Opinión
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Las memorias y las esperanzas
E

n los años ochenta México y América Latina pasaron por una larga fase de inestabilidad y de lento crecimiento que fue bautizada como la década perdida. En realidad, se trató de algo más, y entonces llegó a hablarse de década y media de estancamiento que trajo consigo altas cuotas de empobrecimiento y agudización de la desigualdad.

Luego vinieron recuperaciones varias y el arranque de las reformas de mercado que cambiaron faz y piel de las economías políticas de la región. También llegó a estas playas la democracia, que en varias naciones la bota militar había aplastado de modo sangriento y criminal, como ocurrió en Argentina, Chile y el civilizado Uruguay. El entorno internacional, desde donde había caído la tormenta financiera de aquella década, también mudó ampliando sus alcances y diversificando actores y mandatarios, hasta caer en 2007 en una profunda recesión cuyas implicaciones se volvieron globales y amenazantes para regiones enteras, en especial en Europa, donde se teme por el futuro de su gran proyecto civilizatorio.

De esto y más se habló el lunes y el martes pasados en la sede de la Cepal en México. Con la participación de algunos distinguidos actores de aquel drama, como Enrique Iglesias y Jesús Silva Herzog, junto con las aportaciones de reconocidos estudiosos del desarrollo internacional y latinoamericano como José Antonio Ocampo, Stephany Griffith Jones, Barbara Stallings y Roberto Frenkel, entre otros. La reunión fue más allá de las efemérides para acercarse a delinear los nuevos mundos del financiamiento y la expansión económica que, de aprovecharse con eficacia y oportunidad, podrían llevarnos a panoramas promisorios en favor de la igualdad y la sustentatibilidad, como proponen la Cepal y su secretaria Alicia Bárcena cuando hablan de que la hora de la igualdad ha llegado para América Latina. Se trató de un encuentro memorable en más de un sentido, del que emanó nuevo conocimiento histórico y se abrieron panoramas estimulantes para imaginar y diseñar políticas y estrategias para el desarrollo que puede recuperarse al calor y después de la crisis.

En Guadalajara, en el espléndido campus Cucea de la Universidad de Guadalajara, el doctor Luis Aguilar convocó a una reflexión sobre el futuro del Estado social, pasando revista a las determinaciones económicas, sociales y políticas que lo harían viable y duradero. Nadie puede asegurar que esto ocurrirá pronto y en firme, pero pocos dudan de la necesidad de plantearse la protección social universal como eje de un proyecto nacional que sostenga una inserción provechosa en la globalización que habrá de resultar de esta su primera crisis general. Junto con las variables institucionales y de comportamiento colectivo, las restricciones financieras y organizacionales reclamaron buena parte de la atención de los participantes y ponentes invitados por el Instituto de Políticas Públicas y de Gobierno, así como las veredas o avenidas que podrían ayudar a relajar unas limitaciones que a priori suelen presentarse como inconmovibles.

De la deuda y sus agresivas crisis, un pasado que sigue presente y delinea conjeturas a veces nefastas para la gestación de alternativas de política en escenarios muy distintos a los de esa década odiosa, podemos pasar a la construcción de viabilidades y escenarios que auspicien la emergencia de potencialidades escondidas y la creación de nuevas palancas de progreso social. Tal sería una de las lecciones de estas jornadas de pensamiento y crítica de nuestras disposiciones económicas y políticas.

Convertirlas en realidades y líneas de marcha no será sencillo, porque la trama de intereses creados que usufructúan nuestro cuasi estancamiento es espesa y sus coaliciones sumamente opacas, hasta el grado de oscurecer los corredores del poder y de la democracia misma. Pero el pensamiento, cuando se le entiende como palanca de la crítica y la gestación de alternativas, nos ofrece señales de aliento que hay que celebrar y acumular. El gran desafío es convertirlas en señas de identidad de un esfuerzo renovado. Hacerlo debería ser tarea fundamental de partidos y organizaciones de la sociedad. La necesidad está planteada, pero hasta ahora ha sido pésimamente recogida y peormente entendida por los principales actores de un orden político que no acaba de volverse nuevo régimen.