Opinión
Ver día anteriorMiércoles 4 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Priístas cumplidores
D

espués de aprobar varias reformas legislativas bajo la férula del Pacto por México, un distintivo queda asentado con toda claridad: la élite priísta cumple, a cabalidad y de manera férrea, sus compromisos. Tanto los empresarios de alto voltaje como el factor externo pueden dormitar tranquilos por sus masivos intereses. La presente administración de Peña Nieto honrará sus acuerdos pase lo que suceda. La palabra empeñada durante la campaña para ganarse apoyos cruciales será llevada hasta sus últimas consecuencias. Los negocios entrevistos, por su parte, completan el tinglado que fortifica las decisiones en marcha. Dos reformas dan la muestra de esta determinación. La primera pasó, sin contratiempo alguno y con el clausulado intacto, las modificaciones laborales que tanto han exigido los empresarios a escala mundial y México no fue, ni tal vez pudo serlo, la excepción. La otra será la más peliaguda y para la que ya cuentan, aseguran constante y categóricamente, con los votos de las bancadas del PRI y del PAN: la famosa energética.

Ambas reformas están diseñadas para concretar a cabalidad tanto el propósito de agilizar despidos y bajar salarios como la entrega, sin contemplaciones o pudores, de la industria petrolera y eléctrica a las trasnacionales y al gran capital interno y foráneo. Poco importa que, con la laboral, se pauperice a los trabajadores y debilite su poder de compra. Tal circunstancia, sin embargo, será un factor sustantivo que continuará limitando el crecimiento económico. Tampoco habrán de detenerse los entreguistas ante los llamados al patriotismo o a la independencia (rasgos que, por lo demás, consideran míticos o simplemente retrógrados). Así, la enorme palanca para sustentar el desarrollo que podría ser Pemex y CFE, tal como fueron durante algunos periodos del pasado, serán desmanteladas sin pruritos adicionales. La modernidad como espejismo al alcance de la mano vuelve a levantarse como justificante legitimador de los cambios en proceso.

Una realidad se va imponiendo con claridad meridiana a lo largo del proceso llamado reformador. Los traficantes de influencias internos pesan de manera determinante en las decisiones cupulares del actual gobierno. Pueden incluso fundirse en un sólido bloque de intereses mancomunados. Las comparecencias en el Senado (organizadas por el improvisado merolico para cada ocasión, un tal David Penchyna, de recordable papel como canario del poder en turno) convocadas para sacar raja de la subasta petrolera prometida. Pocos, muy pocos son los funcionarios de alto nivel que han pasado por Pemex o CFE que resistan la tentación de convertirse en agentes, socios menores o representantes de las empresas trasnacionales. Otros, de segunda jerarquía, rápidamente encuentran la forma de agenciarse negocios al amparo de los contactos (o de la información relevante) adquiridos durante su estancia (corta o prolongada) en esas empresas estatales. Lo cierto es que, junto a una nube de asesores especializados en trafiques de grueso calibre y demás tecnócratas de las finanzas que pululan en la administración pública, se da forma al irresistible lobby que habrá de garantizar la seguridad energética para la América del Norte (Estados Unidos).

Una veloz e irracional extracción de crudo seguirá, según lo planeado, a las modificaciones constitucionales. El gran capital permeará todos y cada uno de los recovecos de la industria. Logística, mercadeo, refinación, petroquímicos y venta al menudeo pasarán a las avarientas manos de extraños personajes y corporaciones. El saqueo será inmisericorde. Las inversiones así lo solicitan y exigen. A continuada secuencia se dejará al país sin las reservas indispensables para su propia seguridad interna. Tales fenómenos, fácilmente previsibles desde ahora, se concretarán una vez que los responsables hayan cumplido con sus consignas y negocios. Nadie será llevado ante los tribunales por el atropello contra la nación, urdido con paciencia y premeditación como para merecer severo castigo y descrédito solemne.

La administración actual de los priístas no saldrá impune de las trampas que ha creado. Sabe perfectamente que actúa a contracorriente de la opinión mayoritaria de los mexicanos. El descrédito aumentará proporcionalmente a su ilegitimidad. De allí que cerque el Congreso con acero templado y resistente a los opositores. El fracaso, también predecible, de las ventajas y enormes beneficios alegados que traerán las reformas emprendidas, no tardará en presentarse. El boom que se supone ocurrirá como consecuencia de las inversiones masivas al abrirse la industria energética no alcanzarán, de manera alguna, para mover a México. La semana que viene será recordada como trágica para la nación.