Opinión
Ver día anteriorJueves 21 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Estrellas
D

entro del programa de residencias artísticas, el Teatro La Capilla, a cuya cabeza se encuentra Boris Schoemann, acoge al grupo Tapioca In de Hugo Arrevillaga Serrano que estrenó Estrellas, la obra de Anja Hilling en traducción de Birta Poderoen. Los textos de la dramaturga alemana son bien conocidos entre nosotros, por sus muchas escenificaciones, sobre todo las hechas por Arrevillaga, siendo el que más repercusión tuvo Mi joven corazón idiota por tener mayores recursos y a dos actrices muy reconocidas ya entonces. En el caso de Estrellas las representaciones se limitan a algunos sábados a pesar de los variados apoyos obtenidos, entre los que destacan los de Conaculta y el Instituto Goethe y a pesar de que dos integrantes de la escenificación,el propio Arrevillaga y la escenógrafa Atenea Chávez son miembros del Sistema Nacional de Creadores.

La obra es narrada por la difunta Susana que cayó de un árbol de manzanas y se abrió la cabeza. El teatro narrado se alterna con diálogos que hablan de cómo cuatro jóvenes amigos, dos hombres y dos mujeres, tras ingerir pastillas de LSD –las llamadas estrellas– salieron a contemplar a las estrellas de verdad cuando surgió el accidente, tras el cual los otros tres –Jana, Antón y Kille– tratan de seguir con sus vidas. La narradora Susana los va ubicando según la idea de diferentes capítulos en distintos escenarios, sobre todo los departamentos de los sobrevivientes que tienen relaciones muy complejas, de acercamientos y rechazos entre ellos y guardan duelo por el fallecimiento de su amiga. Hubiera resultado mucho mejor si en el programa de mano se diera el reparto en lugar de la poco propicia canción que poco o nada tiene que ver con texto y escenificación. De esa manera los espectadores entenderían mejor que la narradora está muerta en gran parte de la obra, la que tiene saltos temporales y espaciales que la enriquecen sin entorpecer la comprensión del público, aunque requieran de su atención. El teatro narrado, que con malicia alguien calificó de narraturgia, no requiere de muchos elementos escenográficos y de utilería, ya que las diferentes escenografías son descritas por el narrador o la narradora.

De tal suerte que se pueden escenificar en espacios vacíos ante ciclorama o cámara negra sin ningún o con un elemento, como en este caso en que la escenógrafa diseñó un pequeño módulo de madera del que sobresalen algunos palos como representación simbólica del árbol de manzanas, en el que se ve a Susana trepando al principio. En las escenas siguientes se conserva el módulo como testimonio y recordatorio de la amiga que ya no está con ellos, aunque en algún momento sea movido por alguno de los actores. Basta con la descripción dada por la narradora para identificar los diferentes escenarios y mostrar los tiempos en que las acciones dramática y escénica se dan, así como con la iluminación de Roberto Paredes y la musicalización de Ariel Cavalieri y del propio director.

Esta vez Arrevillaga Serrano se ciñe poco a un trazo más limpio y efectivo. Por lo que parece un temor a la pausa y al vacío imprime a sus actrices y actores un ritmo que por momentos los lleva a algunos movimientos inútiles en que cruzan la escena de un lado al otro y de regreso, así como a tomar posturas (aunque cuando se congelan se entiende que quedaron fuera de escena) algo extrañas. Las dos jóvenes actrices (Pamela Almanzo y Abril Pineda) y los igualmente jóvenes actores (Edgar Valadez y José Juan Sánchez) con vestuario de Lissete Barrios, muestran inteligente comprensión de sus papeles –lo que sin duda es trabajo conjunto con su director– y logran algunos matices, aunque en algunos momentos recurran al grito para acentuar emociones.

A pesar de lo, en realidad poco, malo que se pueda decir de Hugo Arrevillaga, hay que dejar constancia de que es un teatrista cuya inquietud lo ha llevado a escenificar, y por tanto dar a conocer en México, a dramaturgos de diferentes idiomas y países, lo que incluye variados géneros –ha escenificado incluso algo de teatro para niños– lo que por sí mismo, además de sus innegables cualidades, ameritan con creces su inclusión en el Sistema Nacional de Creadores.