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¿La Fiesta en Paz?

El cornadón a Juan Luis Silis o las torpezas de un sistema taurino sin autoestima

Foto
Momento en que Juan Luis Silis es cornado por Peletero en la plaza de Pachuca, Hidalgo
E

l valeroso, talentoso y desperdiciado capitalino Juan Luis Silis (Iztacalco, DF, 30 de enero de 1981), triunfador absoluto de la Feria Taurina de Pachuca 2012, sufrió el pasado domingo en la plaza de su triunfo de hace un año una gravísima cornada en el cuello que le causó una triple fractura de mandíbula, maxilar y arco cigomático izquierdo, a un milímetro de la órbita ocular, lesionando además el piso de ésta, el tronco tirolinguo y la arteria temporal. En términos taurinos y por su lenta y complicada recuperación, una auténtica cornada de caballo, con el consiguiente calvario-restablecimiento.

No vamos a descubrir aquí que las reses de lidia, bravas o mansas, todavía dan cornadas, fundamentalmente debido a errores humanos; ni mucho menos a recordar que el imperativo ético de matadores y novilleros es arrimarse al toro, ni que la obligación profesional de todo ganadero que se respete es criar animales de lidia bravos, es decir, capaces de causar severos daños físicos o incluso la muerte a quienes pretendan hacerles fiestas. Es el único sustento ético y trascendente de este encuentro sacrificial entre dos individuos.

Aquí queremos cuestionar –hábito taurófilo en extinción– lo que hay detrás de esa tremenda cornada sufrida por Juan Luis Silis, otro de esos ingratos casos de desaprovechamiento de un torero con sobradas cualidades, que desde su presentación como novillero en la Plaza México en julio de 2002, su triunfal alternativa en marzo de 2009, tras ardua y paciente campaña en el desolado ambiente novilleril, pues aquí el que no tiene padrino poderoso no avanza aunque le sobre torería, hasta el infausto domingo pasado, demostró una enorme vocación y privilegiadas dotes que no convencieron al contumaz sistema taurino mexicano, instalado hace décadas en importar figuras en menoscabo del surgimiento de éstas en el país. Como la economía globalizonza, que importa sin criterio y comprime la producción y consumo interno

Peletero, bello rey de astas agudas, que dijera Darío, con el trapío rotundo que sólo da la edad, de la ganadería zacatecana de don José Julián Llaguno, mostró, como sus hermanos, bravura seca y mucha exigencia de sometimiento. Silis lo llevó muy bien al caballo por chicuelinas andantes y tras una vara a todas luces insuficiente, Juan Luis, en despliegue de pundonor torero, se echó el capote a la espalda y dejó en la arena seis ceñidas y escalofriantes gaoneras, dándole a su tauromaquia verdad y grandeza.

Con la muleta –hambre de ser y de convencer– Silis incurrió en la temeridad de torear por derechazos y naturales a un toro de violenta embestida que sentía y protestaba en cada viaje. Tras haber conseguido tandas dramáticas por ambos lados, cometió el error de volver a insistir por el lado izquierdo. En el cite fue descubierto por el aire, derribado y en el suelo corneado en el cuello por el codicioso toro. Mientras lo llevaban a la enfermería cubrió con su mano el orificio aquel, le controlaron la fuerte hemorragia y ya en la clínica aprobó que lo intervinieran no obstante el alto riesgo. Perdió dos litros y medio de sangre, permanece desde el domingo en coma inducido y faltan aún cirugías maxilofaciales y reconstructivas.

En la oscura soledad de su sueño, el inconsciente de Juan Luis Silis es golpeado por dolorosos porqués: ¿por qué los empresarios se siguen plegando a las exigencias de las figuras importadas, sirviéndoles novillones de entra y sal, y a jóvenes mexicanos con probado potencial y escaso rodaje les echan auténticos toros? ¿El empresario de Pachuca, Julio Uribe, creyó que así correspondía a la memorable actuación de Silis en la pasada feria? ¿Por qué sin llenar la plaza al inefable Enrique Ponce toros de la ilusión y alternantes de lujo y al triunfador de la feria 2012 un español desconocido y un rejoneador de novillos? ¿No merecían su triunfo y heroica trayectoria de este año ponerlo con figuras importadas y jóvenes mexicanos destacados?

¿Por qué sus apoderados Fernando Rosique y Ramón Martínez no hicieron valer los méritos de su torero ni pudieron exigir otro trato? ¿Por qué, conociendo la casta de Silis, no se atrevieron a señalar ante la prensa tan torpe estímulo? ¿Por qué si su maestro Mariano Ramos le decía que el toreo es mucho más que derechazos y naturales se empeñó en intentar la faena como si tuviera delante un toro de entra y sal? ¿Por qué se negó a escuchar la voz del toro y sus términos de relación? ¿Por qué no hubo un grito desde el callejón que lo hiciera reaccionar oportunamente? ¿Por qué la crítica especializada nunca cuestiona tan desafortunados criterios?

Dos fuertes abrazos: uno al matador Juan Luis Silis, por su vergüenza ejemplar y entrega de torero cabal, y otro a ese señor del campo bravo mexicano, don José Julián Llaguno, por su inalterable convicción ganadera. Menudo paquete dejan ambos a los farsantes del toreo.