Opinión
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65 Festival Internacional de Cannes
Obvios espejismos de felicidad
C

annes, 18 de mayo. Un caso particular es el del realizador austriaco Ulrich Seidl quien, a la par de su colega y paisano Michael Haneke, ha expresado una visión de la humanidad plena de misantropía. Paradies: Liebe (Paraíso: amor) es la primera parte de una planeada trilogía sobre respectivas mujeres que se van de vacaciones con diferentes intereses. La película examina a las señoras austriacas, viejas y sobradas de peso, que viajan a Kenia para hacer turismo sexual.

Seidl se centra en el personaje de Teresa (Margarethe Tiesel), quien se dedica a una búsqueda similar a la que se supone ocurre entre las turistas gringas y los lancheros mexicanos. Al principio, ella escapa de los varios kenianos que la asedian en la playa para venderle bagatelas. Pero pronto se acostumbra a la idea de ver en ellos a unas mascotas sexuales, y ellos, a su vez, la explotan como si fuera un cajero automático con lonjas y celulitis.

Fiel a su estilo, el cineasta mantiene su distancia para filmar esos intercambios con tono semidocumental. Sin embargo, las escasas variaciones de esa explotación mutua se vuelven reiterativas. El único cambio en Teresa es su mayor disposición a ser humillada. Y bajo esa visión reduccionista, pareciera que los hombres africanos viven exclusivamente de timarles dinero a las turistas desesperadas. En Días perros (2001) e Import/export (2007) había enfocado a personajes marcados por la degradación, sin excluir un sentido de compasión. Aunque sola y patética, la protagonista de Paradies: Liebe resulta demasiado desagradable como para compadecerla.

Por su parte, en Reality, el italiano Matteo Garrone describe la enajenación sufrida por un simpático vendedor de pescado napolitano cuando fantasea que puede llegar a participar en el programa Big Brother (Grande Fratello, le dicen allá). Como es previsible, la obsesión del hombre va en aumento y lo lleva a conductas extremas que preocupan a sus familiares y amigos.

A diferencia de su anterior Gomorra (2008), ese complejo tapiz sobre cómo la mafia napolitana afecta diversos aspectos de la sociedad civil, esta película sólo ofrece la perspectiva del ingenuo protagonista, seducido por el concepto generalizado de obtener fama y fortuna inmediatas gracias a la televisión. La idea no es nueva. Para más detalles, tan sólo en el cine italiano hay dos clásicos sobre un tema similar, Bellísima (Luchino Visconti, 1951), y Ginger y Fred (Federico Fellini, 1986). Incluso el espíritu felliniano planea en algunas secuencias –una boda de singular mal gusto, el show de una falsa celebridad en una disco infernal–, pero no es suficiente para que Reality trascienda lo limitado de su alcance satírico.

Otras secciones se inauguraron ayer con escasa resonancia. Fu cheng mi shi (Misterio), del chino Lou Ye, marcó la inauguración de Una Cierta Mirada, y demostró ser un truculento pero tibio thriller sobre un hombre con la mala ocurrencia de engañar a dos mujeres temperamentales. Mientras The We and I (El nosotros y el yo), producción gringa del francés Michel Gondry, fue la que abrió la Quincena de Realizadores. Después del fracaso comercial y artístico de El avispón verde (2011), la carrera de Gondry sólo podría ir en ascenso. Muy ligero, según el resultado: un verborreico viaje en autobús de varios adolescentes que regresan de la escuela a su hogar en el Bronx. No se antoja tanto un remake juvenil de Get on the Bus (Spike Lee, 1996), como una versión pauperizada y ambulante de The Breakfast Club (John Hughes, 1985). La británica Broken (Roto), debut del director teatral Rufus Norris, inauguró la Semana de la Crítica pero quien esto escribe ya no alcanzó a cubrir tanto territorio.

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Twitter: @walyder