l teatro para niños en nuestro país, como en otros, ha sufrido muchos cambios, desde el caduco concepto de aprender divirtiendo
que fastidió muchas infancias, hasta lo que en la actualidad se atreve a decir, como el enamoramiento infantil, el divorcio de los padres, la muerte de un ser querido o el matrimonio de dos príncipes homosexuales. Tampoco hay que olvidar la larga secuela de Cenicientas y otras adaptaciones de cuentos clásicos –en general no escritos para niños– que repetían y repetían las mismas historias de una compañía a otra (desde luego, no eran tantas), aunque entre nosotros y desde hace bastantes años, se buscara renovar el género con aportes de escritores como Magda Donato con la versión teatral de sus Pinocho y Chapete. Posteriormente se encomendaron obras a dramaturgos como Sergio Magaña y Emilio Carballido que dieron nuevos giros al teatro infantil, aunque las cenicientas sigan en algunos escenarios con sus galas marchitas por el uso y el desdén a los niños.
La propiedad en los montajes con escenografías y vestuarios muy imaginativos es otra diferencia que hay que tomar en cuenta ante la falta de decoro teatral con que se escenificaron por muchos años las obras infantiles con la idea de que los niños aceptan todo. Emilio Carballido, de gran audacia temática en sus textos para adultos, no tocó en sus obras para niños, casi todos escritos hace muchos años, los temas que ahora se tratan, debido a que era inimaginable hablar a los niños de la reproducción, por ejemplo, o del divorcio, porque por mucho que se fuera liberal, el marco de la sociedad no lo permitía, aunque de soslayo caricaturizara a la familia tradicional, como ocurre en Guillermo y el nagual con esa chistosa madre que resume la falsa abnegación de la madrecita santa, o la grotesca tiranía del padre. La sencillez de la historia hace que a muchos se les antoje anticuada y a lo mejor lo es, pero el dramaturgo tuvo una gran empatía por el público, fuera éste el que fuera, y un gran cariño por los personajes que inventaba por lo que los niños –también algunos adultos– disfrutan enormemente esta historia que les cuenta.
El nagual es una especie de duende de los pueblos campesinos mexicanos que se puede dividir en otros –capaz de rapiña y al que antaño las muchachas que quedaban embarazadas culpaban con la consabida coartada de que se les metió el nagual
. Es, pues, un ser depredador, a veces malvado y temible, y Carballido omite estas dos últimas características para crear una especie de mascota cariñosa y traviesa, con un apetito monstruoso. Guillermo, a quien los padres no le permiten tener mascotas, decide adoptar al nagual, al que esconde en el sótano, dando lugar a escenas cómicas, hasta que al final el niño y sus amigos descubren que puede ser útil la energía que transmite para tener luz, cavar túneles y extraer petróleo. Si alguna moraleja puede tener esta obra de un autor que detestaba las moralejas, sería la aceptación del otro para fincar amistades.
Emmanuel Márquez utiliza la gracia del texto para actualizarlo escénicamente, uniendo de esta manera la simplicidad del texto con un montaje moderno, una escenografía muy audaz e interesante de Jesús Hernández y los títeres, algunos gigantes, de Iker Vicente. Ante un teatrino negro desde donde se manipularán los títeres, un telón dentado –que pudiera representar los dientes del nagual– se abre en algunos espacios grandes como el campo y pequeños como el del comedor familiar –que incluye una trampilla que da supuestamente hacia el sótano– y se cierra en cambios de escena, lo que produce un efecto muy atractivo aunado a la multiplicación de formas de todos tamaños en que se divide el nagual original. Los pequeños espectadores celebran la comicidad de algunas escenas, como la de doña Lola en el sótano ante la cola del nagual y la de don Guillermo ante la trampilla abierta por donde se asoma el huésped no deseado, con los buenos actores que son Horacio Trujillo y Leticia Pedrajo. El desempeño de Juan Carrillo como Guillermo muestra su capacidad corporal y Reiner López y Lizeth Rondero cumplen sin mayor chiste sus roles. El vestuario es de Mary Sol Rodríguez, la música original es de Omar Guzmán y la coreografía de Luis Villanueva.