os datos recientes sobre los descensos en el crecimiento de los sectores manufacturero y de servicios en Estados Unidos; las cifras sobre una disminución en la creación de empleos en el sector privado de ese país, y los indicadores que ponderan caídas en el poderoso mercado interno estadunidense saldaron ayer con el reconocimiento, por parte de las autoridades de la Casa Blanca, de que su economía nacional enfrenta una desaceleración, aunque descartaron el peligro de una recesión. Menos eufemísticos resultan los señalamientos del influyente fondo de inversiones Pimco, cuyo director, Bill Gross, advirtió que la economía estadunidense está estancada
y que la Reserva Federal podría incluso adoptar medidas para contrarrestar dicha pérdida de dinamismo.
Los malos augurios económicos que se prefiguran en el vecino país del norte –y que han provocado un impacto negativo en los mercados bursátiles del mundo y de nuestro país, donde la Bolsa Mexicana de Valores mantuvo por tercer día consecutivo una tendencia a la baja– se suman a las dificultades que enfrentan gobiernos de naciones europeas, como Italia y España, ante los temores de que sus economías se vean en la necesidad de recurrir a planes de rescate como los puestos en marcha en Grecia.
El riesgo de una nueva crisis de escala planetaria no puede descartarse; por el contrario, y en la medida en que el clima económico no mejore, el escenario podría resultar incluso peor que el que se vivió con la crisis financiera de 2008 y 2009, con gobiernos nacionales mermados en su capacidad de paliar, mediante el gasto público y medidas contracíclicas, los efectos devastadores de una eventual recesión. El escenario, en suma, vuelve a poner en evidencia la irracionalidad y precariedad del modelo económico aún vigente en buena parte del planeta, que hace dos años hizo agua como resultado de su voracidad y contradicciones, y que, a pesar de que debió ser reformado hace dos años, hoy vuelve a amenazar los precarios equilibrios en que se sustenta la economía mundial y coloca a millones de seres humanos ante el riesgo de una nueva ruina social.
Al mismo tiempo, las adversidades externas obligan a voltear hacia el punto más vulnerable de nuestro país ante un posible desarreglo económico y financiero internacional: la alarmante dependencia de las exportaciones petroleras y de las remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Una mayor desaceleración en el país vecino podría incidir, en lo inmediato, en una menor demanda de mano de obra extranjera y disminuir con ello el flujo de dólares, que constituye una fuente principal de divisas del país. Asimismo, los temores por una eventual recesión comienzan a reflejarse en una presión a la baja en las cotizaciones petroleras internacionales. Un correlato preocupante de ello, por lo demás, es la reciente estampida registrada en el precio mundial del oro, a la cual el gobierno de México se ha sumado en forma tan entusiasta como poco responsable: la conversión de nuestro país en el principal comprador de ese metal en lo que va del año obliga a recordar que dicho fenómeno constituye un serio obstáculo para la recuperación económica, en la medida en que equivale retirar grandes recursos monetarios que podrían ser destinados a la inversión productiva para buscar refugio especulativo en los metales preciosos.
Es pertinente insisitir que, en la hora presente y ante los atisbos de nuevas turbulencias económicas, lo peor que puede hacer el gobierno calderonista es mantener su postura de minimizar los peligros que eso representa para la economía nacional. La desatención gubernamental a las señales enviadas desde los centros del poder político y económico mundial y a las afectaciones ya registradas en la economía real estadunidense y europea, podrían conducir a un estado de vulnerabilidad económica similar o peor al que concluyó en 2009 con la peor caída del PIB nacional desde que se tiene registro de ese indicador, con la diferencia de que el gobierno se encuentra en una posición de debilidad institucional incluso mayor a la que enfrentó hace dos años. La reiteración de la insensibilidad que mostró entonces el calderonismo para comprender y atender los impactos de una crisis económica severa podría traducirse ahora en un acto de sabotaje por mano propia.