Opinión
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Aprender a morir

Un acto amoroso

D

alia Zamudio es escritora y correctora de estilo, licenciada en Letras Hispánicas con especialidad en el siglo XIX mexicano, tallerista en redacción y edición, con una trayectoria laboral que incluye la dirección de un Centro de Desarrollo Comunitario del DIF en el DF, docente universitaria y alfabetizadora en comunidades indígenas de Oaxaca y Chiapas. Entre otros textos ha escrito éste, que con mesura describe el satanizado, pero tranquilizador acto de la autoliberación:

“Hubiera sido mejor un mensaje escrito con la tranquilidad de la noche, dictado por un ánimo en sosiego que permitiera ver claramente la firmeza de la decisión, que permitiera igualmente sentir en la cadencia rítmica e imperturbable de la caligrafía, la paz reveladora del consentimiento. No era mucho pedir pues las evidencias del caso hacían pensar en un acto meditado largamente, fraguado en silencio con el apoyo de cómplices involuntarios que finalmente actuaron como firmes aliados.

“Era el caso de la jacaranda que en días soleados ejercía sobre ella una atracción incontrolable, el círculo casi perfecto dibujado en el suelo con flores caídas, parecía un espejo que reflejaba sus ramas y la invitaba a proyectarse. En la claridad de la noche los encantos de la jacaranda llegaron también a cautivarla, su follaje movido tenuemente por el aire pretendía abrazarla como fiel enamorado en espera de ser correspondido. Ella llegaría finalmente a entregarse en un acto amoroso.

“El libro abierto, que se encontraba en su escritorio ordenado con delicadeza, fue cerrado violentamente por la madre después de leer la cita de Séneca, subrayada días antes: Donde quiera que mires, hay un fin a tus males. ¿Ves ese precipicio abierto? Lleva a la libertad. ¿Ves esa corriente, ese río, ese pozo? Lleva a la libertad. ¿Ves ese árbol seco raquítico y miserable? De cada rama cuelga la libertad. Tu cuello, tu garganta, tu corazón, son otros tantos caminos para huir de la esclavitud… ¿Buscas el sendero de la libertad? Lo hallarás en cada vena de tu cuerpo. Flores dominicales a dos metros arriba te quieren pasar besos y no te pasa nada. (Jaime Sabines)

Una lágrima recorrió la mejilla de la mujer que parada veía hacia abajo, la sintió cruzar palmo a palmo el largo de su cuerpo; la vio tocar el pasto húmedo y penetrar en la tierra, la presintió chocando, dos metros abajo, contra el frío concreto puesto encima del ataúd que guarda los restos.