Yáñez
Chon
Cuando lo conocí era joyero, es decir trabajaba el oro; primero, en mi recuerdo, haciendo broqueles, luego aretes, anillos, dijes... Me gustaba visitarlo y verlo trabajar. El pulso con que acomodaba en un cuadrado, en varios, sobre un ladrillo de barro, las pequeñas medias esferas de los broqueles para soldar, el finísimo cuidado con que unía las dos mitades. Me gustaba ver el oro líquido en el crisol, la limalla en el cajoncito de madera, las nunca demasiadas, pero variadas, piedras preciosas, las medias perlas. Su trabajo era delicado y, a mi ver, perfecto. En mi barrio, llamado El Camichín, había no pocos joyeros. José Asunción González Ibarra, a no dudarlo, era el mejor. Un mal día lo encontré borracho, platicamos de quién sabe qué, seguramente de mi admiración por su labor, y de pronto empezó a tirar todo, lo que me acongojó (temía por el retroceso en su trabajo y la posible pérdida de valioso material). Me dijo: “La gente no compra trabajo, compra oro. Yo ya voy a dejar esta chingadera.” Y se fue a una secundaria a trabajar de intendente. Desde entonces, desconcertantemente para mí, siempre lo vi si no feliz, por lo menos –y suficientemente– contento. |