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Ver día anteriorJueves 21 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Raúl. Punto y seguido
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aúl Álvarez Garín es, como se ha recordado con emoción y afecto, uno de de los líderes indiscutibles de nuestra generación y un mexicano a la altura de los tiempos. Y no se me refiero sólo a los días luminosos del 68, a la resistencia en la cárcel o el exilio, sino al último medio siglo, es decir, a una militancia continua, congruente, que se nutre de la historia sin vivir en la nostalgia, siempre alimentada por la esperanza del futuro.

Mucho podría decirse de Raúl, de su carácter y temperamento, de la templanza de sus reacciones en momentos difíciles (narradas por Elena Poniatowska con calidez y eficacia en páginas memorables), pero entre todas esas imágenes destaca un rasgo de identidad común que se refiere a la preo­cupación por el otro, concebida como una visión de la vida que valora el esfuerzo colectivo, la solidaridad, como punto de partida hacia una sociedad más justa. Por su formación, Raúl es un revolucionario, un socialista, alejado de las abstracciones monotemáticas, doctrinarias, que niegan las lecciones de los hechos, la verdad concretita. Por eso busca en la realidad el sentido y las armas de lucha, asumiendo la acción como un dilema moral al que no le son ajenas las emociones y los sentimientos, aunque su liderazgo, en definitiva, esté unido a la inteligencia política, a la capacidad de ver entre las ramas la plenitud del bosque. La verdad del 68 adquiere así una dimensión ética insolayable, capaz de mantener en pie la dignidad, esa ventaja insuperable frente al gobierno, sin dejar de ser la opción política estratégica que permitirá cuestionar al régimen político: la generación del 68 sabe que no habrá estado de derecho (sin que se les caiga la cara de vergüenza a los jueces) mientras permanezcan sin castigo los responsable del crimen. Después de 45 años agradecemos a Raúl y sus compañeros la fidelidad a esa causa, el estado de ánimo para no bajar la guardia por la democratización de México ante el abuso de la fuerza y el imperio de la impunidad, dos de las peores pesadillas de nuestra época.

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En pleno movimiento, Paul Leduc y yo fuimos a ver a Raúl en el búnker que el Comité de Lucha tenía en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Nos conocíamos desde los días en que junto con Carlos Pereyra y otros camaradas universitarios andábamos buscando en clave leninista los puntos óptimos de penetración en la clase obrera. Queríamos conocer su opinión. Nos contestó con franqueza y optimismo, consciente del momento, sin falsas ilusiones. Le preocupaban los siguientes pasos del movimiento para evitar el desgaste, los intentos de debilitar la movilización. Desde la izquierda, algunos grupos planteaban ampliar el pliego petitorio para darle un contenido más radical a la demandas, sin advertir cómo estas reivindicaciones ponían en jaque al corazón autoritario del régimen que no se cansaba de denunciar la conjura comunista. El pliego unía dos épocas: el pasado inmediato –la defensa de los presos políticos y su legado de lucha– y el afán democratizador de los jóvenes: el pliego era una fortaleza, pues bajo el principio de autoridad se ocultaba un régimen en crisis, impotente para frenar el impuso liberador que saltaba todas las trancas. Gracias a la madurez de Raúl y sus camaradas, el movimiento sostuvo las reivindicaciones democráticas sin incurrir en una deriva sectaria, mientras la derecha ofrecía diálogo pero alentaba la represión. Raúl entendió mejor que otros la necesidad de asumir la continuidad histórica de las luchas del pueblo mexicano como fundamento del socialismo, idea fuerza que regirá su actuación a través del tiempo.

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Mencioné que conocí a Raúl en 1960, pero mi relación con él se hizo más intensa y productiva cuando acepté su invitación a participar en Punto Crítico, un proyecto ideado entre la cárcel y el exilio en el que nos involucramos luego del 10 de junio, poco después de que los dirigentes exiliados chilenos volvieran a México. Podría contar una y mil anécdotas sobre el papel crucial de Raúl en la realización del proyecto, pero quiero destacar tres aspectos que resultaron muy relevantes para mí: el primero es que a diferencia de otros militantes, Raúl no intentaba repetir el 68, ni aspiraba por tanto a encabezar un imposible segundo acto estudiantil escenificado con gran voluntarismo desde los centros de enseñanza. En cambio, sí se proponía descubrir en la sociedad las fuerzas motrices del cambio, particularmente aquellas que habían recibido en carne propia las lecciones del 68. Dicho de otro modo: la generación del movimiento ahora estaba en el mundo del trabajo y allí había que rencontrarla y organizarla junto con el universo de los asalariados. Eso hacía imprescindible construir una interpretación del país y sus problemas abierta a la reflexión colectiva y verificada por la acción de las masas en la lucha cotidiana, lo cual daba a los movimientos sociales el papel decisivo en la configuración del sujeto, como ahora se dice. Esa fue la hipótesis que permitió definir a la revista como parte de una corriente de izquierda socialista, ilustrada, revolucionaria pero no doctrinaria, apegada a los movimientos de masas, dispuesta a la más amplia convergencia política fundada en el análisis concreto de la realidad nacional. Años después vi a Raúl impulsando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Una vez más entendió la época.

Versión del testimonio presentado en el acto de reconocimiento a Raúl Álvarez Garín en el 45 aniversario del movimiento estudiantil de 1968. Casa Lamm, 16 de septiembre, 2013

PD. Me es gratificante felicitar aquí y ahora a Elena Poniatowska, premio Cervantes y memoria de nuestro tiempo.