n buen número de artículos me he referido al hecho de que la reforma educativa no es tal. Ni las reformas a la Constitución ni las leyes secundarias hacen la reforma. El martes pasado intenté combatir las ideas equivocadas sobre el examen PISA, pero el mismo día la CNTE publicó un desplegado que hizo ver el artículo señalado y probablemente todos los que he escrito como una posición cándida, pues he intentado contribuir seriamente a abordar cómo construir un proceso de reforma de la educación básica, en tanto los actores más activos están, ahora lo sabemos claramente, vivamente interesados en temas de orden político de mucho mayor alcance que la reforma de la educación básica. “Estamos dejando de ser un movimiento magisterial…”, han aclarado.
En el desplegado aludido la CNTE muestra que su asunto no es la educación, sino la política sans phrases. Hay en ese documento alusiones a la educación (y al petróleo, y a la reforma fiscal), pero sus ideas fuerza centrales se refieren a su legítimo derecho a construir [su] propio proyecto de nación
. A partir del 4 de septiembre, aseguran, se marcó un nuevo rumbo para el país
. Formulan, así, una agenda de acciones políticas forzados por la obcecada necedad de clase política y clase burguesa
que, dicen, sólo han sido oídos sordos. ¿Maximalismo?, acaso, pero sin duda el discurso busca acercar al patíbulo al conjunto de las instituciones del Estado: eso es lo que significa un proyecto propio de nación en el que no exista más esa necedad de clase política, de clase burguesa. El debate sobre la reforma de la educación básica ha sido minusvalorado por la CNTE; ahora se trata de la nación entera.
Están despertando, aquí, allá, y acullá –como dice el lugar común– y como ha ocurrido en otros momentos de la historia mexicana, grandes expectativas de que a lo mejor, ahora sí, estamos frente a la chispa que va a incendiar la pradera. Veremos el impacto del desalojo del Zócalo.
El desplegado tiene al menos dos fuertes problemas: de una parte proclaman el inicio, en los hechos, de un rumbo hacia un nuevo proyecto de nación, pero continúan pidiéndole a EPN que les dé audiencia; parece un tanto aberrante tal solicitud cuando se tiene en proyecto construir un nuevo mundo para el país. El otro problema es que el nuevo proyecto de nación está ahí extraordinariamente desleído. Requerimos saber más. Convocaron a un primer paro cívico nacional para el día 11 pasado, y actos de índole diversa para los días 12, 13, y 14 que desembocaron por ahora en el repliegue, el viernes pasado. Pero están reformulando la agenda.
Por lo pronto este espacio continuará buscando aportar elementos relacionados con lo que sí sería una reforma educativa. Buscaré, en el resto de este artículo y en el siguiente, aproximarme al problema del definición de calidad educativa. Insistiré ahora en que una reforma de fondo empieza por definir un paradigma educativo, sin el cual no hace sentido hablar de su calidad.
Contaremos con un paradigma educativo cuando tengamos una respuesta consensuada, simultánea y coherente a las cinco preguntas básicas de la enseñanza: ¿qué se enseña?, ¿para qué se enseña?, ¿cómo se enseña?, ¿a quién se enseña?, ¿cómo se evalúa lo que se enseña? Un paradigma que tendría que ser de la más alta calidad.
Existen tres formas de ver la calidad de la educación, que en nuestra próxima colaboración buscaremos discutir y problematizar: a) la calidad paradigmática: piénsese en Harvard o en el MIT hablando de educación superior; es claro que no tienen problema en convencer a nadie que lo que hacen es de alta calidad; b) el llamado benchmarking (hoy muy utilizado en diversas funciones y tareas): una actividad por la cual una institución conoce, adopta y adapta las mejores prácticas de otra institución que es reconocida por la alta funcionalidad buscada de sus procesos internos y los que se relacionan con el exterior a la institución, y c) la calidad programática: una institución educativa define las metas que quiere alcanzar y después evalúa lo hecho contra lo que se propuso hacer. No sobra referir la calidad que definió Alfred N. Whitehead (filósofo y matemático inglés de principios del siglo XX, colega y coautor de Bertrand Russell en diversas obras) quien en su libro The aims of education decía que educar consiste en entrenar al intelecto, enseñar a apreciar la belleza y despertar la sensibilidad ante el dolor del prójimo, lo demás es mera información
, concluía.
La calidad educativa no es algo que pueda ser definido por el sentido común, y en los debates parece un concepto imposible de definir; o bien, cada quien tiene su concepto: ¿quién decide cuál es el bueno
?
Parece imperativo explicitar los muchos modos en que se ha intentado definir, y no ha faltado quien pare en el lugar común: la calidad no se puede definir, pero todo mundo sabe lo que significa. Es claro que con estos elementos es imposible buscar consensos sobre lo que es un paradigma educativo de alta calidad.
Cuando contemos con ese paradigma educativo, sabremos cómo deben ser formados los profesores, y es, después de ello, que sabremos también cómo deben ser evaluados y cómo al paradigma mismo, así como a la gestión escolar y a todos los recursos que se decida allegar al proceso de enseñar a pensar por sí mismos a los educandos.