La emoción embargó a Enriqueta Basilio, después de haber saludado con la antorcha del Maratón de la Ciudad de México los cuatro puntos cardinales para encender el pebetero del estadio Olímpico Universitario, otra vez como hace casi 45 años en la inauguración de la justa veraniega de 1968.

Fue como una película, dijo Queta con la voz entrecortada, al recordar el momento de aquel año con un inmueble lleno, que ayer no tuvo la convocatoria deseada y los pocos que asistieron gritaron ¡Goya, Goya, Goya! con el rector de la UNAM, José Narro Robles, para cerrar la ceremonia del recorrido de la antorcha, que duró tres horas por las principales avenidas de la capital mexicana.

Basilio recibió la antorcha de manos de la esgrimista auriazul Angélica Larios, la relevista 99, quien subió por las tribunas y llegó a la escalinata para cederla a la ex velocista bajacaliforniana de frágil figura, quien desde el pebetero se veía pequeña a pesar de ser alta.

Sentí que se me apachurró algo, pero luego fue una sensación de felicidad. Es un honor y orgullo que la gente me recuerde como la de la antorcha, comentó Queta, la primera mujer que encendió el pebetero de unos Juegos Olímpicos.

Igual de emocionados estaban Narro Robles y el director del Instituto del Deporte del Distrito Federal, Horacio de la Vega, acompañados de la delegación que vino del pueblo de Maratón, Grecia, a traer el fuego olímpico portado por Adriana Fernández, Gustavo Sánchez, Rodolfo Gómez, Benjamín Paredes, Adrián Chávez, Hugo Sánchez Portugal y Octagón, entre otros, en el recorrido de 21 kilómetros que salió ayer del Hemiciclo a Juárez rumbo al estadio de Ciudad Universitaria.

“La llama es un mensaje de paz mundial para el deporte y la juventud. Ver a Queta Basilio encender el pebetero de nuevo es algo inolvidable”, señaló el rector de la UNAM, quien dijo que en ese lugar se establecieron récords olímpicos y mundiales, además de haber sido parte de una generación del cambio democrático que se dio en el país.

Invitó a la ciudadanía a salir hoy a aplaudir a los corredores, quienes vivirán una sensación extraordinaria al ingresar al estadio México 68, tras concluir el maratón y la prueba de 21 kilómetros, con el pebetero encendido por quinta ocasión.

La vez anterior fue en los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe de 1990.