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Guadalajara xxviii (i de iii)
Con poco menos de tres décadas a cuestas, la otrora-pero-ya-nunca-más
Muestra de Cine Mexicano rompe el que le vendría bien fuese el último de sus
desechados cascarones y, llamado desde hace un rato Festival Internacional de
Cine en Guadalajara (FICG), rubrica su decantamiento iberoamericanista eliminando
las secciones oficiales de largometraje y cortometraje de ficción mexicanos,
incorporando éstos en las respectivas secciones internacionales.
Con esta decisión el FICG pierde y gana, simultáneamente, según el punto de
vista desde donde se le vea: en su calidad de evento cinematográfico, el festival
no puede sino considerar que gana –de
otro modo no hubiese tomado la medida–,
en tanto deja atrás el enfoque local
y se autopropone como escaparate de
una cinematografía regional, de horizonte
sociocultural e histórico natural
obvia y reconociblemente compartido.
Tanto, por cierto, que en los hechos ha
venido a emparentarse –es decir, ahora
de lleno– con otros festivales que llevan
años haciendo eso mismo, verbigracia
Cartagena o La Habana. Nada mal estaría
que tan larga ruta en búsqueda de la
definición del propio perfil concluyera
con homologaciones de otro orden,
además de las que adoptó en contenido
–de aire irreversible–, comenzando
por la certificación o pertenencia al circuito
principal de festivales cinematográficos,
del que ningún certamen
mexicano forma parte y que el FICG, así
fuera sólo por antigüedad –y, se insiste,
al ya no ser eminentemente local– debería
sentirse obligado a pertenecer,
donde “obligado” significa que habría
de cubrir los requisitos y poseer las
características, hoy ausentes, que le
permitieran incorporarse a dicha élite
festivalera, misma en la cual no abundan
las citas cinéfilas realizadas en
esta parte del mundo llamada Latinoamérica.
El punto de vista desde el cual el FICG sale perdidoso es el de los cineastas
mexicanos o, bastante mejor dicho,
son éstos los que salen perdiendo con
el plumazo que borró a la sección en
competencia que ellos naturalmente
nutrían. Crónicamente necesitado de
vitrinas en las cuales mostrarse, el cine
mexicano –aunque para Mediomundo
este concepto sea siempre hiperbólico
y con él se quiera decir más
bien largometraje de ficción mexicano–
tuvo en Guadalajara una ventana
que se ha cerrado casi un tercio de siglo
luego de abrirse.
Es imposible ver estos hechos sin
advertir algunas paradojas. La primera,
desde luego, es que un evento nacido
para exhibir cine mexicano precisamente
cuando éste era un rosario de
escaseces –de producción, difusión y
exhibición–, a consecuencia de un legítimo
afán de crecimiento dé la espalda
a su vocación original y, con ella, a su cinematografía
connacional, en el preciso
momento en el que ésta sigue siendo,
salvo en el rubro de la producción,
un rosario de escaseces: alguna edición
del festival hubo –era la Muestra– con
menos de diez largos; ahora se producen
decenas cada año, pero al FICG accederán,
tratándose de la sección oficial
en competencia, cuando mucho tres,
quizá cuatro.
Un tercer punto de vista se cae de
obvio: no está mal que la cinematografía
mexicana busque, bajo los términos
meritocráticos consustanciales a
un festival, y encuentre su lugar junto
a la producción fílmica de la región
geográfica/sociocultural/idiosincrásica
de la que formamos parte los mexicanos,
siempre a despecho de hacedores
y veedores de cine que no paran de
fomentar su tortícolis mirando siempre
más allá de Tijuana y cerca de Silicon
Valley.
Si al menos parcialmente esa fue la
intención de quienes deciden estas cosas
en el FICG, cuando bajaron la cortina
de la localía, bienvenido sea. Si los realizadores
mexicanos pierden un escaparate,
habrá que sumar otros a los que
hasta el momento quedan, en diversas
modalidades –óperas primas, segundas
obras, secciones paralelas, etecé–
y, mejor aún, será precisa una fuerte
dosis de autocrítica, pues por lo que ha
sido posible apreciar cuando estas líneas
son escritas –la mitad del festival–,
y para decirlo sin ambages, el “capítulo
México” de la cinematografía
latinoamericana, o la iberoamericana,
para ponerlo en el horizonte que abarca
el FICG, visto en conjunto, no es por
cierto el más robusto, saludable ni
propositivo.
Así pues, dieciocho producciones
son las que integran la sección oficial
en competencia Largometraje Iberoamericano
de Ficción, de las cuales
cuatro tienen alguna participación
mexicana. El resto provienen de Argentina,
Brasil, España, Portugal, Colombia,
Chile, Uruguay y Perú, con algunas
coproducciones.
(Continuará)
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