s inherente a todo intento de pensar racionalmente la política, anticiparse a lo que vivirá el país. Su futuro suele pensarse en escenarios. A fin de preguntarse sobre uno que fuera distinto, quiero analizar desde distintos ángulos aquel en el que se mantendrían las tendencias actuales.
Este escenario, que surgiría al convertirse el virtual triunfador en triunfador real, no es muy difícil de imaginar. Tenemos dos antecedentes en el pasado cercano: el sexenio de Salinas de Gortari y el de Felipe Calderón. Ambos trataron de sustituir la falta de legitimidad de origen por la construcción de la legitimidad de resultados en el ejercicio de gobierno. El primero intentó hacerlo con los recursos de la privatización desenfrenada, que generaron un efímero crecimiento, aunque un permanente descontento social. El segundo lo quiso hacer con una absurda guerra, de cuyas víctimas se ha extendido el reclamo social con la estrepitosa derrota de su partido. El virtual ganador de las elecciones parece que pretende alcanzarla inyectando recursos a través de un paso más en la privatización, la de Pemex, con la desestructuración de las instituciones que posibilitaron la estabilidad política, la de la seguridad social.
Estas medidas ignoran el límite histórico que han tenido las privatizaciones en los diversos países: el de los bienes que han sido parte de las refundaciones políticas nacionales. El petróleo, nacionalizado por Cárdenas, no podrá entonces privatizarse sin un fuerte conflicto social. Las conquistas laborales de inicios de los 40 tampoco podrán revertirse sin otra fuerte dosis de conflicto. Pero además, en un mundo con una economía convulsionada, será difícil que la economía mexicana pueda ser una isla de crecimiento. En breve, el costo político sería elevado, y el rendimiento económico escaso.
Enfoquemos ahora otro ángulo del mismo escenario, el de los actores sociales, y dentro de ellos el que por méritos propios ocupa el centro de los medios de comunicación: el #YoSoy132. Más allá de las circunstancias de su surgimiento, expresa el descontento acumulado por décadas de ineficiencia económica, que han dejado a las juventudes universitarias sin oportunidades de desarrollar sus saberes en el mundo laboral. No en balde se inició en las universidades privadas. Esta frustración ya la habían experimentado los estudiantes de las públicas desde el siglo pasado, si bien sus movimientos de protesta fueron hacia adentro de las propias universidades. El movimiento actual sabe que su protesta tiene que expresar las de todos los agraviados por décadas de ineficiencia en la conducción de la economía, y de avaricia de los gobernantes en la transición a la democracia.
Los actores tradicionales en su vertiente democrática, obreros y campesinos, han comprendido la inutilidad de la espera de la respuesta gubernamental a sus demandas básicas. También aprendieron que no basta con su adhesión a los partidos de la izquierda, que sin excepciones privilegiaron sus burocracias y sus alianzas con antiguos personajes de trayectorias cuestionables, por encima de una decidida alianza con los actores sociales. Frente a ello, la construcción de mediaciones para la atención a las demandas sociales requiere cambios político–institucionales que la actual oferta política no tiene en su agenda. Lo que reduce aun más la factibilidad de una estrategia legitimadora del próximo gobierno.
Veamos el tercer ángulo de este escenario, los partidos políticos. Podría haber intentos de negociación entre ellos, pero cada uno tendría que atender sus propias crisis y sus propios desafíos. El PAN, desde su banca de tercera fila, podrá apostar a influir en las decisiones políticas que le permitan mantener a sus élites, las que se aseguraron un presente de abundancias en el desempeño de la función pública, o confirmaron sus riquezas haciendo negocios privados en el ámbito gubernamental.
Eso no les aseguraría la sobrevivencia de sus elites regionales y locales, las que evitaron que su catástrofe electoral no fuera todavía mayor. Estas ya no gozarán del apoyo de la federación, y sí cargarán con las culpas del sexenio anterior. Si decidieran reconstruir su influencia por vías distintas a las del panismo, no sería exagerado hablar de la posibilidad de la desaparición del hasta ahora partido más antiguo del país. La disyuntiva que tiene ante sí es la de ser un colaborador casi incondicional del virtual próximo gobierno para mantener los privilegios de sus elites, o bien la de retomar su lado crítico a la democracia existente, y denunciar los atropellos a la transición. La primera no es una buena noticia para el PAN como partido. La segunda no es una buena noticia para el PRI como gobierno.
La hoy considerada como segunda fuerza electoral tendría como reto principal mantener la unidad que le permitió un avance significativo. Lo que en sí mismo encierra múltiples escenarios: nuevos partidos, un solo partido con múltiples expresiones internas, etcétera. Lo cierto es que, tal y como están los partidos de la izquierda, a lo peor que podrían llegar es a desperdiciar de nueva cuenta su oportunidad de aprovechar el peso político ganado en las urnas, para lograr los cambios que al menos discursivamente justifican su existencia, pero, sobre todo, la adhesión de sus constituyentes
. Aceptar una negociación con el partido gobernante, sin que ella implique cambios históricos, será el camino más corto para regresar a su tercer lugar en las próximas elecciones. Elevar sus costos de negociación es la única alternativa para mantener la adhesión de sus bases y avanzar en el camino de convertirse en la primera fuerza electoral. Tampoco es una buena noticia para el partido hoy virtualmente triunfador.
Habrá que preguntarse si es éste el único escenario. Por supuesto que no. Hay otro tan cercano como poco probable. El escenario en el cual repensamos todos los mexicanos el futuro del país, el tipo de política que lo haría factible y las instituciones que lo garantizarían. Desafortunadamente esta oportunidad no depende de las mayorías, sino de un pequeño número de personas que tienen la opción de elegir la vía de la confrontación o la de los acuerdos para la actualización de México al siglo XXI. Puede haber un escenario distinto, pero eso por ahora depende sólo del Trife.