Sábado 26 de mayo de 2012, p. a16
La reciente visita del Balanescu Quartet, como parte fundamental del fmx-Festival de México, coincide con el 25 aniversario de esa institución musical, considerada aún como un grupo de culto. También, con la aparición de su nuevo disco que llega a México: This is The Balanescu Quartet (Mute Records Limited), que es en sí mismo una antología, preparada por el propio Alexander Balanescu, celebratoria de su primer cuarto de siglo y al mismo tiempo un excelente ejemplo de un concierto en vivo, como el segundo de los que ofreció hace un par de semanas y del cual nos ocuparemos aquí, pues ya el crítico de música de La Jornada, el maestro Juan Arturo Brennan, analiza el primero de ellos, ocurrido en Bellas Artes, con música de Arvo Pärt, Giya Kanchelli, Michael Nyman y un estreno de Alexander Balanescu.
El concierto realizado en la Sa-la Nezahualcóyotl resumió la personalidad en fulgor de esta agrupación fuera de serie. Antes de iniciar el recital, una voz entre el público gritó: ¡no micros!
, en sentido contrario a la gran tradición que ha instaurado Balanescu desde hace apenas un cuarto de siglo: la amplificación, con micrófonos de contacto, de sus instrumentos acústicos es parte fundamental de su búsqueda sonora: producir nuevos sonidos, romper barreras, derribar mitos y desvanecer esclerosis auditivas es lo suyo.
Otro tema que aún no es asimilado entre el público creciente del Balanescu Quartet es que lo suyo tampoco es el minimalismo: su estilo, ciertamente emparentado con la música de Michael Nyman, quien tampoco es minimalista, se cimbra y está sembrado en la profundidad de la música rumana, que a diferencia de la neo-gitana (Goran Bregovic) y neo-húngara (Márta Sebestyén), tiende sus raíces hacia lo arcaico, hacia la profundidad del alma.
El gran crisol de culturas que es Transilvania tiene un swing identificable que reúne lo húngaro, lo gitano y la gran tradición anímica rumana. He ahí el secreto de Alexander Balanescu, quien añade deliciosas dosis de humor, crítica social, ironía celeste, hermosos valses y movimientos lentos: amorosos más que melancólicos y, nuevamente, una raigambre cultural que se evidencia en su más reciente grabación de estudio: Maria T, dedicada a Maria Tanase, esa Edith Piaf rumana, tan venerada como criticada por los reaccionarios y tiranos (Ceausescu, ¿les suena?) acusada de traicionar
el folclor rumano, cargos que algún despistado pudiera dirigir ahora en contra de Alexander Balanescu.
El esplendor, misterio, encanto irresistible de la música de Balanescu fue comprendida, atesorada y expandida por Pina Bausch, episodio recogido por Wim Wenders en su extraordinario filme Pina, actualmente en cartelera y que nadie debe perderse: Pina danza Balanescu y otras músicas terrenas y celestes y nos lleva con ella a su dulce, íntimo vals, periplo de eternidad.