n la secuencia inicial de El vuelo vemos a un hombre despertar de una larga sesión de sexo, drogas y alcohol con una atractiva joven. Un pericazo final de coca lo dejará listo para cumplir con su trabajo. Resulta que es Whip Whitaker (Denzel Washington), capitán de una aerolínea comercial, al mando de un vuelo corto hacia Atlanta; su compañera de juerga (Nadine Velázquez) es una de las sobrecargos. Para nivelarse, el capitán ingiere más bebidas alcohólicas, y tras librar a la nave de una zona de turbulencia con una maniobra poco ortodoxa, se echa una siesta en pleno vuelo. Su despertar es violento: una falla en el sistema hidráulico del avión lo ha puesto en caída libre. Whitaker intenta la medida extrema de voltear la nave de cabeza y así consigue recuperar la altura y una posición apta para un aterrizaje forzoso en un campo abierto.
Con ese promisorio arranque, el director Robert Zemeckis confirma que había desperdiciado 12 años de su carrera en ejercicios poco convincentes de hacer animación a través de la llamada motion capture. Su anterior película de acción viva fue Náufrago (2000), que comenzaba también con otro escalofriante accidente aéreo (tal vez sea su especialidad recrearlos de manera tan verosímil). La acción en tierra firme ya es otra cosa.
En un principio aclamado como héroe por haber salvado a la mayoría de los pasajeros y la tripulación, Whitaker debe empero enfrentar una investigación. Según le informan el representante del sindicato de pilotos, su amigo Charlie Anderson (Bruce Greenwood) y un abogado de la compañía (Don Cheadle), si se comprueba que estaba ebrio durante el vuelo, podría pasar el resto de su vida en prisión.
Zemeckis y su guionista John Gatins no siguen el curso de la investigación, sino el drama personal de su protagonista, un alcohólico que, para no variar, se niega a reconocerse como tal. En ese sentido, El vuelo toma la ruta consabida de un personaje con falta de control. Por mucho que lo intente, Whitaker no dejará de beber, factor que lo ha alejado de su ex esposa e hijo adolescente, así como de un nuevo amor, la drogadicta Nicole (Kate Reilly), quien lo abandona al no sentirse apoyada en su propia lucha.
Sí, estamos ante otro drama de adicciones más que, sin embargo, mantiene en buena parte el interés gracias a la solvencia narrativa de Zemeckis y, sobre todo, a la sutil actuación de Washington, que no aprovecha para hacerla de borrachito patético, una trampa clásica, sino asume su carácter irredento con arrogancia.
La dramaturgia intenta acomodar un elemento religioso como una maleta que no cabe en el compartimento superior. Por mucho que abundan elementos en los diálogos, y el abogado argumenta que se puede clasificar al accidente como un Acto de Dios, ese ángulo no está desarrollado. Como tampoco lo están los personajes secundarios. Pero el peor defecto es que, siendo una película hollywoodense, El vuelo no podía salvarse de una final vuelta de tuerca moralizante que contradice lo que el personaje de Whitaker ha sido a lo largo del relato. Eso le permitirá pagar por sus pecados, conseguir la rehabilitación y también, cómo no, la reconciliación afectiva. Imaginar una resolución amoral sería tan imposible como eso de volar un jet de cabeza.
El vuelo
(Flight)
D: Robert Zemeckis/ G: John Gatins/ F. en C: Don Burgess/ M: Alan Silvestri/ Ed: Jeremiah O’Driscoll/ Con: Derek Washington, Bruce Greenwood, Don Cheadle, Kate Reilly, John Goodman/ P: Image Movers, Paramount Pictures, Parkes/MacDonald Productions. EU, 2012.
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