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Producción de leche en México Dependencia, polarización y baja eficiencia
Adolfo Álvarez Macías La crisis alimentaria de 2008 representó para México un reiterado anuncio de que su apuesta por depender de alimentos básicos importados era un fracaso; la crisis de 2010, que prácticamente se extiende hasta la fecha, lo vuelve a confirmar. ¿Seremos capaces de leer tantas advertencias? ¿De cambiar un rumbo que se ha revelado pernicioso para la mayoría de productores y consumidores mexicanos? México ha dependido históricamente de leche y derivados importados, aprovechando precios internacionales reducidos, por los altos subsidios incluidos. Dichas subvenciones han disminuido, y además la demanda de lácteos por parte de países en fulgurante desarrollo, como China e India, ha agotado los excedentes que existían en el mercado mundial. Por ello, el precio de la leche en polvo, que en el mercado internacional no rebasaba los dos mil dólares por tonelada durante los 80s y 90s, llegó a alcanzar en los meses recientes hasta cinco mil dólares y en la actualidad se estabiliza en torno a tres mil 200 dólares por tonelada. En este nivel de precios no sólo se anulan los incentivos para importar leche, también se compromete el abastecimiento interno. El encarecimiento de los granos forrajeros en el mercado internacional, de los cuales también existe alta dependencia y que son esenciales para los sistemas intensivos de producción de leche, complica más el desarrollo de la lechería nacional bajo el actual modelo. La producción de leche en México sumó alrededor de diez millones 700 mil toneladas en 2010, pero la demanda llega a casi 15 millones, es decir, se importa poco más de 28 por ciento de la disponibilidad nacional. En años anteriores ese porcentaje llegó a ser de hasta 35; el que hoy sea menor no significa un dinamismo de la producción primaria, pues a pesar de que en los 50 años recientes se ha registrado una tasa de crecimiento media anual de poco más de 3.2 por ciento, en 2006-2010 tuvo un avance promedio de 1.5 por ciento anual, inferior al crecimiento de la población. Además la productividad media es modesta, de menos de dos toneladas por vaca al año, contra 9.6 en Estados Unidos y 5.1 en Argentina. En la estructura productiva se distingue un desarrollo polarizado, ya que los ganaderos más capitalizados, que detentan entre 15 y 20 por ciento del hato lechero nacional aportan alrededor de la mitad de la producción de leche. Los productores de tipo familiar, con 60 por ciento del inventario animal, proporcionan menos de 30 por ciento de la leche. Esta distribución revela diferencias tecnológicas y organizativas marcadas; destaca que los productores capitalizados funcionan bajo el modelo Holstein, intensivo en el uso de alimentos concentrados y agua y con una amplia gama de innovaciones tecnológicas, de las cuales México también es dependiente. Además, este modelo productivo es gran demandante de agua para los cultivos forrajeros como la alfalfa y para el propio mantenimiento de los establos, e incide de manera extraordinaria en el agotamiento de los mantos freáticos en cuencas tan relevantes como las de Aguascalientes, Valles Centrales de Querétaro y, en especial, La Laguna; en esta última zona se están afectando gravemente los valiosos mantos de la Ciénega, con la aparente complicidad de las autoridades correspondientes. La degradación y contaminación que provoca, directa o indirectamente, la ganadería vacuna de leche de las mismas fuentes de agua y del suelo, deberían generar una urgente alerta para los responsables del desarrollo productivo y ambiental del país. En este contexto, la participación de Liconsa como una especie de regulador del sistema lácteo mexicano es notable y brinda opciones a consumidores y productores, especialmente los de bajos ingresos. Por un lado, por medio del Programa de Abasto Social (PAS), se distribuye leche subsidiada a cerca de seis millones de consumidores. Por otro, dispone del Programa de Compras de Leche Nacional, para sustituir la leche importada, adquiriendo leche a más de 11 mil 500 pequeños y medianos ganaderos (3.5 por ciento del total nacional), de 17 entidades federativas, que en 2011 han provisto alrededor de 70 por ciento del PAS. Para ello, ofrece un precio atractivo a los productores (hasta 5.60 pesos el litro en la actualidad) que ha servido como referente en múltiples mercados regionales. Sin embargo, se detecta que los precios de la leche crecen a ritmos más acelerados que los salarios, pues con un salario mínimo del Distrito Federal se podía comprar 15.5 litros de leche pasteurizada en 1980 y en 2011 no se llega a cinco. Ello explica en parte que el consumo de leche en México sea bajo, de alrededor de 125 litros per cápita, contra casi el triple en Estados Unidos. En conclusión, existe una baja eficiencia de la producción de leche en México, expresada en un modelo dependiente del exterior, con una estructura polarizada, con bajos rendimientos promedio, con baja sustentabilidad y sin capacidad de responder a las características de la demanda de la población mexicana. Por tanto, se justifica plenamente un cambio de modelo productivo y organizativo, con un dispositivo institucional que privilegie un desarrollo endógeno, sostenible y eficiente, en el cual se podría aprovechar y potenciar la experiencia de Liconsa.
