Sábado 19 de enero de 2013, p. a16
Matrimonios por conveniencia, arreglos de alcoba, escándalos sexuales, intrigas palaciegas, viajes sospechosos, mucha acción en la oscuridad, informes secretos, encargos, labores de espía encubierto, misiones diplomáticas y comisiones monetarias por propiciar guerras.... Ah, y también amplias evidencias de que en realidad fue un castrato oculto, al igual que ocultó muchas de sus acciones diplomáticas, devenidas espionaje puro, al servicio del Vaticano...
La vida del compositor veneciano Agostino Steffani (1654-1728) es digno de una novela, que de hecho ya escribió Donna Leon, célebre autora de novelas policiacas, cuyo personaje central es el comisario Guido Brunetti.
La versión novelística de la vida de Agostino Steffani en la pluma de Donna Leon se llama The Jewels of Paradise.
Esta novela no existiría sin la pasión, la curiosidad, la intensa vocación de investigadora, pero sobre todo la bellísima voz de la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli, quien publica una nueva obra maestra: Mission, un disco que es en realidad un bello libro con un cedé adentro y que rescata no solamente la hermosa música de Agostino Steffani, sino que nos relata, con profusión documental y rigor académico, la intensa vida de este compositor ninguneado, desconocido, apartado al rincón de las vergüenzas y, como suele suceder, sobre todo en los hallazgos que realiza Cecilia Bartoli, se trata en realidad de un autor de una música descomunal por su belleza.
Agostino Steffani fue uno de esos niños cantores prodigio que la Iglesia católica de inmediato arropó (y hay evidencias que emasculó) y aún cuando mudó voz siguió protegido por los beneficios que el poder de entonces brindaba a quienes trababan como joyas vivientes: los castrati, quienes eran los únicos que podían dormir en una habitación con condiciones contra el frío y otras incomodidades, entre otros privilegios reservados solamente a ellos.
Los talentos de Agostino no se limitaron a la música, que cultivó a profundidad en sus estudios conservatorianos y todos los alicientes que recibió. Pero eso no era suficiente para su ambición y se hizo cura, pues el poder de su época residía en las estructuras eclesiásticas y ejerció una carrera deslumbrante como diplomático del Vaticano, que le encomendó la misión (de ahí el título del nuevo disco de Cecilia Bartoli, que hoy nos ocupa) de recuperar el norte de Alemania para el catolicismo controlado desde el Vaticano. Tarea que, la historia muestra, no pudo cumplir el misterioso comisionado que pasó buena parte de su vida viajando, en jornadas interminables, por Europa, cubriendo trechos peligrosos, atravesando territorios en guerra y otras peripecias mil, para cumplir funciones de mediador entre el Sacro Imperio Romano y los poderes asentados en Munich, Hanover y Düsseldorf.
Cecilia Bartoli nos ha entregado antes de esta joya documental y discográfica, otros ejemplos de sus virtudes musicológicas e interpretativas en sendos libros con discos adentro que narran sus rescates de figuras apasionantes como María Malibrán y liberando también música prohibida precisamente por el Vaticano, así como la hermosa música que cantaron los castrati, entre otros ejemplos de su amplia obra que ha documentado el Disquero: http://alturl.com/ia6n4.
En este nuevo descubrimiento, Mission (Decca Records), Cecilia Bartoli canta 21 arias y cuatro dúos (en este caso con el extraordinario contratenor francés Philippe Jaroussky y con la acotación de que el repertorio que se escribió para los castrati hoy día es cantado por contratenores) escritos por Agostino Steffani.
Es un disco fascinante, divertido, intenso. La belleza de la música de Steffani anuncia el gran arte que después de él desarrollarían Handel, Telemann y el mismísimo Bach.
De hecho, es notable la influencia estilística que ejerció Steffani sobre Handel, y se puede disfrutar en este disco puesto en vida de manera inmejorable por Cecilia Bartoli, quien es una de las cantantes favoritas del Disquero: experta en el repertorio barroco, indomable en la ejecución de las arias de bravura (aquellas donde se canta con toda la voz, se muestra la potencia del sonido y se demuestra el virtuosismo del que se es capaz, por las posibilidades de embellecimiento, o adorno de parte del cantante) y todos los recovecos, sinuosidades, caireles y linduras que envuelven a ese territorio conocido como bel canto, género que se cultivó en Italia entre los siglos XVII y XIX, rico en coloratura (capacidad de elaborar sucesiones de notas rápidas), el trino, el agudo y el sobreagudo.
Si Agostino Steffani no pudo cumplir su Misión de adoctrinar a los alemanes del Norte, lo que sí completó a cabalidad fue una obra musical extraordinaria, rescatada ahora por una hermosa cantante que se autocomisionó y cumplió: entregarnos un disco envuelto en un libro fascinante: Mission.
Texto: Pablo Espinosa