a noche del pasado sábado 21, Manuel Díaz, de 25 años, originario de México, fue baleado por la policía de la ciudad de Anaheim, que le provocó la muerte. Veinticuatro horas después Joel Acevedo, de 21 años, también de origen mexicano, fue alcanzado por las balas de otro policía de la misma ciudad, y murió horas después en el hospital. Los policías han argüido que los jóvenes pertenecían a grupos gangsteriles y pretendían agredirlos. En lo que va del año es el octavo incidente violento en el que la policía ha participado; cinco de ellos han sido de consecuencias fatales para otros tantos ciudadanos de origen mexicano.
Según las autoridades policiacas, en todos los casos quienes murieron pertenecían a bandas de gángsters
, y en cada uno de ellos los agentes se vieron precisados a disparar por causas justificadas
. Lo que no han dicho es que el color de las víctimas ha sido el motivo de la causa justificada
para disparar.
La violencia policiaca ha tenido respuesta en sendas protestas a lo largo de todo el país, lo mismo en Nueva York que en San Francisco, en Oakland y Chicago. Al margen del resultado de las investigaciones que realizarán las autoridades locales y la FBI, lo que es evidente es que quienes han sido objeto del celo de los responsables del orden
son jóvenes de origen mexicano.
Hasta cuando entenderán estos individuos investidos de agentes del orden que el color no es un motivo para rescindir los derechos civiles y que los delitos deben ser juzgados por las autoridades correspondientes y no por un celo
justiciero inspirado en el más puro racismo.
Paralelamente a estos eventos, en la ciudad de Phoenix, Arizona, se celebra el juicio en contra del funesto sheriff del condado de Maricopa, Joe Arpaio, acusado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos de violar los derechos humanos de ciudadanos de origen mexicano, objeto de persecución y malos tratos por el sólo hecho de su color. De las declaraciones vertidas por un largo desfile de testigos se desprende que han sido innumerables las humillaciones de Arpaio y los agentes bajo sus órdenes en contra de aquellas personas cuyo único delito es no ser blancas.
Anaheim y Arizona son la punta del iceberg en cuya base descansan las semillas de un racismo que no ha quedado atrás y pasará mucho tiempo para que sea superado, no obstante los evidentes avances legislativos en materia de derechos humanos e igualdad racial.
La única respuesta de quienes han nacido al sur del río Bravo y residen en EU, es participar en la vida política estadunidense y hacer valer sus derechos en las urnas. Es absurdo que en una ciudad como Anaheim 55 por ciento de sus habitantes son de origen mexicano, pero en su asamblea de gobierno solamente haya un representante de ese origen.
Por cierto, Disneylandia está enclavada en Anaheim; vale advertirlo a los mexicanos que se dispongan a visitarla en sus vacaciones.