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Presentan libro sobre el arte de Rodrigo Moya

Nunca usé flash; me gusta sentir la luz

Una mirada documental, de Alberto del Castillo, fue coeditado por El Milagro-UNAM-La Jornada

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Rodrigo Moya en su casa de Cuernavaca, durante la entrevista con La JornadaFoto Yazmín Ortega Cortés
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La cargada, Toluca, estado de México, 1958; Retrato de tiburoneros, Holbox, Yucatán, 1978, y Carlos Ortiz Tejeda, ciudad de México, 1958Foto Rodrigo Moya
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 13 de marzo de 2012, p. 4

Cuernavaca, Mor. El sentido político y estético que Rodrigo Moya imprimió en las imágenes que como fotoperiodista captó entre 1955 y 1967 está presente en el libro Una mirada documental, del investigador Alberto Castillo Troncoso.

El volumen, coeditado por El Milagro, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y La Jornada, gracias a un apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, contiene una selección del vasto archivo del fotógrafo, quien lo mismo trepó selvas y montañas codo a codo con guerrilleros sudamericanos que recorrió marchas y mítines de pe a pa.

Moya fue testigo de los funerales de artistas como Diego Rivera y Francisco Goitia, tuvo la suerte de encontrarse a María Félix comprando baratijas en el mercado de La Lagunilla, pero también documentó el nacimiento de Ciudad Nezahualcóyotl y acompañó al pueblo cubano en el triunfo de su revolución, entre otros acontecimientos.

Su archivo es uno de los más valiosos que existen en México, aunque falta estudiarlo y difundirlo en su totalidad. Se trata de un acervo que el maestro califica de clásico y muy conservador, con alrededor de 40 mil negativos sobrevivientes.

Es decir, explica Rodrigo Moya en entrevista, “lo que tengo es apenas 60 o 70 por ciento de todo lo que hice cuando fui fotorreportero, pues lo demás se dispersó. Era normal en aquella época, uno era muy descuidado, no teníamos sentido de la trascendencia de la foto. Además, en los talleres trataban muy mal los negativos, pero también se perdían las fotos de asuntos espinosos.

“Por ejemplo, cubrí la represión de 1958, el llamado ‘verano del descontento’, y la primera entrega nunca la recuperé. Cuando me di cuenta de eso empecé a guardar el material, pero claro, también había mucha basura. Apenas hace 12 años empecé a poner atención en mi archivo, porque no tenía idea del sentido del peso de la foto.”

Rodrigo Moya se retiró de las trincheras de fotoperiodismo en 1967, porque pagaban muy mal, pero además porque toda la información que se daba de las guerrillas era muy distorsionada. Me retiré para hacer foto comercial y de teatro. También hice foto de mar, de pesca, y me dediqué a escribir. Durante 22 años edité una revista de pesca, viví esclavo de eso. Ahora, adoro mi archivo, es mi vida.

Mar y luz

El mar y la luz son las grandes pasiones de Rodrigo Moya (nacido en Colombia en 1934, naturalizado mexicano). Su casa en Cuernavaca está invadida tanto por su hermosa colección de conchas marinas como por sus fotografías en las que, invariablemente, la luz es la protagonista principal.

“Nunca usé flash. Me gusta sentir la luz. Con mis colegas jugábamos al ‘ojímetro’, a decir: a ver, con cuánto expones aquí con 100 ASA. Entenderse y negociar con la luz era un problema serio sin usar flash. Fue en los años 50 cuando se inició esa corriente que proponía trabajar con ‘luz existente’; fue algo muy de los gringos, siempre en la punta de la tecnología fotográfica. A mí me encantó, sobre todo para hacer foto de danza y teatro, porque la luz era un protagonista más, parte de la apuesta escenográfica.”

