Los problemas de la fiesta brava hoy: falta de bravura y haber olvidado a la sociedad
esde luego el grueso de los taurinos, no pocos aficionados, buena parte del público y la indiferencia de las autoridades son sus principales responsables aunque los últimos en reconocerlo, pero el principal problema de la fiesta de los toros es hoy, paradójicamente, la falta de bravura en las reses que se lidian en las plazas del mundo.
Concentrados en su fiesta y satisfechos con sus modestos resultados autorregulados, los dichosos taurinos, en teoría conocedores profundos de los secretos de la crianza del toro, de lo que el público quiere, de cómo hacer arte delante de las reses o de los criterios para aprobar éstas en cada función, literalmente se olvidaron del mundo.
Desdeñaron la realidad y a la evolución de ésta, el espíritu de una época posmoderna pero alelada, la proliferación de espectáculos de masas, el uso de los medios de comunicación y la capacitación de espectadores, desestimaron la mercadotecnia, la publicidad, el manejo de imagen y cómo reducir la enorme brecha que se abría entre la fiesta de toros y los países que la avalaron.
Este desinterés arrogante de los taurinos por la sociedad que durante siglos adoptó a la fiesta brava como una de sus tradiciones favoritas, entre otros motivos por la falta de opciones de espectáculo, empezó a tener derivaciones como la aparición de empresarios sin idea del fenómeno taurino y menos de sus exigencias culturales, pero sobrados de protagonismo y de dinero para operar al margen de los resultados, de la tradición, del servicio y del reglamento.
Asimismo, la invasión de nuevos criadores de toros de lidia, que no de reses bravas, ansiosos de aparecer junto a las figuras, de que éstas les toreen sus descastadas reses, triunfen con ellas y den vueltas al ruedo con el flamante criador, quien con tal de sobresalir no tiene empacho en malbaratar un producto de dudosa crianza y escasa emoción, precisamente por la falta de bravura.
Este descenso en el profesionalismo de empresarios y ganaderos condujo a la disminución de los niveles ético, técnico y estético en los toreros, propiciando que los apoderados de las figuras incurriesen en exigencias de toda índole con promotores y criadores, y en una pueril preferencia por lo que hace años bauticé como el torito de la ilusión
, chico, manso y menso pero de una docilidad repetidora que facilita triunfos de relumbrón avalados por los inadvertidos públicos.
Si bien el espectador, que con su asistencia posibilita el negocio taurino, aprueba espontáneamente lo que le gusta y rechaza lo que le aburre, sentir los toros requiere unos mínimos de información y de formación, que empresarios ni ganaderos ni la crítica especializada ni las peñas han logrado proporcionar, contribuyendo con esta deliberada desinformación a la disminución del toro, de la bravura con su emoción correspondiente y de la asistencia de público a las plazas, aficionada hoy a dos o tres apellidos, no a los toros, y con incontables opciones de espectáculos más simples y menos sanguinolentos.
Empresarios sin perspectiva, ganaderos a merced de los que pagan y de los famosos, aficionados que ya bajaron la guardia, una crítica especuladora al servicio de los intereses de los gremios no de los principios que sostuvieron la tauromaquia –bravura en bestias y en hombres–, una sociedad manipulada y seudoglobalizada, unos públicos que exigen emoción a cambio de lo que les cobran, y unos políticos sin idea de la fiesta, salvo del oportunismo estridente, ponen a los alegres taurinos frente a una problemática que nunca alcanzaron a imaginar.
En cualquier caso la disyuntiva es obvia: o los taurinos del mundo, no sólo de México, vuelven los ojos al toro con bravura y a la necesidad de expresión de cada país y empiezan a trabajar en una aproximación seria y profesional con la sociedad que tanto han ignorado, o la bravura
de deportes de alto riesgo, con sangre únicamente humana y sin más crueldad que el masoquismo de los deportistas, acabará con el culto táurico en el planeta. Más que de fuera, a la fiesta brava la amenazan sus claudicaciones internas.