urante los años que siguieron a la segunda guerra mundial, el mundo de las finanzas tuvo que subordinarse a los dictados de un esquema regulatorio que frenó sus ínfulas de dominación. La conferencia de Bretton Woods estableció un esquema regulatorio que en buena medida (no totalmente) estaba comprometido con el objetivo de abaratar el costo del dinero y, para ello, impuso un sistema de controles sobre los flujos de capital. Ese sistema internacional de paridades fijas fue una de las claves para alcanzar las altas tasas de crecimiento que marcaron la época de los años dorados del capitalismo mundial.
Pero la década de los años setenta vio el final de esa época dorada. Desde 1971 el entonces presidente Nixon terminó con la convertibilidad del dólar estadunidense con el oro al precio hasta entonces establecido de 35 dólares la onza. Esa convertibilidad había sido la piedra de toque del sistema de paridades fijas establecido en Bretton Woods. La decisión de Nixon estuvo basada en un hecho fundamental: las reservas de oro de Estados Unidos eran insuficientes para enfrentar sus compromisos internacionales debido a que la competencia internacional había erosionado su posición en los mercados internacionales.
La desaparición del sistema de paridades fijas abrió un nuevo espacio a la especulación financiera en el mercado de divisas. Moviéndose entre espacios económicos nacionales el capital financiero encontró extraordinarias posibilidades de ganancias especulativas. Lo único que tenía que hacer era comparar tasas de inflación (o tasas de interés real) y cuidar la estabilidad cambiaria. En este terreno encontraría el capital financiero un lugar para compensar el hecho de que las inversiones en la economía real se habían hecho más riesgosas (por la competencia internacional, la tasa de ganancia que permanecía estancada y por las altas barreras a la entrada en las principales ramas de actividad).
El capital financiero deseaba aprovechar las oportunidades que ofrecía la flexibilidad en tipos de cambio, la parte de Bretton Woods que había desaparecido en 1971. Pero para poder hacerlo, necesitaba que se eliminara la otra cara del sistema de Bretton Woods, los controles a los flujos de capital. A partir de 1980 se dio a la tarea de destruirlos. Comenzó su ofensiva con una brutal alza en las tasas de interés, provocó una recesión mundial y, con ello, la crisis de la deuda (con México a la cabeza). Las condiciones impuestas a los países afectados para retornar a los mercados de capital llevaban en primer lugar la eliminación de todo tipo de control y regulaciones sobre movimientos de capitales. Esta es, en síntesis, la forma en que el capital financiero pudo regresar a dominar la economía mundial. Los días en que Keynes habló de la eutanasia del rentista habían desaparecido.
Hoy en día la gran mayoría de los economistas asociados con el sistema económico y las universidades están preocupados por el tema de la inflación. Eso no es producto de la casualidad. La inflación es el enemigo número uno del capital financiero y todo el aparato de política macroeconómica se orientó a derrotar a este adversario. Y como en los años dorados la teoría económica había determinado que el crecimiento y el empleo estaban relacionados con la inflación, estos objetivos del desarrollo económico tuvieron que pasar a ocupar un lugar secundario. En su lugar se erigió la estabilidad de precios como prioridad única. Pero, como sabemos, eso no condujo a la estabilidad macroeconómica.
El capital financiero no es amigo ni del capital industrial, ni del trabajador. Sus operaciones no se rigen por la misma lógica. La variable que mejor explica esto es la tasa de interés. A partir del colapso del sistema de Bretton Woods, el mundo asistió a un proceso inexorable de incrementos en la tasa de interés, por lo menos hasta la década de los años noventa. Eso trajo como consecuencia un desempeño mediocre en materia de crecimiento y empleo a escala mundial. Esto se acompañó de un aumento brutal en la desigualdad. Si había que mantener algo de crecimiento, eso tenía que lograrse a través del endeudamiento y por medio de episodios de burbujas especulativas. Este es el sistema que le regaló al mundo la crisis global que estalló en 2008. El endeudamiento mantuvo inversiones, empleos y consumidores que no hubieran existido sin la ayuda
del sistema financiero.
Si hoy las tasas de interés en los principales países capitalistas se mantienen deprimidas, eso se debe a las maniobras de emergencia aplicadas por los bancos centrales en su afán de contrarrestar la crisis global. Pero el capital financiero sigue fijando las prioridades de la política macroeconómica, como puede observarse en la aplicación de la política de austeridad en Europa y Estados Unidos.
El dominio del capital financiero promueve estancamiento, desempleo y desigualdad. La destrucción ambiental también se intensifica en la medida en que el medio ambiente es tratado como un activo financiero. El reinado del amo estúpido debe ser abolido.