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Las vacas flacas La última ruptura en el ciclo de los nutrientes se produjo con el auge de la industrialización del campo, que estuvo relacionado en sus primeras etapas con la eliminación de los grandes animales de las explotaciones agrícolas, el desarrollo de grandes cebaderos y la sustitución de la tracción animal por tractores. Ya no era necesario cultivar leguminosas con el fin de alimentar rumiantes, que de un modo natural fijaban nitrógeno al suelo, en consecuencia aumentó la dependencia de abonos nitrogenados, con toda suerte de efectos ambientales negativos, entre ellos la contaminación de aguas freática y la “muerte” de los lagos. Estas modificaciones, unidas a un distorsionado patrón de desarrollo que ha caracterizado al capitalismo (y a otros sistemas sociales tales como el de la Unión Soviética, que reprodujeron la misma pauta desarrollista), adoptaron la forma de una ruptura cada vez más fuerte entre la ciudad y el campo. Fred Magdof, Less Lanyon y Hill Liebhardt. Nutrient Cycling, Transformations and Flows, 1979 En las antiguas hecatombes, los romanos sacrificaban cien bueyes. En la hecatombe mexicana de 2011 ya han muerto cincuenta mil bovinos y muchos más tendrán que ser enviados a los rastros o padecerán las secuelas del estrés hídrico y de la hambruna. Nuestra ganadería mayor andaba derrengada, ahora está para el arrastre. Y no se vislumbra una pronta mejoría, pues su modelo productivo es inadecuado, y no es previsible que los factores negativos que detonaron el actual desastre se modifiquen, pues tienen que ver con el cambio climático y el progresivo agotamiento del petróleo, componentes destacados del colapso civilizatorio que nos aqueja. Tales factores negativos son la escasez en México de agua, pastos, esquilmos y granos forrajeros, producto de heladas y sequías, y el alto precio de estos insumos importados, ocasionado por los mismos factores climáticos más el creciente empleo de maíz amarillo para la producción de etanol. La ganadería es víctima de la crisis, pero también uno de los factores que la ocasionaron. Junto con los monocultivos, el modelo pecuario industrial que cobró fuerza durante el siglo XX impulsó las explotaciones animales especializadas, que en el caso de los bovinos se materializaron en grandes hatos, primero cebados básicamente con pastos y después progresivamente dependientes de alimentos balanceados. Con un modelo de manejo totalmente separado del sistema de cultivos pero cada vez más dependiente de la agricultura que le proporciona los nutrientes, la ganadería se expandió durante el siglo XX a una tasa mayor que la demográfica, pues el peso de los cárnicos y lácteos aumentó exponencialmente en los hábitos alimentarios, al principio de la población metropolitana y más tarde de la periférica. La creciente demanda de proteína animal se tradujo en un aumento absoluto y relativo de la superficie agropecuaria dedicada a la ganadería, el cual que se realizó en detrimento de algunos cultivos pero sobre todo mediante la ampliación de la frontera agrícola a costa de superficies arboladas que fueron sustituidas por potreros dedicados a la ganadería extensiva. Su competencia por tierras y aguas con la agricultura directamente alimentaria y el empleo creciente de granos de potencial consumo humano para fines forrajeros hicieron de la ganadería en gran escala un factor importante en la actual escasez y carestía de la comida. Por otra parte, el desmonte de selvas y bosques para meter ganado, el establecimiento de potreros en tierras inadecuadas y el sobre pastoreo ocasionaron pérdida de vegetación y degradación de suelos, lo que, agregado a las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de los rumiantes, hace de la ganadería en gran escala uno de los vectores más importantes del cambio climático; mudanza manifiesta en heladas atípicas, sequías excepcionales e inundaciones bíblicas que, a su vez, ponen a la ganadería al borde del colapso. Así, el actual modelo ganadero es uno de los culpables mayores de la crisis multidimensional con que arrancó el tercer milenio. En México la llamada ganaderización del campo empezó en la segunda mitad del siglo XX, inducida por el aumento en la demanda y en los precios de la carne. Pero también impulsada por irresponsables políticas públicas que promovieron el desmonte del sureste, facilitaron la formación de latifundios ganaderos y financiaron con recursos fiscales