a hemos comentado que la ciudad de México abarcaba hasta mediados del siglo XIX el espacio que hoy llamamos Centro Histórico. El crecimiento se dio sobre haciendas y ranchos que la rodeaban. Uno de ellos fue el conocido como Potrero de Romita que formaba parte de la Hacienda de la Condesa, una de las más prósperas de la época.
Aquí adquirió en 1902 una vasta extensión el visionario Edward Walter Orrin, quien había fundado el famoso Circo Orrin, en donde se hizo célebre el payaso Bell. Su idea era realizar un fraccionamiento con un diseño novedoso. Lo bautizó como colonia Roma; las calles se nombraron en homenaje a los estados de la República en donde el circo había realizado sus giras más exitosas. Los terrenos se publicitaban como los más pintorescos y sanos
de la ciudad. La traza urbana era soberbia: calles amplísimas, muchas de ellas de 20 metros de ancho, con camellón central, bellamente arbolado, al igual que las generosas banquetas. La avenida principal, entonces llamada Jalisco, hoy Álvaro Obregón, quien por cierto habitó en la colonia, hasta la fecha es lujosa. Pocas avenidas tenemos de 45 metros de ancho y que haya conservado su camellón y doble hilera de árboles, algunos de esa época.
Los lotes originales eran para mansiones: los grandes tenían entre mil y cinco mil metros cuadrados. Esto permitía construir casonas y jardines espléndidos, con espacio para caballerizas o bien edificios de departamentos con calles privadas. Ya hemos comentado que el proyecto fue un gran éxito económico, ya que para 1906, las tres cuartas partes del fraccionamiento habían producido ganancias aproximadas de dos millones de pesos, una verdadera fortuna si se considera que el metro cuadrado de terreno costaba 25 pesos.
Esto propició que las personas de mayores recursos adquirieran ahí sus terrenos, y contrataran a los mejores arquitectos para que les construyeran lujosas residencias en una diversidad de estilos, entre los que prevalecía el afrancesado. En la segunda mitad del siglo XX, entre otras causas por las rentas congeladas, la colonia se deterioró y se destruyeron muchas residencias. Afortunadamente desde hace unos años la Roma está teniendo un renacimiento que ha llevado a que las construcciones que se salvaron, que no son pocas, estén siendo restauradas; buena parte de ellas para alojar restaurantes, galerías, museos y boutiques
y un porcentaje para habitación. Todo ello está volviendo a dar vida a sus magníficos espacios, como las plazas; una de las más bellas es la llamada Río de Janeiro, que luce en el centro una réplica en bronce del David de Miguel Ángel. Otra que merece mención es la Plaza Madrid, que ostenta una réplica de la bella fuente de Las Cibeles, que obsequió la comunidad española en 1980.
Entre los templos destaca la Sagrada Familia, que se encuentra en la esquina de Orizaba y Puebla. Su construcción la iniciaron en 1910 el arquitecto Manuel Gorozpe y el ingeniero Miguel Rebolledo, con el auspicio de los jesuitas, en un terreno donado por los señores Orrin y Lascuráin. Es una construcción ecléctica ya que refleja varios estilos. Conserva hermosos vitrales, realizados en Italia. Aquí reposan los restos del jesuita Miguel Agustín Pro, quien fue acusado del asesinato de Álvaro Obregón, por lo que fue fusilado ese mismo año de 1927.
Sobre las vivencias de la colonia Roma vamos a platicar el día 30, a las 19:30 horas, en el Hotel Brick, calle de Orizaba 95, en una tertulia de café y jazz
. Informes en el nextel 36210167 y [email protected].
Y ahora vámonos a echar una chistorrita y una abundante paella a Covadonga, la tradicional cantina situada en la calle de Puebla 121. Aquí conviven armónicamente varias generaciones. Periódicamente se reúnen desde hace décadas compañeros universitarios que ya cumplieron medio siglo de recibidos y ahora juegan dominó con jóvenes de la edad de sus nietos y todos felices.