l comportamiento de la economía no puede provocar sorpresa alguna. Lo sorpresivo sería que fuese distinto. Las políticas públicas han provocado un apocamiento del consumo y de la inversión, que disminuye el gasto agregado por la vía de un menor ingreso y de bajas expectativas de rendimiento en los negocios de tamaño pequeño a grande. El producto no se puede reponer de modo significativo, tampoco el empleo y los ingresos familiares.
Esperar que a partir del aumento del crédito se provoque un aumento de la actividad productiva es muy poco útil y operativo. La fuerza es a la inversa, darán más crédito cuando aumente la demanda total. Ese es el ciclo del crédito, el que lleva a una expansión y luego tiende a crear excesos especulativos.
Los datos más recientes muestran que no se está gestando aún una recuperación robusta, como gustan de calificarla los expertos. Incluso siguen reduciéndose las expectativas de una recuperación sostenida. El apocamiento de la actividad económica y de sus repercusiones en la población es la norma.
Las previsiones del crecimiento se ajustan a la baja de modo constante desde hace seis meses. La encuesta que hace el Banco de México entre 38 grupos de analistas y consultores del país y de fuera, indica que en febrero la proyección del crecimiento del producto era de 3.40 por ciento y en julio fue de 2.56 por ciento. Este pronóstico está ya por debajo de la revisión que hizo Hacienda en mayo pasado a 2.7 por ciento de 3.9 original. El FMI recortó su pronóstico a 2.4 por ciento.
Los indicadores representativos del desempeño del gasto como el de la producción de manufacturas que genera el Imef cayó en julio, y el de ventas totales de la Antad bajó también y en términos nominales (sin contar el efecto de la inflación) tanto en lo que llaman tiendas iguales –que son las que operan hace más de un año–, como en el conjunto de las tiendas. En el caso de la construcción el Inegi reporta caídas en el valor y el empleo entre enero y mayo (4.9 y 3.5 por ciento, respectivamente).
Estas reducciones en los indicadores específicos y en la previsiones agregadas significan muchos millones de pesos en producción y muchas plazas de trabajo perdidas. La encuesta del banco central indica una estimación promedio de apenas 593 empleos registrados en el IMSS. Esto indica que las medidas para combatir la informalidad productiva y laboral quedarán muy por debajo de lo esperado con las reformas financiera y fiscal. La precariedad laboral es también la norma.
Hay cierta esterilidad en este juego del análisis económico que se impone como modo de aprehender lo que sucede. Hay que cambiar las reglas. Pero la resistencia es enorme, pues de esto se ha hecho un modus vivendi y una forma de defensa de las responsabilidades privadas y públicas. Si se hiciera un examen post mortem de los previsiones que se ofrecen acerca del crecimiento y el empleo, se pondría en evidencia el carácter desafinado de esta actividad. Y seguirá siendo así mientras no se imponga otra forma de comprender el funcionamiento de la economía y los muy diversos factores políticos, técnicos y de comportamiento individual y colectivo que inciden sobre él.
Al respecto, vale la pena considerar las apreciaciones sobre la incertidumbre inherente de la modelación económica que ha hecho recientemente Lars Peter Hansen (Nobel de Economía 2013): “Los modelos son siempre erróneos en algún sentido, son simplificaciones o abstracciones… deberíamos usar una noción más general de la incertidumbre sistémica cuando se formulan políticas para estimular a la economía”. Pues sí, en esta materia el comportamiento pasado no es un indicador confiable de la expectativas que se suponen en la conducta de los agentes sociales y sus repercusiones, incluido por supuesto el propio gobierno y no sólo los consumidores y los inversionistas. El horizonte de estas prácticas es muy estrecho.
Un caso en cuestión es el de la enorme dependencia de esta economía con respecto a la de Estados Unidos, las reacciones a las más recientes decisiones de la Reserva Federal sobre la gestión de la liquidez y su efecto en las tasas de interés y la cantidad del crédito, indican que las reacciones en los mercados no son necesariamente las esperadas. Puede haber signos de recuperación que, por ejemplo, mantengan deprimida la demanda de trabajo, es decir, que siga alta la tasa de desempleo. Esto también ocurre hoy en Europa.
Así, se insiste en que debe estimularse decisivamente el mercado interno. Pero del dicho al hecho no se consolidan las medidas que lo provoquen. Eso no está en el diseño de la política económica y cada mes se advierte la disociación que hay entre los objetivos y los medios que se imponen para conseguirlos.
El caso de la reformas económicas es una muestra. La manera de proponerlas, legislar al respecto y ejecutarlas parecen suponer que habrá una reacción prácticamente automática que llevará en algún momento a un crecimiento sobresaliente de la economía y del bienestar. En medio puede haber más fragilidad social. No hay, en quienes ejecutan las reformas, apenas un atisbo de sospecha y ahí está una de sus grandes debilidades en términos económicos y políticos. Mientras, los ciudadanos estamos como pánfilos viendo el quehacer desorbitado de los operadores y los que antes se sumaron al empeño reformador y hoy se le oponen.