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FC: arqueo laboral

La cereza del Inegi

Rajoy el productivo

C

on la información que divulgó ayer, el Inegi colocó la cereza a la autodenominada presidencia del empleo de Felipe Calderón, a lo largo de la cual la tasa oficial de desocupación abierta se incrementó la friolera de 43 por ciento, sin olvidar que en su sexenio sólo se generó uno de cada tres empleos formales demandados por los mexicanos de nuevo ingreso al mercado laboral, y millones fueron condenados a sobrevivir en la informalidad y la pobreza, en medio de la abundancia del selecto grupo de empresarios y sus políticos que dicen gobernar al país.

De ese tamaño es el terrorífico balance de un personaje que a los mexicanos prometió vivir mejor, pero que en realidad se aferró al fatuo discurso de las cifras históricas en materia de empleo como estrategia de gobierno para negar la terca realidad que ensombrece a la nación. Cuando por la puerta de atrás Felipe Calderón se instaló en Los Pinos, la tasa oficial de desocupación abierta era de 3.58 por ciento; cuando, por fin, dejó la residencia oficial ese mismo indicador llegó a 5.12 por ciento, dejando como herencia más de 2.6 millones de mexicanos en tal condición. Y como botón, 74 por ciento de los desocupados en el país corresponde a los mexicanos con mayor nivel de escolaridad (superior y media superior).

Seis años de presidencia del empleo y de constantes discursos sobre grandes resultados y cifras históricas en materia laboral que contrastan con la realidad: 43 por ciento de incremento en la tasa oficial de desocupación abierta; alrededor de 30 millones en la informalidad y un déficit –sólo en su sexenio– de aproximadamente 4 millones de empleos en el sector formal de la economía, amén de la constante precarización de las plazas laborales, los ínfimos salarios, y la permanente pérdida de poder adquisitivo, por mucho que Calderón presumiera “la generación de puestos de trabajo nunca antes vista.

Como bien lo ha documentado el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Facultad de Economía de la UNAM, “en el sexenio de quien en campaña se autonombró ‘presidente del empleo’ sólo dos cosas resultaron claras: el crecimiento del desempleo a niveles nunca antes vistos, por una parte y, por la otra, que lo poco que creció la ocupación en México fue debido principalmente a la economía informal y no a algún otro tipo de impulso, ni empresarial ni estatal. La tasa de empleo informal es cercana a 60 por ciento. Ningún programa del gobierno contribuyó significativamente a resolver uno de los mayores problemas que deja la administración saliente”.

Un aspecto a resaltar de los resultados en ocupación y empleo durante el calderonato, apunta el CAM, es el cambio de empleo formal por informal, ya que en 2006 el empleo permanente registrado era superior a la ocupación generada por la informalidad, en tanto que al cierre de 2012 la situación es diametralmente opuesta; es decir, la generación formal de empleo es superada por las circunstancias de la economía informal. “De la misma forma que se han deteriorado las condiciones laborales de los trabajadores y que no ha existido un avance en la generación de empleo, se evidencia un retroceso importante en lo que los gobiernos panistas denominaron ‘emprendedores’. En este sentido, ha existido una reducción significativa de la población ocupada por cuenta propia, así como de la generación de empleo en el total de los micronegocios, siendo que, en los que no cuentan con establecimiento, se registraron más personas ocupadas que en aquellos que cuentan con uno”.

Por su parte, el Centro de Investigación en Economía y Negocios (CIEN) del Tecnológico de Monterrey, campus estado de México, indica que en el balance de la presidencia del empleo debe incluirse que más de 4 millones de trabajadores no perciben remuneración; casi 7 millones obtienen hasta un salario mínimo o menos; más de 30 millones no cuentan con acceso a la salud (el doble de los registrados en el IMSS); otros 12 millones no tienen otra prestación distinta a la salud; 14 millones de trabajadores carecen de contrato, y al cierre del sexenio la población ocupada en la informalidad representó dos terceras partes de la población económicamente activa (30 y 51 millones, respectivamente).

Por si fuera poco, la Cámara de Diputados documentó que durante el calderonato a la falta de empleo se sumó una redistribución regresiva en los salarios. Al inicio del sexenio 44.4 por ciento de los mexicanos obtenían un ingreso de hasta dos salarios mínimos (incluida la población económicamente activa que no recibe ingresos) y, seis años después esa proporción se había incrementado a 52 por ciento. De la misma forma, seis años atrás 12.7 por ciento de los mexicanos ganaba más de cinco salarios mínimos y ahora se redujo a 8.7 por ciento. Los analistas de San Lázaro subrayan que en el Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012 se reconoció que los empleos informales eran de baja calidad y en nada contribuían a mejorar el bienestar social de los mexicanos, por lo que el gobierno calderonista promovería el sector formal, caracterizado por tener mejores condiciones laborales. Seis años después queda claro que la mayor creación de puestos de trabajo se registró en el sector informal, hasta representar 60 por ciento del total; es decir, un resultado exactamente inverso a lo que se comprometió el gobierno de para vivir mejor.

He allí la tosca realidad, sempiterna enemiga de Felipe Calderón, quien en su último mensaje a la nación con motivo del sexto informe de gobierno presumió que en materia laboral cumplimos con la promesa de campaña y con la meta establecida, por lo que, dijo, los resultados son palpables. Y, sí, lo son, pero devastadores; es decir, en estricto sentido contrario de lo dicho por el citado cuentacuentos, segundo accidente trágico al hilo en la política nacional en 12 años. De ese tamaño es la trágica herencia, y también de igual proporción el reto para el gobierno peñanietista.

Las rebanadas del pastel

¡Coño!, qué productividad: parece que el presidente español tomó un curso intensivo de política a la mexicana y lo concluyó con mención honorífica, porque tan sólo en su primer año de estadía en la Moncloa Mariano Rajoy incumplió más de 90 por ciento de su programa electoral (La Jornada, Armando G. Tejeda). Pero que el gallego no se arredre, pues –si antes los españoles no lo botan– aún le queda tiempo suficiente para cuando menos igualar a los presidentes mexicanos, quienes descaradamente incumplen al ciento por ciento y todavía presumen ¡cumplimos!