Producción animal sustentable Ramón Soriano Robles1, Ladislao Arias Margarito1,
El concepto de sustentabilidad es cada vez más utilizado; mucha gente lo identifica con el cuidado del medio ambiente y con el paisaje limpio (agua, tierra y aire), así como con la preservación de las formas de vida silvestre, animal y vegetal. Sin embargo, dicho concepto también es aplicado en la mayoría de las actividades productivas, dado que éstas son fenómenos complejos donde participan una serie de actores que transforman insumos para convertirlos en productos o satisfactores de las necesidades básicas del ser humano. A partir de los años 50s, con la entrada de la “revolución verde”, las formas tradicionales de producción, basadas en el conocimiento local y manejo integrado de los agroecosistemas han ido reduciendo su presencia o desapareciendo. Esto se ha acentuado por el advenimiento de la llamada “revolución biotecnológica”. Ante este panorama, cada vez hay menos pequeños y medianos productores y más de los que concentran grandes extensiones de tierra, recursos y producción. Desde la perspectiva socioeconómica, esto ha generado migración, aumento de pobreza, concentración de la riqueza y desempleo. Desde el punto de vista ambiental, se ha perdido biodiversidad, se ha generado contaminación por el estiércol del ganado, y se han producido enfermedades nuevas y que han pasado del animal al ser humano (virus (A/H1N1). Ante este panorama y para recuperar la viabilidad social, económica y ambiental de los sistemas de producción a escala nacional y mundial (y por lo tanto su permanencia o sustentabilidad a largo plazo), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por medio del reporte Bruntland, recomienda un “desarrollo sustentable”. En esa misma línea de acción, en la Cumbre del Milenio la ONU planteó entre sus metas del milenio para reducir el hambre y preservar el ambiente, reforzar la investigación participativa con los productores de pequeña y mediana escala, ya que éstos son los que preservan biodiversidad, generan empleo y equidad regional. En este contexto, en nuestro grupo de investigación hemos planteado dos líneas de trabajo para contribuir a un desarrollo rural sustentable. Una es la generación de indicadores para evaluar la sustentabilidad de sistemas agropecuarios, y otra, evaluar recursos forrajeros mexicanos que contribuyan a mejorar la sustentabilidad de la ganadería en pequeña escala en comunidades con índice de marginalidad alto.
Respecto al primer proyecto, se evaluó la sustentabilidad del sistema de chinampa y del sistema de producción de leche de pequeña escala en Xochimilco. En ambos casos se analizaron las dimensiones social, tecnológico- ambiental y económica. Resultó que poseen un 63 y 65 por ciento de sustentabilidad, respectivamente, y en consecuencia un 37 y 35 por ciento de no sustentabilidad. Esto indica que hay mucho por hacer, en especial en el ámbito económico en el caso de la producción chinampera, y ambiental en el caso de la producción de leche. En el proyecto de recursos forrajeros, denominado “Recursos naturales y ganadería sustentable” se ha explorado un conjunto de plantas nativas mexicanas, en especial leguminosas, debido a su alto contenido de proteína, como recursos locales de bajo costo que puedan contribuir a mejorar la alimentación de los animales. Dado su carácter productivo estacional (verano) la propuesta que se maneja es recolectar recursos naturales y preservarlos para la época de sequía (enero a mayo). Con los recursos recolectados hemos preparado bloques multinutricionales, complemento nutricional solidificado elaborado en moldes, que contiene rastrojo de maíz, melaza de caña de azúcar, urea, sales minerales, además de cal y cemento como compactantes. Hemos logrado fórmulas sin cemento utilizando recursos locales como el guácimo, huizache, mezquite, xoconostle, pitaya, manzana, camote, plátano, yuca y vainas de leguminosas. Con estos bloques encontramos mejores resultados en ganancia de peso en corderos destetados, lo que ha mejorado la sustentabilidad de los sistemas de producción evaluados a bajo costo.
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