Miércoles 28 de septiembre de 2011, p. 5
El desenlace trágico de la compleja trama de venganza tejida por el mago Próspero, duque de Milán exiliado en una isla-barco, siempre está a punto de desencadenarse en cualquiera de sus varias historias paralelas.
La posibilidad de la tragedia, entonada en comedia y ubicada dentro del romanticismo, se coloca de manera recurrente al límite del despeñadero, en un precario equilibrio que deberá definirse al final de la obra.
¿La disyuntiva? Por un lado, el rencor, la venganza, la ambición, la guerra, la violencia. Por el otro, la toma de conciencia, el perdón, una vida honesta, la paz, el amor. Todos ellos temas universales tanto en el México de hoy como en la Inglaterra del siglo XVII; así lo muestra la puesta en escena de La tempestad, de William Shakespeare, en temporada en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario.
Tal disyuntiva se hizo evidente durante la función de gala del sábado pasado de esta versión, dirigida por Salvador Garcini, traducida y adaptada por Alfredo Michel y protagonizada de manera magistral por el primer actor Ignacio López Tarso, quien al final recibió un largo aplauso de pie por parte del público, entre el que se encontraba el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro Robles.
Escuchar, esencial para el país
Esta versión de La tempestad fue estrenada el pasado día 8 en el teatro Juan Ruiz de Alarcón y concluirá temporada el 20 de noviembre, mes en que cumplirá 400 años de haber sido representada por primera vez, en 1611 (La Jornada/3/09/11).
Una tempestad, invocada por el mismo Próspero con ayuda de Ariel, espíritu del aire, lleva a la isla como náufragos a los enemigos que lo exiliaron con su hija 12 años atrás. En esta historia, la magia, los poderes fantásticos y el contexto mítico estarán al acecho de las debilidades humanas de los personajes, quienes tendrán oportunidad de mostrar si tienen valores y temple para no envilecerse.
Lo anterior, más allá del contexto histórico en que Shakespeare creó La tempestad, considerada por especialistas quizá la última obra que escribió. Y considerada también por algunos como un reflejo, entre muchos otros aspectos, del eurocentrismo colonial de la época.
Una visión eurocentrista que pretendía la superioridad ante una supuesta barbarie de lo diferente, a veces como monstruosidad exótica, que es el caso del personaje de Calibán. Aunque el carácter exótico también incluía a seres y realidades fantásticas, por ejemplo los espíritus y ninfas que Próspero había logrado poner a su servicio.
Sin embargo, es uno de esos espíritus del aire, el de Ariel, el que le sopla al oído a Próspero para decirle que está abusando de su poder y de sus deseos de venganza, y que bien haría en escuchar además la voz luminosa instalada en lo más profundo de sí mismo. Éste, el de escuchar, tema de igual modo esencial en el México de hoy.
Al final de La tempestad, el director de Teatro de la UNAM, Enrique Singer, mencionó los esfuerzos conjuntos en esta coproducción de la máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma Metropolitana y el Instituto Nacional de Bellas Artes, y se refirió a la importancia de esta obra en momentos en que en México existe el riesgo de darle el mismo valor a la ignorancia que a la comprensión.
Luego gritó vivas al teatro universitario y a la UNAM, que fueron rematados por un ¡Goya!
del público. Afuera, en la antesala, durante el coctel, el rector Narro se mostraba satisfecho. ¿Le gustó el montaje?, se le preguntó de manera informal. Mucho
, respondió sonriente.