n el trasfondo de las movilizaciones sociales que han surgido en muchas regiones del mundo desde 2011 hay dos elementos en común: la insatisfacción con los regímenes políticos –sean éstos dictatoriales, democracias jóvenes o maduras–, y la insatisfacción con las condiciones de vida y las perspectivas futuras, particularmente entre los jóvenes. Las narrativas giran en torno al tránsito y consolidación de la democracia y el combate a la desigualdad. Seguramente nadie olvida el lema del movimiento Ocupa Wall Street –somos el 99 por ciento– o de los Indignados de España –nosotros no somos anti-sistema, ustedes son anti-nosotros.
Conforme los datos duros revelan el escandaloso nivel de la desigualdad en países pobres, emergentes o desarrollados, el tema ha pasado de las calles al discurso político –apenas hace unas semanas Obama expresó lo inaceptable de esa situación en Estados Unidos– y a la academia.
Ya Pierre Rosanvallon presentó un importante texto –La sociedad de los iguales (2012, RBA)– que recorre la trayectoria del concepto de igualdad, sus patologías y su desembocadura en lo que llama el siglo de la redistribución
. Las dos últimas partes de este libro son particularmente importantes. En una analiza lo que claramente es un retroceso respecto de las políticas redistributivas y el estado benefactor del siglo XX. Se pregunta si estaremos regresando al siglo XIX, pero su respuesta es ciertamente más elaborada y sofisticada escrudiñando en las propias entrañas del estado del bienestar las semillas que terminarían llevando a muchas sociedades desarrolladas o no al estadio escandaloso de la desigualdad realmente existente. En su última parte presenta un esbozo de un programa político sobre la igualdad para el siglo XXI.
Recientemente se ha presentado otro libro por el economista Thomas Piketty –El Capital en el siglo XXI, 2014, Belknap-Harvard University Press–, que sin duda y a juzgar por los comentarios (Ver Cassidy, New Yorker, 31/3/14), será una obra capital en el análisis contemporáneo de la desigualdad, sobre todo en países desarrollados.
Piketty, egresado de la Ecole Normale Supérieure, profesor a los 22 años en MIT en Estados Unidos y fundador después de la Escuela de Economía de París (French School of Economics), donde se encuentra adscrito. Junto con Emmanuel Saez, otro economista francés adscrito a Berkeley y el economista inglés Anthony Atkinson construyeron una base de datos sobre altos ingresos en 22 países del mundo (World High Income Database) (http://topincomes.g-mond.parisschoolofeconomics.eu).
El libro de Piketty en cierto sentido es una continuación y a la vez una refutación a los trabajos del economista Simon Kuznets. Su planteamiento –la famosa curva– supone que la desigualdad crece en los inicios de los procesos de industrialización, pero luego decrece de manera consistente conforme los ingresos convergen y el nivel de vida crece para todos. Para Piketty eso es cierto, pero no como una tendencia estructural, sino como resultado de un conjunto de eventos que se produjeron a partir de las dos guerras mundiales y de diversas luchas políticas domésticas –las reformas fiscales, la socialdemocracia europea, el Nuevo Trato de Roosvelt, etcétera. Se trató en consecuencia de una anomalía
.
La tesis central de Piketty es relativamente clara, focalizada en las tendencias de la tasa de retorno a los activos –capital físico, capital intangible como patentes y capital financiero con acciones– y la tasa de crecimiento de la economía. Cuando ésta última es menor que la primera la desigualdad crece y crece mucho. Aquí entra quizás el elemento más interesante del planteamiento de Piketty que tiene que ver con los factores políticos que hacen que esa desigualdad crezca más y particularmente crezca en el estrato de los altos ejecutivos de las grandes empresas. Coaliciones políticas y diseño de políticas son elementos a discutir.
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