Reporte de País
Martes 4 de junio de 2013, p. 24
En muchos círculos se tiene la idea de que Alemania ha experimentado un renacimiento económico. Mientras a mediados de la década de 2000 se le retrataba como la enferma de Europa
, ahora recibe elogios por su fuerte desempeño económico y por las reformas estructurales que supuestamente lo apuntalan. Alemania no tenía el peor desempeño en Europa hace una década, pero tampoco es tan fuerte hoy como muchos creen.
Existe poca duda de que el país se ha recuperado mejor de la crisis económica que la mayoría de las demás naciones europeas. En el primer trimestre de 2013 el producto de la zona euro era aún 3.3% menor que su nivel anterior a la crisis, en tanto el producto interno bruto (PIB) real de Gran Bretaña bajó 2.6%. En contraste, el PIB alemán está 1.3% arriba de su nviel anterior a la crisis. Sin embargo, representa un desempeño más débil que el de Estados Unidos (EU), donde la cifra es de 3.2%.
Además, las perspectivas de Alemania son pobres en comparación con las de EU y otras economías desarrolladas no europeas: expertos del FMI prevén que su crecimiento promediará apenas 1.2% en los próximos cinco años, comparado con 3% en EU y 1.3 aun en Japón. La razón primordial es la debilidad de la demanda interna, que se contrajo 0.3% en 2012; todo el crecimiento de 0.9% se refirió a exportaciones netas. El aumento de la productividad laboral no fue más impresionante en Alemania que en Francia en los 10 años pasados, y muy inferior al de EU.
¿Por qué la fortaleza?
Entonces, ¿por qué tanto elogio? Hay dos razones principales: una es la fortaleza de sus finanzas públicas y, la otra, el tamaño de su superávit en cuenta corriente. A diferencia de gran parte de Europa, Alemania tiene un presupuesto equilibrado, luego de años de consolidación fiscal en los que el gobierno dio prioridad a reducir los préstamos por encima de los intentos de estimular la estancada demanda interna.
Luego de un crecimiento máximo del PIB de 7.5% en 2007, el superávit en cuenta corriente tuvo una contracción moderada a 6% en 2009, al debilitarse el crecimiento de la economía mundial y deprimirse los flujos de comercio. Sin embargo, el superávit se ensanchó a 7% en 2012, cuando la tasa de crecimiento de las exportaciones rebasó con facilidad la de las importaciones. Alemania no habría podido consolidar su posición fiscal sin la fortaleza de sus exportaciones, que permitieron una modesta expansión de la economía pese a la debilidad de su actividad doméstica.
Como en toda Europa, los gobiernos luchan con una demanda crónicamente débil, es entendible que algunos administradores busquen un modelo en Alemania. Después de todo, Berlín ha mostrado que los países pueden apelar a la demanda externa para compensar la debilidad interna y consolidar sus finanzas. A menudo atribuyen el éxito alemán en este aspecto al tamaño de su sector industrial –las manufacturas representan más de 20% del PIB, en comparación con un 10% en Francia y GB– y les gustaría incrementar en forma equivalente la importancia relativa de su sector fabril.
No se puede dudar del éxito del sector fabril exportador alemán. El país alberga numerosas compañías grandes y sumamente exitosas, así como un número envidiable de pequeñas y medianas empresas (Mittelstand). Pero la mejora de las exportaciones en los años recientes es en buena medida resultado del tipo de cambio real. Después de todo, el sector manufacturero italiano también es grande con respecto al tamaño de su economía, pero sus exportaciones han tenido un pobre desempeño en años recientes.
El tipo de cambio real de Alemania cayó de manera constante entre 1999 y 2008, pues los costos por unidad de trabajo se elevaron con más lentitud que en otras partes (reflejando la persistente presión a la baja sobre los salarios reales). En contraste, el euro italiano
se ha apreciado en términos reales desde la introducción de la divisa única. Cierto, Alemania fabrica productos de alto valor, pero la demanda externa se ve influida por el precio; existe una fuerte correlación entre ella y el tipo de cambio real. Desde luego, es imposible que todos los países europeos maniobren al mismo tiempo para reducir el tipo de cambio real. De la misma forma, el problema con cada país que en Europa intente emular a Alemania es que ésta sólo puede ser lo que es si los otros se comportan de modo muy distinto. El modelo del país es en esencia mercantilista: sólo puede funcionar si otros tienen grandes déficits comerciales.
Para que la economía alemana se considere un éxito genuino y un modelo a seguir para otros, necesitará comenzar a crecer por su propio impulso: la demanda interna tendrá que desplazar a las exportaciones como motor del crecimiento, lo que llevará a una reducción del sustancial superávit externo y una caída en la elevada tasa de ahorro interno. Esto podría ocurrir si el gobierno recorta los impuestos al consumo y sobre la renta o, si el mercado laboral se restringe, eleva los salarios y con ellos los ingresos disponibles. Esto, a su vez, podría alentar a las empresas alemanas a invertir más en el país.
Los salarios reales han repuntado un poco, pero como el gobierno continúa adoptando una política fiscal bastante restringida y la débil confianza de los empresarios sugiere que los planes de inversión seguirán siendo modestos, no está nada claro si la economía alemana logrará a corto plazo un nuevo equilibrio bajo esas condiciones.
E.I.U
Traducción: Jorge Anaya