ace 15 días escribí: “El ‘antisionismo’ no es otra cosa que un mal disfraz del agresivo prejuicio racial que ha ido creciendo en México, hasta adquirir tintes de odio que se expresan cada vez más abiertamente en las redes sociales y la vida pública”. Casi todas las respuestas que recibí confirman mi apreciación, sobre todo aquellas que, con profusión de adjetivos, demuestran la virulencia de la judeofobia y la xenofobia. También confirmé esa apreciación en la lectura de argumentos idénticos a los de esa izquierda antisionista
(y similares fundamentos, desde Los protocolos de los sabios de Sión hasta Salvador Borrego) en los foros y páginas nazis y ultramontanas de los que me ocuparé en su momento.
Sin embargo, otras respuestas me obligan a matizar y explicar, a corregir y reconsiderar. Respuestas que muestran a La Jornada como un espacio de debate y como detonante del pensamiento crítico. Al escribirlo en estas páginas, pude iniciar el diálogo sobre el sionismo y el antisemitismo en México que pretendí iniciar hace muchos meses sin ningún resultado positivo. Intenté entonces llamar la atención sobre las expresiones de racismo y xenofobia, cada vez más frecuentes, y no sólo en la ultraderecha, a quien son consustanciales, sino también en amplios sectores de la sociedad y en cierta izquierda nacionalista
que expresa de manera cada vez más estridente esas posiciones.
Al retomar el tema, pero sobre todo al traerlo a La Jornada, encontré las puertas del debate, lo que también me obliga a explicar mi posición. No me considero antisionista de la misma manera que no soy antiyanqui: combato, en la medida de mis posibilidades, la actuación de las corporaciones multinacionales en México y la política exterior de Estados Unidos, orientada a fortalecerlas y respaldarlas, pero el término antiyanqui tiene connotaciones xenófobas e incluso racistas que rechazo de manera tajante. Por eso mismo no me considero antisionista. También, porque mis lecturas de Robert Fisk, Norman Finkelstein y otros autores me muestran la existencia de sionistas antimperialistas: ciudadanos de Israel, de religión judía, que se definen sionistas y combaten (con el enorme valor que eso requiere) la agresión imperialista de Israel a sus vecinos y las prácticas (auténticamente neonazis) de colonos israelíes radicales en Cisjordania y la franja de Gaza.
No me defino antisionista, porque el sionismo tiene múltiples expresiones. En su origen no implicaba otra cosa que la defensa del derecho de los judíos
a tener un Estado, preferentemente en Palestina y preferentemente sin palestinos. Como todos los nacionalismos europeos surgidos como reacción ideológica contra la revolución francesa, se construyó sobre potentes argumentos románticos y racistas (pretendidamente científicos), antidemocráticos y antiliberales (ahí hay una raíz que comparten ese sionismo y el nacionalsocialismo). Sin embargo, como todos los nacionalismos europeos, evolucionó y se diversificó.
La imposibilidad de debatir sobre el antisemitismo en México, la descalificación y la calumnia de que hablé arriba, me arrastraron a posiciones muy discutibles, que estas dos semanas me señalaron numerosos compañeros. Me hicieron saber que se consideran antisionistas porque definen al sionismo –con fundamento– como la justificación ideológica de la agresión imperialista del Estado de Israel y la limpieza étnica que se practica en Gaza y Cisjordania. Compañeros que rechazan honestamente (y no mediante malabarismos verbales) la identificación de sionismo con una raza, una nación o una religión. Igualmente, me mostraron que hay muchos ciudadanos de Israel, judíos o de origen judío, que definen al sionismo de la misma manera y, por tanto, se definen a sí mismos como antisionistas (un ejemplo).
No debería atender otros comentarios francamente risibles, como aquellos que legitiman la judeofobia citando partes del Talmud, de la misma manera que quienes identifican musulmán con terrorista, citan partes de la sharia y asumen que todos los musulmanes la siguen a pie juntillas. En fin, como si todos los cristianos leyeran así la Biblia. Por supuesto que los mitos fundadores de las naciones primitivas resultan inaceptables a los ojos del siglo XXI de la misma manera que los nacionalismos europeos del siglo XIX eran racistas, excluyentes y, muchas veces, genocidas. Y que muchos herederos de esos nacionalismos lo siguen siendo.
Pero el tema de mi artículo no era el imperialismo israelí, sino el racismo en México y en particular el antisemitismo, que comparten nazis, católicos ultramontanos y (agrego el adjetivo que corrige mi anterior artículo y que va a manera de disculpa) algunos antisionistas
que se autodefinen de izquierda
.
Pd: El subcomandante Marcos, ausente o presente, como vocero y símbolo, fue un referente imprescindible de dignidad y coherencia durante los últimos 245 meses. Lo extrañaremos.
Twitter: @salme_villista