la adquisición de los hatos. Y los facilitadores burocráticos del despegue se cobraron. Desde los años 70s del pasado siglo prácticamente todos los funcionarios de las secretarías de Agricultura y Reforma Agraria con puestos de director general hacia arriba se hicieron de ranchos ganaderos. Extensos potreros y lucidores sementales que aun cuando no dejaban demasiadas ganancias –por lo general estaban mal atendidos–, sí eran un signo de estatus. La que prosperó en los 60s y los 70s fue una ganadería extensiva basada en el pastoreo libre y con bajísimos índices de agostadero. Una explotación pecuaria cuyas utilidades provenían mucho más de la disposición de grandes extensiones de tierra que de las módicas inversiones productivas. Un negocio expropiador, ecocida, ineficiente y rentista cuyo modelo se agotó en la década de los 80s. Durante el boom, nuestra ganadería bovina abastecía el mercado interno en expansión y exportaba a Estados Unidos carne en pie o en canal. Pero al irse agotando las posibilidades de expandir la frontera agrícola, los rendimientos estancados o decrecientes restaron competitividad a los rutinarios ganaderos locales. Una competitividad que en realidad siempre fue frágil y sostenida en las rentas diferenciales que otorgaban las ventajas comparativas del sureste mexicano. En sus buenos tiempos, las mayores ganancias ganaderas estaban en engordar y con frecuencia el trabajo de cría era dejado en manos de campesinos que por falta de potreros, forrajes y dinero, tenían que vender los becerros apenas separados de la vaca. Pero desde hace un cuarto de siglo el negocio mayor pasó de los empresarios mexicanos a los agronegocios pecuarios estadounidenses que tienen feed-lots (ranchos de engorda) cerca de la frontera, a quienes ahora nuestros ganaderos venden becerros al destete y animales flacos que allí se van a terminar. En el mismo lapso y por las mismas razones, México se transformó de exportador en importador de carne en canal y en cortes. Así como en lo tocante a los hidrocarburos el país vende petróleo crudo y compra refinados, en lo que respecta a la ganadería exportamos animales vivos e importamos carne simplemente porque ya perdimos la capacidad de engordar becerros de manera competitiva. Aunque también es verdad que los bajos precios a los que podían vender los socios de la US Meat Export Federation, se explicaban en parte por el dumping manifiesto en los precios subsidiados de los forrajes que emplean. Aunque los engordadores del otro lado de la frontera se quedan con la tajada de león, vender ganado en pie era un buen negocio, entre otras cosas porque los forrajes resultaban abundantes y baratos aun si México no produce suficiente sorgo y maíz amarillo para consumo animal, pues las sucesivas Farm Bill estadounidenses subsidiaban las exportaciones de granos, de modo que para nuestros ganaderos era rentable importar insumos y exportar animales. Esto terminó con el siglo XX, cuando el creciente empleo de maíz amarillo para producir etanol redujo los excedentes cerealeros de Estados Unidos, provocando un sostenido aumento de los precios. Encarecimiento que se dispara con la crisis alimentaria iniciada en 2007 y que tiene un segundo pico en 2010. Y es que entre maíz y sorgo México importa anualmente alrededor de diez millones de toneladas, cuyo costo aumentó brutalmente, primero con el fin del subsidio estadounidense y después con la escasez provocada por las malas cosechas. Así estábamos cuando llegó 2011, un año “atípico” a cuya excepcionalidad, sin embargo, debemos empezar a acostumbrarnos pues el cambio climático augura que será recurrente. Empezamos con heladas en Sinaloa, con lo que se perdió gran parte de la cosecha maicera del ciclo otoño/invierno; siguió un retraso en las lluvias acompañado de heladas tempranas en Puebla y Veracruz; pero mientras en el norte las precipitaciones eran tardías y escasas, en el sureste eran torrenciales, y Tabasco sufrió una de las peores inundaciones de su historia; al término del año la sequía se había extendido sobre la mitad del territorio, desde Chihuahua hasta Querétaro. Sólo en maíz, las pérdidas se calculan en unos dos millones de toneladas. Y las vacas se mueren de hambre y de sed porque no hay agua, porque los pastos se secaron, porque escasean los esquilmos agrícolas y porque se perdieron las cosechas de granos. La ganadería mexicana agoniza y con ella agoniza un modelo ambientalmente insostenible y económicamente inviable. |