e ha dicho que el más afamado crítico-historiador de los tiempos recientes fue este australiano que murió el 6 de agosto pasado en un hospital neoyorquino del Bronx. Es ampliamente conocido entre nosotros su libro Nothing if not Critical, cuya versión en español es de Anagrama.
Circula su último trabajo Rome. A Cultural, Visual and Personal History de unas 500 páginas. Hasta dónde sé, ya hay traducción al español, pero no circula todavía. Basado en lo que supo y conoció de Roma, ciudad que visitó en un sinnúmero de ocasiones, la trama de Hughes fluye de principio a fin con dosis de humor a veces más negro que el petróleo. Elocuente y combativo vivió con intensidad su trabajo, pero se dice que escribió con un sentido de autoridad que debe más a Zolá y a Ruskin que a su propio siglo
, algo discutible.
La arquitectura, profesión en la que se matriculó, es híper presente en sus visiones sobre Roma, e igualmente prestó pormenorizada atención a la historia del papado casi desde sus inicios y lo hizo a mi juicio no sólo con objetividad, sino a veces a partir de investigaciones pormenorizadas. En todo caso ha sido considerado entre los 100 mejores escritores de no ficción en lengua inglesa.
Antes de convertirse en el crítico de Time, colaboró en The Spectator y en The Times y su fama no se debe sólo a artículos y libros, sino a sus documentales para la BBC de Londres, entre los que destaca El shock de lo nuevo (también aparecido en forma de libro), su monografía sobre Barcelona, que obtuvo un premio y que guarda carácterísticas de homenaje a esa ciudad, al igual que el volumen aquí mencionado y el llbro y documental sobre Goya.
Se ha señalado que en Rome... ciertas cuestiones son inexactas. Por ejemplo, El papa Clemente V que pontificó entre 1305 y 1320, fue italiano o francés? En realidad fue francés: Bertrand de Gut.
Dedica secciones a comentar los logros y las atrocidades de varios pontífices, terminando sus exposiciones con algunas salidas que provocan simultáneamente horror y risa involuntaria. Así, Inocencio III perpetró la peor de las acciones que tuvieron lugar en Europa, una cruzada antiherética interna. Se refiere a los cátaros que eran pacifistas, enemigos de la guerra y de la pena de muerte. Se dispuso que fueran aniquilados junto con otros habitantes no heréticos
. Eso no importó al pontífice, porque al cabo, ya todos muertos, Dios sabría a quiénes elegir para la salvación o la condenación
.
A partir del capítulo sobre el Renacimiento, que sigue en forma un poco exabrupta al que dedica al papado en Avignon, circunscribe la atención a sus temas predilectos: la arquitectura, la escultura y la pintura, sin disfrazar sus preferencias y sin miedo a las palabras.
Sus héroes renacentistas son Rafael y Miguel Ángel, no Leonardo porque sus acciones en Roma no produjeron obras como las realizadas por sus colegas, cuyas muertes están distanciadas en algo más de 40 años, debido a que Rafael (a cargo también de la reconstrucción de la Basílica de San Pedro) murió en 1520 y Miguel Ángel hasta 1564. Informa puntos que quizá no son del dominio común: la famosa Loba de Roma con los mellizos Rómulo y Remo, no es en su totalidad una pieza antigua. Los mellizos son adiciones del escultor Antonio Pollaiuolo (1432-1498).
El siglo siguiente, que es la gran centuria del barroco en Roma, y el que dio a la Ciudad Eterna la fisonomía que, con consabidas alteraciones conserva, pareció ser su predilecto, pero no es Caravaggio “uno cervello stravagantissimo”, según uno de sus colegas detractores en vida, su pintor predilecto. Presta más atención a Anibale Carracci, por ejemplo, si bien el Merisi “era un genio… Búsquense trazas suyas en Rembrandt, Sehers, Velázquez, Ribera, Georges de la Tour y en docenas más, sin tomar en cuenta a los puramente imitadores”.
A partir de investigaciones muy acotadas, refiere la colocación de los obeliscos en Roma. Visitantes, turistas y romanos por igual, ven (hemos visto) los obeliscos, allí están, sea el de la Minerva que el de Piazza Barberini o el más poderoso de todos, cuya erección hizo posible al autor el rescate de un héroe anónimo: un marinero de apellido Bordighera, quien en medio del silencio prescrito, so pena de prisión, levantó un grito diciendo: Acqua alle funi
(agua a las cuerdas), cuando el equipo del arquitecto Domenico Fontana, en complicadísimo operativo, intentaba levantarlo en la Plaza de San Pedro. La situación se salvó, pues debido a la fricción, las cuerdas estuvieron a punto de incendiarse y el obelisco se hubiera venido abajo dejando ipso facto de ser obelisco. e si non e vero, e ben trovato
(si no es cierto, está bien encontrado), como alguien dijera en ese tiempo.
Uno de los más apasionados capítulos del libro está casi en su parte final y trata de Marinetti y del futurismo, tema que incluye soberbio retrato hablado de un inflado personaje: Gabriel d’Anunzio.