ucho, poco, suficiente? Ha pasado un año y sí, ya es sensato intentar una interpretación del talante de Enrique Peña en su encargo de gobernar, visto como exteriorización de su personalidad. Una forma atrevida por sumaria sería concluir que su modo personal de gobernar es un neopriísmo muy, muy toluqueño y autoritario a morir.
1. El primer soporte de esta tesis es un clarísimo provincianismo y el toluqueño tiene fama de ser acrisolado e incorregible. Enrique Peña ha dado vastas muestras de ello. Algunas que rozan su limitada concepción del mundo, ninguna carga ideológica, simple pragmatismo, gran simpleza de ideas (su afán por los notarios) y su devoción por el personalismo espectacular y autoritario.
2. El segundo soporte es que ratificó sus convicciones de que la imagen lo hace todo y que él siempre acierta. Esta fijeza se advertía como inevitable, pero se sostenía alguna esperanza de que algo sólido sustituyera a su toluqueño pasado.
Su Plan Nacional de Desarrollo es ambicioso y técnicamente rebuscado. Plasma, sí, la visión de Enrique Peña. Su Camelot grandioso, declamatorio, que bien interpretó Videgaray. Pronto realidades económicas desestimadas dejaron sin vigencia el plan original. Se obligó a un enorme endeudamiento y a crecer uno por ciento.
Las cosas han cambiado dramáticamente desde que él escribió México, la gran esperanza (2011), donde promete un Estado eficaz
. Presiones universales (la economía), agudización de problemas internos (el crimen y Michoacán), nuevos embrollos (la CNTE), imponderables (huracanes) y más, han tenido efectos decisivos.
Son injustificables los serios déficits de cálculo político y la cero estimación de consecuencias. El triunfalismo pudo más que la prudencia. Se desestimó, porque así se quiso, el terrible peso inmovilizador de la corrupción, la impunidad, la ineficacia y el favoritismo hoy tan presentes.
En el mencionado libro aparece un capítulo que fue alentador en ese entonces: ¿Por qué tenemos un Estado ineficaz?
Peña lo atribuía a que ha habido una transición incompleta y a nuestra incapacidad de realizar reformas. Hoy ajustaría esa opinión. No le preocupan ciertas lacras ancestrales o no le parece que es el momento para la honestidad, sólo codicia ser hiperpresidente.
Su ratificación conductual ha sido y es: conservadurismo, tolerancia/complicidad, cooptación, simulación y exculpación. Además de otros patrones que serían ya asuntos de sus impulsos, como la grandilocuencia y su apego a la grandiosidad. Las cinco réplicas indignan y desalientan:
1. Conservadurismo. Que confesó abiertamente a López Dóriga en un programa de tv y que, siendo él cabeza de una corriente ideológica supuestamente revolucionaria, resulta una declaración preocupante.
2. Tolerancia. A la corrupción de Montiel, la de los ex gobernadores de Puebla, Oaxaca, Jalisco, Morelos, San Luis, el actual de Veracruz y más. La impunidad ha sido un gran estimulante de la corrupción. No necesita una comisión; le bastarían ganas, un Ministerio Público y el Código Penal.
3. Cooptación de sus presuntos peones o disconformes, aunque sean irrelevantes y desacreditados, sin lealtad ni más proyecto que el propio. Un simple dinosaurio priísta está a cargo de representar al país y proteger a nuestros nacionales en la tercera ciudad más importante de EU, mercado universal de futuros agrícolas, centro financiero, cultural y político. Quiere gobernar San Luis. Las delegaciones federales son una incrustación de acomodaticios que sólo esperan la otra.
4. Simulación de que las cosas van bien. No se asoma a la ventana de la pobreza y violencia endémica que vivimos. Él se beneficia así, con gran locuacidad simula que todo se hace y bien. No sería lo peor hacer las cosas pobremente, sino simular que son una maravilla.
5. Exculpa y premia sin valoración a favoritos, nuevos amigos, a antiguos jefes, a recomendados, a paisanos que fueron útiles. Amigo de sus amigos, si no acepta sus propios desatinos, tampoco los de los amigos.
A un año, ésta es quizá la parte esencial del estilo original de presidir de Enrique Peña. Su estilo se enuncia con brevedad, pero le pesará mucho mañana, cuando se quede solo y, lo peor, hoy es ya muy costoso para el país; mañana será casi tragedia.
Él y muchos que creyeron en él pensaron que gobernaría con una visión de altura, una visión cósmica. No hubo tal; el estilo se expresó con pobreza con la fórmula ya comentada: un priísmo conservador, sin ilustración y caduco, y un provincianismo que le es ya un ancla. Quiso ser un presidente astral, no lo fue.
Si surge una emergencia, ¡¡despiértenme!! No importa si estoy en junta con el gabinete.
Ronald Reagan