e acuerdo con reportes de la Secretaría de Salud federal, el número de casos de cólera registrados recientemente en el país era hasta ayer de 171, la mayoría de los cuales han sido detectados en comunidades indígenas de Hidalgo. El resto se distribuyen en entidades como el estado de México, San Luis Potosí, Veracruz y el Distrito Federal.
Si bien la dependencia federal ha insistido en que 70 por ciento de estos casos han sido resueltos en forma ambulatoria y no han requerido hospitalización, es de destacar que el actual brote de cólera –que ha cobrado ya la vida de una persona– es el primero de estas dimensiones desde hace más de una década y que el número de cuadros registrados en los dos meses recientes resulta muy superior a la tendencia observada en los años previos: entre 2010 y 2012 hubo apenas cuatro reportes aislados de esta enfermedad en el país.
Más allá de las cifras, la persistencia de un padecimiento cuyo surgimiento está estrechamente vinculado a la falta de higiene en los alimentos y el agua que se consumen es indicativo de los exasperantes y persistentes rezagos sociales en el país. En otras palabras, la circunstancia de precariedad y marginación en que viven los sectores mayoritarios de la población representa un caldo de cultivo para el surgimiento y propagación de males tan graves como ése.
Dicha situación coloca en un plano de irrealidad a las políticas sanitarias de las recientes administraciones federales –desde el Seguro Popular hasta la pretensión actual de crear un sistema de salud universal–, pues es claro que para que esos proyectos tengan perspectivas de éxito es necesario resolver primero cuestiones tan elementales como el acceso de la población a los servicios básicos, como el drenaje y el agua potable.
Con el referente inmediato de la aprobación de un gravamen a los bebidas azucaradas y los alimentos chatarra, como medida para contener el avance de los padecimientos asociados a su consumo –como la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares–, es pertinente recordar que en México coexisten perfiles epidemiológicos de naciones desarrolladas –asociados a enfermedades crónico-degenerativas– y de países pobres, como queda demostrado con el surgimiento de enfermedades bacterianas como el cólera.
En dicho contexto, la atenuación de los retrasos que afectan al país en esa y otras materias pasa por reconocer la necesidad de restructurar el sector salud a cargo del Estado, y por destinar las tajadas más sustantivas de los recursos públicos a inversiones que contribuyan a atenuar la pobreza y elevar la calidad de vida de la población –particularmente la de los sectores más depauperados–, en atención al precepto de que son sus habitantes la principal riqueza de una nación.