o quiero sonar alarmista, pero ¿acaso Abdel Fatá Sisi y sus generales en Egipto planean colgar a Mohamed Mursi y sus compañeros de la Hermandad Musulmana? Imposible, dirán ustedes. Nasser sólo se volvió sobre la Ikhwan con ferocidad digna de Saddam cuando uno de los hermanos –un plumero de nombre Majmud Abdul Latif– trató de asesinarlo en Alejandría, en 1954. Los gendarmes de Nasser concluyeron entonces que la Hermandad conspiraba para derrocar al régimen, exactamente lo mismo de lo que los camaradas de Mursi son acusados ahora. En Medio Oriente, una vez que se pone a una organización la etiqueta de terrorista
, la sombra de la horca pende sobre sus miembros.
Ahora que el alzamiento estilo Al Qaeda en Sinaí y los coches bombas en El Cairo han sido artificialmente integrados en una conspiración
de la Hermandad –como sabíamos que ocurriría–, tan terrible como la que identificó Nasser, Sisi y sus comparsas pueden valerse de cualesquier medios que deseen para liquidar un movimiento con 85 años de existencia. Fracasarán, desde luego, entre otras razones porque, como se dieron cuenta Nasser y Anuar Sadat, y luego Hosni Mubarak, la Hermandad es políticamente corrupta y cortejará a cualquier régimen militar con tal de volver a la legalidad. Mursi en persona negoció con Mubarak cuando los esbirros de éste diezmaban manifestantes en la plaza Tahrir. Sisi fue nombrado ministro de la Defensa por Mursi.
No, los que pagarán el pato son los pequeños. Individuos como Bassen Mohsen, quien protestó en Tahrir contra Mubarak –tres de sus entonces camaradas en la plaza han sido sentenciados a tres años de prisión por manifestarse contra las nuevas leyes antiprotestas de Sisi– y quien entonces, durante las violentas manifestaciones posteriores frente al Ministerio del Interior, recibió un tiro de un policía que le atravesó el ojo. Aún no está claro si fue víctima del famoso Francotirador de Ojos de la policía de seguridad interior, un tal teniente Mohamed Sobhi Shenawy, quien gozaba cegando a sus enemigos inermes con perdigones de escopeta antes de ser arrestado y enviado a prisión por exactemente tres años. Sus miniatrocidades, por tanto, fueron equiparadas por el gobierno a la bravura de los tres camaradas de Bassen Mohsen, quienes recibieron tres años cada uno por su oposición pacífica a las leyes antidemocráticas de Sisi.
Mohsen fue el que pagó más caro. Hace dos semanas recibió disparos en cabeza y tórax durante otra manifestación contra el gobierno en su ciudad nativa de Suez. ¿Víctima de policías de gatillo veloz, o de manifestantes armados? Nadie lo sabrá, por supuesto. Bassem Mohsen había luchado contra Mubarak, luego contra el régimen militar que lo sucedió, después de nuevo contra los esbirros de la Hermandad del presidente Mursi, electo democráticamente, y por fin contra el nuevo régimen no electo, encabezado por militares, marchando hombro con hombro con sus antiguos enemigos de la Hermandad. No pudo digerir la matanza de mil hombres y mujeres cuando Sisi aplastó los plantones de los hermanos, en agosto pasado. En particular lo indignaba el proyecto de la nueva constitución de permitir que el ejército juzgara a civiles en tribunales militares (viejo truco de Mubarak, por cierto).
En lo futuro, pues, todo simpatizante de la Hermandad será un terrorista
digno de muerte –como volvieron a demostrar los asesinatos de cinco civiles este fin de semana–, y por tanto, de un juicio militar y una posible sentencia a la pena capital. Así se deshacía Mubarak de sus más intransigentes enemigos islámicos. Nasser no dudó en llamar al verdugo para decapitar a la Hermandad. Y a Sisi, cuyo propio tío era miembro de ésta hace más de medio siglo, ¿para qué le sirve Mursi?
¿Y qué hay de las clases medias liberales y de los jóvenes que –junto con los trabajadores, los islamitas, los pobres, los ancianos y los intelectuales– demandaron el derrocamiento de Mubarak? Demasiados de ellos se alinearon después de pedir al ejército deshacerse del presidente que ellos mismos eligieron. Demasiados –periodistas, ay, entre ellos– aplaudieron a Sisi por echar del poder a la Hermandad; por salvar
a Egipto de la tiranía
de los hermanos; por aplastar un golpe
islamita ejecutado por un presidente electo democráticamente; por asesinar, digámoslo sin ambages, a tantos inocentes.
Ahora también esos escritores y artistas lo piensan de nuevo. Grupos pro derechos humanos son acosados, sus miembros llevados a la cárcel. Es una repetición de la humillante historia reciente del país. ¿Acaso Egipto deberá volver a la infancia, a las eras de Nasser, Sadat y Mubarak? ¿Habrá que deshacerse de Mursi? Una cosa es descubrir que el rostro congelado de Sisi aparece en chocolates, y otra muy diferente comérselos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya