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Ver día anteriorDomingo 11 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cacerolazo en el Obelisco
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diferencia de lo que ocurrió a finales de 2001, cuando amplios sectores de la población salieron a las calles para pedir que se vayan todos, y la reacción popular contra un gobierno que había perdido el rumbo fue repelida por la policía, con el consiguiente resultado de decenas de muertos y centenares de heridos, la importante protesta que tuvo lugar la noche del jueves en Buenos Aires transcurrió sin incidentes y concluyó sin siquiera un herido. Así quedó demostrada con terminante contundencia la plena vigencia de la más completa libertad de expresión y manifestación en Argentina.

Situación paradójica fue la televisión pública, y no la multitud de medios audiovisuales privados y monopólicos, la que cedió micrófono y cámara a los desafiantes manifestantes de clases media y alta que ocuparon el centro de la ciudad, en torno al emblemático Obelisco porteño, para reclamar el libre acceso a la compra de dólares, condenar una supuesta dictadura y, entre otras pancartas, exhibir algunas donde se leía: No queremos ser Venezuela.

Contrariamente a todas las afirmaciones de la oposición de derecha –y sus aliados de una supuesta centroizquierda–, la marcha antigubernamental fue resultado de una meticulosa organización, contó con un detallado apoyo logístico, dispuso de grandes recursos económicos y, sobre todo, recibió el aliento y la amplificación del principal monopolio mediático, propietario del diario Clarín y de una larga lista de señales de televisión, estaciones de radio, agencias y periódicos en toda la geografía argentina.

Curiosidades de la protesta, algunas de las consignas exigían el regreso de la fragata-escuela de la Armada argentina, retenida en un puerto africano por una acción judicial de los fondos buitre que reclaman el pago de deuda externa adquirida a precio vil. No menos paradójico resultó que uno de los homicidas múltiples más famosos del país, el odontólogo Ricardo Barreda, preso durante años por el asesinato de su esposa, su suegra y sus dos hijas, recientemente liberado, golpeteara una cacerola al grito de queremos seguridad.

Una panorámica sobre la multitud permite afirmar que estaba constituida básicamente por gente de mediana edad y situación económica acomodada: no prevalecieron los jóvenes, sector de la población que acaba de ser incorporado al padrón electoral gracias a una ley de inspiración oficial; ni obreros, segmento que aunque afectado por una relevante tasa de informalidad laboral, disfruta del menor índice de desocupación desde 1974.

A diferencia de la anterior demostración opositora, el 13 de septiembre pasado, cuando las descalificaciones y groserías personalizadas sobre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner estuvieron al tope de las expresiones, esta vez, debidamente aleccionados por los organizadores –políticos, periodistas y empresarios que lideran desde la penumbra estas convocatorias–, las demandas trataron de aparecer como reclamos revestidos de cierta racionalidad republicana. No obstante, los desbordes no faltaron: las protestas en la ciudad de Santa Fe, provincia gobernada por un autodenominado partido socialista, se iniciaron con la destrucción de una placa recordatoria del escritor y periodista Rodolfo Walsh, asesinado por la dictadura cívico-militar de 1976-1983.

Aquella dictadura, su herencia macabra y las políticas neoliberales –ejecutadas, consentidas o avaladas por políticos que entregaron al Estado a los intereses del capital concentrado– dominaron la escena política, económica y social argentina hasta la irrupción de un gobierno dispuesto a cambiar el rumbo, en 2003. La fuerza que encabezó Néstor Kirchner y que hoy lidera Cristina Fernández no se ha caracterizado por esquivar los problemas, deporte preferido de los dirigentes grises. Y su potencia y capacidad transformadora, la misma que hizo que la Argentina pudiera salir del abismo, seguirá generando conflictos, sobre todo con aquellos que no se acostumbran a que el Estado ya no está en manos de gerentes subordinados a intereses corporativos.

Aunque pudo haber alguna demanda legítima hacia un gobierno que ha mostrado, más de una vez, su capacidad para corregir el rumbo, si fuera necesario, nadie debería ignorar que el telón de fondo no es otro que la pulseada con el sector más reaccionario de la sociedad argentina que hoy expresa el mediático Grupo Clarín, mismo que durante décadas construyó la agenda gubernamental y ejerció el poder de veto sobre las políticas públicas en la Argentina. Hoy, eso ya no sucede y la marcha de este jueves puede verse, también, como uno de los estertores de la vieja Argentina.

* Dirigente socialista argentino. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno