ste año la selección de cine mexicano en el festival de Guadalajara resultó, hasta donde pude ver, bastante más satisfactoria que en ediciones pasadas. (Al menos no nos endilgaron algo como Mariachi gringo, que hasta resultó premiada como mejor película por un jurado malicioso en 2012.)
Uno de los títulos más anticipados fue, desde luego, Cantinflas, el ambicioso segundo largometraje de Sebastián del Amo. Exhibida en una de las galas del festival, la biopic resume con habilidad el establecimiento del mito del popular cómico, desde sus humildes inicios, por supuesto, alternando la narrativa con los esfuerzos del productor y director Mike Todd (Michael Imperioli) por contratarlo para su superproducción La vuelta al mundo en 80 días. Fotografiada en tonos pastel deslavados, efecto creador de un logrado tono de fantasía nostálgica, la película se sostiene en la sorprendente interpretación del español Óscar Jaenada, muy lejos de la mera imitación, secundado por un reparto que resulta ser un virtual Quién es Quién en la actuación del cine mexicano actual.
Mucho más modestas en producción fueron las otras cintas meritorias que se vieron en la 29 edición del festival. Las horas contigo, debut de Catalina Aguilar Mastretta, es un emotivo relato sobre la agonía de una abuela matriarca, mientras es atendida por su nieta, su hija y una enfermera. Aunque carente de una tensión dramática que le brinde urgencia a la situación, la película está bien narrada –como podría esperarse de la hija de un par de escritores– y sobre todo estupendamente actuada por Cassandra Ciangherotti, María Rojo e Isela Vega, cuya interacción es del todo convincente. No será un blockbuster de taquilla, pero, a juzgar por la reacción del público en el festival, puede tener éxito gracias a su sinceridad sentimental.
Una película aún más modesta en medios fue Los bañistas, opera prima de Max Zunino, sobre el encuentro entre una joven cabroncita de aspiraciones artísticas (Sofía Espinosa, también coguionista) y un anciano solitario (Juan Carlos Colombo), recién desempleado, en el contexto de la escasez económica y una huelga estudiantil que parece sumir a todos los personajes en una lucha cotidiana por las necesidades más inmediatas (el baño es una de ellas y de ahí el título). La relación entre los protagonistas es ambigua y no se establece ni siquiera una idea de deseo. Sin embargo, la película funciona como un parco retrato humorístico de los tiempos inciertos que corren.
Finalmente, La tirisia continúa la apuesta estética que el director Jorge Pérez Solano había manifestado en su anterior Espiral (2008). El paisaje desértico en que se sitúa la historia le da muchas oportunidades al realizador de ejercer su estudiado esteticismo que, al inicio, retarda demasiado la caracterización de los personajes y sus respectivos conflictos. El eje dramático lo da una desesperanzada mujer (Adriana Paz) que, ante la ausencia del marido, ha sostenido una tirante relación con su apático amante (Gustavo Sánchez Parra), con quien se ve obligada a dejar al hijo que ha resultado de su amasiato cuando el marido vuelve a casa. Un ritmo narrativo menos pausado y contemplativo, le podría dar al relato la intensidad que demuestra en su parte final.
Habiendo asistido sólo a la primera mitad del festival tapatío, me he perdido de varios otros títulos –ficciones y documentales– que conformaban la competencia por el premio Mezcal. Pero lo visto y reseñado da cuenta de las diferentes inquietudes de un cine nacional que sí parece estar pasando por un buen momento.
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