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Felipe Garrido
Poca cosa
–Si a ti de veras te parece que está bien –dijo Ruth sin alzar la vista, ensimismada en la carta, con la frente arrugada, apretando los dientes–, tómatela tú. Está pasado, ¿no te das cuenta? Que abran otra. Yo no voy a tragarme eso.
Alzó la carta para que yo no la viera y sin hacer una pausa se enfrentó al mesero:
–¿Qué no oíste? Lo mejor que tengas, no esa porquería.
Yo hubiera querido hacer... decir algo que la calmara.
–¿Vas a querer los mejillones? –pregunté, y bien sabía lo mucho que le gustaban.
–Son poca cosa –contestó–. Quiero algo más...
–¿Abulón?
Ruth chasqueó la lengua.
–Déjame en paz. Te digo que quiero algo que sea más...
Seguí con los ojos la columna de la derecha. También ella estaba concentrada allí.
–Yo creo que –dijo con voz de hielo, viéndome de frente–, tal vez cangrejo.
–¿Cangrejo? Nunca lo has querido probar. ¿Si no te gusta?
–Me vale madres. No quiero que me guste. Quiero que sea caro. Lo más caro que haya. Lo más que se pueda. |