Nadie gana, todos pierden
o hay nada nuevo en la aprobación de un posible déficit fiscal en Estados Unidos (EU) y que sea cubierto aumentando el tope de endeudamiento. El Congreso lo ha hecho sin mayor regateo en numerosas ocasiones, 18 veces durante la presidencia de Reagan y siete en la de Bush, sólo por mencionar algunas de las más recientes. ¿Qué pasó esta vez? Los líderes republicanos han usando como rehén el techo de endeudamiento para imponer una agenda propia. Exigen restringir en forma drástica el gasto público en educación, salud y seguridad social, áreas que benefician a las clases medias y a los más necesitados. En cambio, se niegan a un aumento de impuestos a quienes ganan más de 250 mil dólares, a eliminar el subsidio a las corporaciones petroleras y a gravar las ganancias de capital, entre otros rubros que favorecen a una minoría en el país. Para llegar a un acuerdo, el Presidente ha cedido y redujo algunos beneficios del plan de salud que él mismo aprobó hace pocos meses, lo que le ha valido una dura crítica de sectores que siempre lo apoyaban.
Las consecuencias de una falta a los compromisos de pago de EU son de difícil pronóstico, no se descarta entre ellas una nueva recesión. En ese contexto, el Presidente puede resolver el problema de dos formas. Una es echando mano de una poco conocida parte de la enmienda 14 de la Constitución que lo autoriza a actuar unilateralmente si hay condiciones que ponen en peligro la estabilidad del país. El problema con esta salida, según han advertido sus asesores, es que daría lugar a un litigio que terminaría en la Suprema Corte y en la que Obama no tendría todas las de ganar. La otra es cediendo a las pretensiones de los republicanos, para lo cual tendrá que convencer a sus compañeros de partido para que lo acompañen a su cuasi inmolación política. En ambos casos habrá salvado al país de una crisis, pero habrá perdido toda posibilidad de relegirse.
Lo que se advierte es que en sintonía con la agresiva embestida de los líderes republicanos en contra del gobierno de Obama, el año pasado llegó al Congreso un grupo de legisladores del autodenominado Tea Party, cuyo proceder ha rebasado por la derecha incluso a los más contumaces conservadores. Ahora no pueden contener sus cada vez más irresponsables demandas. Han logrado no sólo poner en peligro la sobrevivencia política de Obama, sino la estabilidad económica del país y, si nos apuramos un poco, de todo el orbe. Todavía no es la ruina del sistema, como lo anunció el presidente venezolano, pero van por buen camino para lograrlo. El daño está hecho, y pase lo que pase la mayoría de los observadores políticos coinciden en decir que todos han perdido.