La charla continúa con sus recuerdos acerca de su padre, Luis Moya, escenógrafo de teatro y luego de cine: “en los estudios cinematográficos viví rodeado de cámaras; mi madre era muy aficionada a la foto, pero nunca se me ocurrió que me interesaría en la fotografía. De niño pensé estudiar ingeniería, hice el bachillerato en ciencias, pero no tuve vocación para las matemáticas, por lo que fui casi un nini”, bromea Rodrigo Moya.

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Guerrilleros en la niebla, Sierra de Falcón, Venezuela, 1966Foto Rodrigo Moya

Fue su amigo, el camarógrafo Guillermo Angulo, quien lo rescató de los frontones. Me pidió que le enseñara cómo funcionaba una cámara de televisión y yo le pedí que me explicara cómo trabajaba una fotográfica. Tenía la cámara que mi padre me había regalado de chamaco, fue mi primera réflex. Ahora encontré fotos hechas con ella y me he estado reconstruyendo como fotógrafo. Son del internado militar en el que estuve; hay fotos de amigos y algunas de las feroces novatadas de la Facultad de Ingeniería, en la que nos llenaban de chapopote y plumas.

La primera foto que un medio le publicó a Rodrigo Moya fue de la vedet Gloria Ríos en su presentación en el Teatro Iris. La sensual imagen fue portada de la revista Impacto, en noviembre de 1956.

“Lo primero que hice fue llevársela a Nacho López, quien me felicitó y me regaló el libro La familia del hombre, de la exposición de fotografías de autores de todo el mundo, realizada por primera vez en 1955 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, curada por el gran fotógrafo Edward Steichen.

Durante mucho tiempo esa colección tuvo una influencia documental muy fuerte sobre muchos fotógrafos. A mí me impresionó durante un tiempo, después ya no, porque es la concepción de la sociedad desde el punto de vista estadunidense. Me di cuenta de que la humanidad era otra cosa, continúa.

Ahora, con el auge de la fotografía digital, Moya confiesa que siente un poco de estupefacción ante lo que sus jóvenes colegas son capaces de hacer, “y ante el acceso que tienen a la luz, además de la facilidad con la que se toman tantas imágenes. La fotografía en los años 50 implicaba una reflexión, pues teníamos a veces poco material. Por ejemplo, tengo secuencias redondas, completas, de sólo 10 o 12 fotos. Para una entrevista usaba cinco o seis fotos, no más. Debíamos fijarnos en la gestualidad, observar mucho el rostro del entrevistado, fijarnos en la luz.

“Tuve una escuela muy fina con Nacho López y Guillermo Angulo; me gustaban las cosas bien hechas, por eso me di cuenta de que en el diarismo no se podía trabajar con cuidado, por las prisas con las que había que entregar el material. En aquella época se tenía que revelar e imprimir de inmediato: el de la fotografía era un mundo muy rústico y yo tenía una gran preocupación técnica. Por eso ahora mis negativos están, por ejemplo, bien lavados y en muy buen estado.

“Hoy veo la foto digital con admiración, pero un día decidí que era tarde para ponerme al día y cambiar toda mi concepción de la fotografía; entonces me quedé con la foto clásica, así la llamo, no análoga. No hago foto digital no sólo porque no sé, sino porque no me gusta la facilidad con la que se toman. Claro, se me antoja cubrir, por ejemplo, las campañas políticas, pero buscando los significantes: el entusiasmo de las personas, sus banderas.

Cubrí hasta 1998, pero como ciudadano, y a veces hago cosas con mi camarita Nikkon o con una Mamiya, pero mi principal ocupación es la catalogación y digitalización de mi archivo, al cual acuden muchos investigadores y tiene material para muchos libros más, concluyó el maestro Rodrigo Moya.

El volumen Rodrigo Moya: una mirada documental, de Alberto del Castillo, fue diseñado y coordinado por Pablo Moya, de El Milagro. Se presenta hoy a las 19 horas en la librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Época (Tamaulipas 202, colonia Hipódromo Condesa). Participan: Déborah Dorotinsky, Rebeca Monroy, Adriana Malvido, José Steinsleger, el fotógrafo y el autor.