Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mafias y bandas como forma de gobierno
U

n horror gelatinoso amenaza cada vez más la vida cotidiana. En muchas partes ya no se puede salir a la calle a ciertas horas. Ese toque de queda no declarado marca límites y orienta el comportamiento. En una variedad de esferas, sin embargo, no hay siquiera toques de queda que delimiten lo que podemos o no hacer. No sabemos ya dónde se hallan peligros a menudo mortales.

El deterioro y paulatino desmantelamiento de las estructuras del Estado-nación y la acelerada descomposición de las clases políticas, es decir, el estado de cosas que se generaliza en el mundo y en el que México tiene el dudoso honor de estar a la vanguardia, afecta observaciones e interpretaciones. Las categorías convencionales se quedan vacías; los anteojos a través de los cuales vemos y experimentamos el mundo se vuelven opacos; las evidencias que golpean la mirada no encuentran acomodo en nuestras maneras de percibir la realidad… Miopías y cegueras de esta índole resultan peligrosas ante los riesgos del momento, cuando es imperioso actuar con lucidez y pulso firme.

Según Foucault, la arbitrariedad del tirano es licencia para el crimen: mientras más despótico sea un poder, más numerosos serán los criminales. Javier Sicilia constata un Estado delincuencial, organizado en torno a la impunidad y el parasitismo: Nuestra clase política vive una forma de criminalidad tan impune como la delincuencia que dice combatir; al convertir el fraude en modo de vida y hacer de la depredación, del pillaje y del crimen simples técnicas de gestión, la verdadera diferencia entre el crimen legal y el ilegal sólo es una diferencia de intensidad. (Proceso 1811, 17/6/11).

Intuiciones que hace tiempo considerábamos marginales adquieren de pronto centralidad. Manuel Rozental apunta la mafiosidad cada vez más general. La palabra mafia aludía a una organización criminal específica, de origen siciliano. Se aplicó más tarde a cualquier organización clandestina de criminales y luego a cualquier grupo organizado que intenta defender sus intereses: la mafia del teatro, por ejemplo. Es ya una forma generalizada de organización social y política. El estilo mafioso característico de la maestra no es ya la excepción, sino la regla. En política, abarca desde el último cacique de pueblo hasta Los Pinos; desde el pequeño burócrata, el empleado de ventanilla o el funcionario medio hasta los secretarios de Estado, el presidente y cuadros o militantes de todos los partidos; en la vida social, caracteriza la operación de medios, bancos y grandes empresarios lo mismo que el funcionamiento social en barrios y comunidades alejadas, desde boleros y vieneviene hasta los hombres más ricos del mundo.

Esta condición mafiosa se complementa con la multiplicación de bandas. Hace muchos años la palabra se aplicaba solamente a grupos de gente armada que operaban al margen de la ley. Se usó después para pandillas juveniles urbanas y luego se generalizó para aludir a grupos que se reúnen para robar, asaltar y cometer otros delitos. Es ahora una forma de existencia social. Hay barrios en que un joven no puede sobrevivir si no está afiliado a alguna de las bandas que operan en ellos.

En vista de que el país entero está expuesto a mafias y bandas que operan al margen de todas las normas legales e institucionales, dentro y fuera de los aparatos del Estado, se hace enteramente evidente el carácter monstruoso y disparatado de la guerra de Calderón. Haber convertido un asunto de salud pública en cuestión de seguridad nacional y haberla abordado con aparatos podridos hasta el tuétano, socavados por bandas y mafias, sólo puede explicarse por niveles casi inconcebibles de incompetencia y corrupción, de signo perverso.

Al plantearnos desde abajo y a la izquierda qué hacer ante todo este horror, al pensar cómo enfrentarlo con nuestra propia energía y capacidad organizativa, desde el tejido social desgarrado en que vivimos, no debemos olvidar otra dimensión del asunto: bandas y mafias existen también como signos de resistencia y algunas pueden estar expresando la rebeldía radical de quienes padecen las formas más agresivas y oprobiosas del capitalismo. Entre los inempleables, los jóvenes ninis (ni estudian ni trabajan), las personas que antes se arrojaban al saco de sastre de los lumpen y poco a poco van formando mayoría, están surgiendo grupos que cobran conciencia de la naturaleza del sistema y deciden enfrentarlo. Un artículo notable de Ciccariello y Andrews, Cualquier sinvergüenza puede gobernar, explora esta posibilidad al analizar la huelga de hambre de presos de California (www.counterpunch.org/maher07222011.html).

En esta hora de emergencia nacional, cuando necesitamos actuar con decisión y entereza, debemos reconocer que en esta noche oscura no todos los gatos son pardos.