ace unas semanas, el Teatro de Bellas Artes fue anfitrión de una sesión musical cien por ciento finlandesa: dos obras fundamentales del catálogo de Jean Sibelius y el estreno en América Latina de una obra de Kaija Saariaho, a cargo de un director (Santtu-Matias Rouvali) y un clarinetista (Kari Kriikku) oriundos de Finlandia, con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN).
Rouvali inició su programa al frente de la OSN con una peculiar interpretación del poema sinfónico El cisne de Tuonela, de Jean Sibelius, poniendo especial énfasis en destacar las sutiles progresiones armónicas de la obra y, al mismo tiempo, perfilar con intención los detalles más oscuros de una orquestación que no por austera es menos rica.
Después, el fascinante concierto para clarinete de la compositora Kaija Saariaho, titulado D’OM LE VRAI SENS, inspirado en la serie de tapices medievales conocida como La dama del unicornio. La obra fue trabajada por Saariaho con la colaboración del formidable instrumentista Kari Kriikku, a quien la partitura está dedicada, y fue ciertamente significativo que el propio Kriikku se encargara de esta ejecución.
Se trata de un concierto complejo y polifacético que plantea una serie continua de acciones escénicas para el clarinetista, lo que hace indispensable presenciar la interpretación en vivo para calibrar su verdadero alcance.
Kriikku, de estatura legendaria en el mundo de la música contemporánea, interpretó el concierto de Saariaho no solo con un alto nivel técnico y expresivo, sino también dominando con fluidez, eficacia y el indispensable toque de sentido del humor, la parte teatral de la partitura. Esta componente escénica, inteligentemente concebida e integrada a la música por la compositora, incluye un inicio en el que el clarinetista toca solo, allá lejos en las alturas, fuera de la escena, y un final en el que convoca a varios violinistas de la orquesta a seguirlo hasta la platea.
Si la parte solista de D’OM LE VRAI SENS es como un vasto catálogo de técnicas y modos de producción sonora en el clarinete (armónicos, multifónicos, digitaciones alternativas, respiración circular), la parte orquestal se percibe como un iridiscente y caleidoscópico flujo de colores orquestales fantásticos. El acompañamiento de Santtu-Matias Rouvali tuvo las dos virtudes que son esenciales en estos casos: trabajó siempre al servicio de la ejecución de Kari Kriikku y a la vez supo cuándo extraer de la orquesta el protagonismo requerido en ciertos pasajes fundamentales de la obra.
Para concluir su programa, Rouvali ofreció una interpretación de la Primera sinfonía de Sibelius que fue, entre otras cosas, asombrosa, y que de inmediato fue objeto de controversia entre los asistentes. El joven y extrovertido director finlandés hizo una versión de la obra que no se parece en nada a ninguna otra que haya yo escuchado antes, ni en vivo ni grabada.
Rouvali propuso como principal línea de conducta un concepto muy personal y poco ortodoxo del tempo, que tuvo la virtud de ser un concepto unitario y coherente a lo largo de toda la obra. A la vez, eligió un balance orquestal que en numerosas ocasiones hizo destacar líneas musicales que en la mayoría de las versiones permanecen ocultas.
Como consecuencia de este enfoque, numerosos pasajes de la Primera de Sibelius surgieron con una nueva, distinta luz, que seguramente escandalizó a más de un melómano tradicionalista.
Otro aspecto destacado de esta singular versión de Rouvali fue su propósito indeclinable (y muy bien logrado, en mi opinión) de soltar las amarras a los metales de la Sinfónica Nacional para producir a lo largo de toda la obra una sonoridad especialmente brillante y energética.
Particularmente en la Primera de Sibelius, Rouvali mostró ante los músicos de la OSN una admirable capacidad de estar con todos, todo el tiempo, lo que habla bien de su eficacia en el estudio y disección de esta compleja partitura, así como de una intuición finamente calibrada para mantener bajo control los numerosos hilos de una interpretación tan poco convencional de una obra bien conocida y arraigada en el repertorio. Sin duda, Rouvali es un director cuya carrera valdrá la pena seguir con atención.