ué diría el polémico José Vasconcelos sobre el desastre educativo y cultural de nuestros días? Qué sobre el parque Bicentenario que continúa multiplicando su costo o sobre las fiestas para conmemorar los 200 años de nuestra Independencia y del esperpento que sólo la corrupción y el mal gusto lograron erigir contra la transparencia en el uso de los recursos públicos y el sentido común? ¿A esos riesgos se refería en el remoto año de 1920 cuando nos advertía sobre el peligro de funcionarios resentidos que inevitablemente se convierten en los dictadores de la cultura
con cargo al erario?
Sólo el profundo desprecio por la educación y la cultura nos ha llevado a este estado donde niños de educación media tienen serias deficiencias en su capacidad lectora y carecen de los conocimientos básicos para llevar a cabo operaciones matemáticas sencillas.
Únicamente falta que a los expertos que prestan sus servicios en las oficinas públicas se les ocurra contrarrestar esas deficiencias sugiriendo que se le regale a cada estudiante de secundaria una calculadora para que pueda hacer la regla de tres y un lector digital de libros que además de almacenar cuentos o novelas pueda convertirse en un modernísimo audiolibro que, ahora sí, les permita leer con los ojos cerrados.
Si en los evangelios se multiplicaron los peces y los panes, en México se multiplicaron los pobres, el tráfico de armas, los muertos y los funcionarios corruptos en los pasados 10 años. ¿Será todo esto un mero asunto de percepción similar al que intentaron imponernos algunos sandios al hacer las cuentas alegres sobre la violencia en México? ¿Será que también el derrumbe de nuestro sistema educativo y cultural es un asunto de óptica manipulada por los medios? ¿De nuevo el mensajero es el culpable?
Vasconcelos creía que un Estado, cualquiera que sea, que permite que subsista el contraste del absoluto desamparo con la sabiduría intensa o la riqueza extrema, es un Estado injusto, cruel y rematadamente bárbaro. También decía que los políticos se habían ocupado de legislar para la protección de la propiedad, para la protección de la industria, y aun para la protección de los animales domésticos, pero que el caudal hombre había sido descuidado constantemente, como si él no fuera la fuente y origen de toda riqueza, de todo poderío.
Revolución y educación parecen haber sido el santo y seña de este inconforme lleno de contradicciones, que supo nadar a contracorriente y aprendió desde muy joven el arte de ser impopular.
Vasconcelos, según Claude Fell, se cuenta entre los primeros que en Latinoamérica luchan y actúan para instaurar una cultura a la vez nacional, continental y popular. “Algunas de sus decisiones –la publicación en grandes tirajes de libros clásicos, el muralismo, el teatro al aire libre, la arquitectura– son recibidas a veces con entusiasmo, a veces con hostilidad”. Resulta natural que eso siga ocurriendo: Vasconcelos fue y sigue siendo un centro de atracción y repulsión. Un escritor vivo como pocos.
Otro lector atento de José Vasconcelos, el poeta Luis Cardoza y Aragón, quien ha escrito algunas de las mejores páginas sobre este escritor, dice que el autor del Ulises criollo, La tempestad, El derrumbe y El Proconsulado, no fue mediocre ni en la porquería, tampoco hipócrita, simulador. Tuvo legitimidad como sabio, como artista, como hombre de meditación o de escándalo (…) Fue genial, soberbio, resentido, insoportable. “Por impetuoso me deleita –dice Cardoza–, aunque lo encuentre patético y amargo”.
La prosa viva de Vasconcelos no sólo debería ser lectura obligada para los estudiantes, pues además de disfrutar de una magnífica literatura podrían aprender historia y filosofía. Y si lo leyeran maestros y autoridades de educación y cultura, se multiplicaría el beneficio. Les sería más útil que los bestseller y libros de superación personal que piden a sus alumnos.
Ahora que está por cumplirse el 130 aniversario del nacimiento de José Vasconcelos valdría la pena acercarse nuevamente o por primera vez a la obra de este magnífico prosista que aun fue grande en sus errores y que entendió que vivir con plenitud, con arropo, ensayando vicios y placeres, por los altos y los bajos de la escala sensual, padeciendo amarguras y miserias por desiertos y los abismos, por la cumbre y en el hampa
, era mejor que llevar una vida administrativa gris y mediocre.
Para José Vasconcelos los pueblos sólo son ricos y fuertes cuando la población goza de bienestar y es ilustrada: la ignorancia de un ciudadano debilita a la nación entera y nos debilita a nosotros mismos
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En unos versos memorables, el poeta Carlos Pellicer nos recuerda que lo bueno que tenemos ahora es resultado de su genio, y de su vastísima mirada. Los que en él miran nada más que sus eclipses es porque son pobres imbéciles, pobres gallináceas
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