í es posible. Ahí está el EZLN, las policías comunitarias, las guerrillas dormidas, la autodefensa. La pregunta que me interesa es otra: ¿se puede derribar el régimen político por la vía armada? Trataré de dar respuesta haciendo algo de historia. En México, al menos en dos ocasiones, la resistencia popular convertida en guerrilla y luego en Ejército ha alcanzado sus objetivos: en 1863-1867 y en 1911-1914 (en otro momento podremos discutir esta temporalidad). El primero de estos movimientos fue explicado así por su jefe político, Benito Juárez:
“La lucha guerrillera […] es la única guerra de defensa real, la única efectiva contra un invasor victorioso […] hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislando y destruyendo sus convoyes, no dándole ni reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones; desgastándolo poco a poco en todo el país ocupado; y, finalmente, obligándolo a capitular, prisionero de sus conquistas, o a salvar los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida.”
Tras debilitar al enemigo y dominar el campo, los juaristas pasaron a la ofensiva, derrotaron al invasor en el campo de batalla y lo expulsaron del país. La manera, el momento en que las guerrillas deben convertirse en ejército fue explicado claramente por otro legendario comandante, Francisco Villa, quien al convocar el 29 de septiembre de 1913 en La Loma, Durango, a los guerrilleros del norte, argumentó que cuanto podía alcanzarse mediante la lucha guerrillera se había alcanzado ya, y había llegado el momento de pasar a la guerra regular o estancarse y ceder la iniciativa al enemigo. Ahí nació la División del Norte, el ejército revolucionario que rompió el espinazo del régimen en memorables batallas.
En ese momento, los rebeldes dominaban todo el campo norteño y tenían firmes bases de apoyo. En un país predominantemente agrícola, en el que 71 por ciento de la población vivía en localidades de menos de 2 mil 500 habitantes, el control del campo les permitió obtener apoyos y recursos suficientes para cercar las ciudades y equilibrar las condiciones de fuerza, hasta vencer al ejército federal. Cuando medio siglo después otros mexicanos intentaron reditar la lucha guerrillera (o fueron empujados a ella por la violencia del Estado), más de la mitad de la población vivía en localidades de más de 10 mil habitantes, lo que limitó enormemente las posibilidades de la guerrilla rural, hasta llevarla a su derrota. Por ello, muchos rebeldes intentaron la guerrilla urbana que, como en otros países, demostró su ineficacia, pues aislaba a los revolucionarios de la sociedad y, por tanto, de sus potenciales bases de apoyo.
En el México actual, con una población urbana de 78 por ciento, en la que cada vez hay menos zonas que cumplan el segundo requisito necesario para una guerrilla (terrenos aislados o poco accesibles para las fuerzas del Estado) y en un mundo en que la tecnología armamentística, de espionaje y telecomunicaciones no permite ya el proceso de construcción de un ejército revolucionario capaz de equilibrar las condiciones de fuerza, parece indudable que la lucha armada no es la vía para el cambio de régimen, aunque la autodefensa y la resistencia, ejemplarmente en Chiapas, sean a veces el único recurso de los oprimidos.
Tampoco hay que olvidar que, como señalaba José Santos Valdés al escribir la historia inmediata del asalto al Cuartel Madera en septiembre de 1965, que inauguró simbólicamente 15 años de guerra popular en nuestro país, que también los muertos del otro bando
los pone el pueblo: jóvenes, muy jóvenes soldados del ejército. No olvidemos tampoco que en el siglo XX la batalla, acto central de la guerra, se fue volviendo cada vez más brutal e inhumana hasta provocar el colapso emocional y síquico del soldado de a pie; no olvidemos que entre 1940 y 1970 los ejércitos del mundo se convirtieron en fuerzas mecanizadas y aerotransportadas, y que el último enfrentamiento exitoso contra fuerzas de ese tipo se dio en Vietnam. De hecho, la era de la batalla, como la de las revoluciones modernas, parece haber terminado.
Por lo aquí esbozado, salvo que nos muestren una estrategia que pase por alto la inexistencia de posibilidades reales de la lucha guerrillera, así como la superioridad tecnológica y de armamento del Estado, estamos obligados a derribar el régimen por otras vías, que pasan por la política, la ética, la organización del pueblo y la imaginación. Asumamos que nos ha tocado una época difícil, de desafíos que ponen a prueba nuestra creatividad política.