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Tres del Foro 33
Dieciocho películas integran la trigésimo tercera edición del Foro Internacional de la Cineteca, que por estas fechas continúa exhibiéndose. Destaca un hecho que, si la memoria no falla, sucede por primera vez: la mitad proviene de Latinoamérica. Tres de esas ocho producciones son mexicanas. Del resto, una es colombiana, otra uruguaya y las restantes tres son argentinas. Aquí, un rápido ojo a tres de ellas.
Son varios elementos, tanto de contenido como de perspectiva, los que comparten Las lágrimas (Pablo Delgado Sánchez, México, 2012), La Playa D. C. (Juan Andrés Arango, Colombia/Francia/Brasil, 2012) y Tanta agua (Ana Guevara y Leticia Jorge, Uruguay/México/Países Bajos/Alemania, 2013). Naturalmente, la trama que cuenta cada uno transita por sendas diferentes, pero en los tres filmes subyace, como tema compartido, el concepto de adaptación (no confundir con el uso cinematográfico del vocablo “adaptación”, referido al traslado de una obra literaria preexistente al formato cinematográfico).
Una realidad otra
Se trata, aquí, de la adaptación que los personajes se ven obligados a efectuar respecto de un entorno, de una realidad transformada en otra cosa distinta a la que, en algún momento, les ofreció la seguridad de su permanencia. En los tres filmes, igualmente, los protagonistas son jóvenes o, en el caso de Las lágrimas, un joven y un niño. Asimismo, en las tres cintas hay un desplazamiento –en Las lágrimas y Tanta agua se trata de un viaje transitorio, en la primera un viaje breve y corto; en la segunda, unas vacaciones; en La Playa D. C. se trata de un cambio de lugar de residencia–, y en todas dicho desplazamiento es el hecho que da pábulo a los puntos nodales y a los clímax de cada trama, además de ejercer una función simbólica esencial en cada uno de los filmes.
Tanta agua |
Otra constante: tanto el hermano menor, verdadero personaje central de Las lágrimas, como el adolescente de La Playa D. C., afectado directamente por lo que le sucede a su hermano menor, como la púber que va a unas muy lluviosas vacaciones en compañía de su padre y su hermano menor en Tanta agua, sufren una variante de la orfandad bastante particular: no es total y, de hecho, no necesariamente significa que los dos o alguno de sus padres haya muerto, pero de todos modos la viven como si así fuese, lo cual, desde luego, puede ser mucho peor si se considera que, para ellos, la presencia física –o, freudianamente, las imágenes y el consecuente peso psicológico y emocional– del padre y la madre, tienen el mismo valor que tiene la inexistencia.
Cada uno de ellos afronta de distinta manera, aunque convergente, esa ausencia virtual de alguno de sus progenitores: para Tomás, que ha debido desplazarse hasta la lejana Bogotá y buscarse solo la vida, significa convertirse él mismo en un padre para su hermano, que ha encajado bastante peor que Tomás la ausencia de su padre y la nueva relación sentimental de su madre, que prefiere a su nueva pareja por encima de tener con ella a sus hijos. Para el pequeño Gabriel, que aun viviendo con su hermano y su madre, a sus diez años no es atendido, regulado y pareciera que tampoco querido por nadie, significa encontrar en su hermano mayor –también viviendo a su modo la orfandad, también lleno de conflictos– a su padre físicamente ausente, lo mismo que a un sustituto provisional de una madre autonulificada. Para Lucía, con sus contradictorios catorce años, significa la reelaboración de su manera personal de enfrentar la cohabitación de los dos seres que –cuando menos– suele ser todo adolescente: el que vive bajo la tutela absoluta de los padres, por un lado, y por el otro, el individuo que se intuye incapaz e inacabado pero quisiera saberse autónomo, al menos en cuanto a sus decisiones más íntimas, en su caso con el añadido de ser la primogénita de un matrimonio separado y tener un padre que, sin obstar el evidente amor que le tiene a su hija, no es demasiado hábil para el diálogo, mucho menos para el generacional, y su condición de padre separado le dificulta intuir o deducir la situación emocional que ella está pasando.
Los tres protagonistas viven, pues, el proceso de adaptación que la realidad particular de cada uno les exige, y en los tres casos dicho proceso los implica tanto a ellos en su calidad de individuos, con una personalidad todavía en construcción, como en su calidad de hijos, vale decir, de seres cuya suerte y circunstancia no está en sus manos salvo en mínima medida. Empero –último elemento compartido–, para los tres personajes sus creadores han dispuesto, y sin ningún deus ex machina ni sucedáneos, un porvenir menos pedregoso que el tiempo presente que los vemos experimentar.
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