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La imagen desolada en la obra
fotográfica de Juan Rulfo (IX DE X)
En los retratos, con lo buenos, expresivos y bien hechos que son, Rulfo no evitó la convención del personaje al centro y en plano americano, lo cual contrasta con su ambigüedad y lateralización desarrollados en el retrato literario. Sus mejores fotos fueron las de paisaje y las de arquitectura. Su vertiente “antropológica” aportó imágenes decisivas para el acervo visual mexicano, como Encuentro musical y Músicos mixes, Comienzo y fin de la vida, Indígena de Cotzocón, Oax., Espectadores indígenas y mestizos en Ozolotepec, Anciana de Apan, Hgo. y Niña indígena de El Chisme. Mixes, Oax.; sin embargo, dicha vertiente se encontraba más cerca de la Escuela Mexicana de la postrevolución: uno se sorprende al mirar tanta revolución literaria contra ella desde su novela y su libro de cuentos, y una relativa fidelidad fotográfica a dicha escuela en los temas de vertiente indigenista. Es el caso de obras como En la sierra zapoteca, Camino real, Peregrinos o Barbechando la tierra. Zona mixe, Oax.
Los primeros juicios de Benítez y Tibol acerca de la obra visual de Rulfo dieron con los ámbitos fundamentales del autor: coherencia conceptual entre el escritor y el fotógrafo, profundidad en el manejo con la cámara. Cuando Benítez describió los campos resecos, el mundo de campesinos e indígenas, y la desolación de los parajes captados por el lente de Rulfo, verbalizó con antelación el juicio de cualquiera que haya visto sus fotos: “Son muy parecidas a las atmósferas de su literatura.” Son indudables y evidentes el carácter propio de este aspecto de la personalidad artística de Rulfo, así como su insistencia en las atmósferas desoladas, pero sospecho que el juicio acerca del tono personal de su ojo fotográfico está determinado por lo que se sabe de su obra literaria.
Por otro lado, el estilo visual de Rulfo tendió al esteticismo: el fotógrafo eludió los feísmos formales, la presentación de situaciones grotescas o el énfasis en los detalles desagradables; aunque las circunstancias humanas de sus personajes sean la pobreza, la muerte y la explotación, o las circunstancias físicas de sus paisajes sean la sequía, el incendio, el escarapelamiento de las paredes y la tierra sin agua, los encuadres rulfianos buscan las proporciones áureas, el equilibrio de sus elementos composicionales, un completo control en el contraste de todos los planos, el intimismo del blanco y el negro, la gradación expresiva de los grises e impecabilidad en la resolución de las imágenes: su estilo tendió a una especie de clasicismo fotográfico. Muchas de las obras fotográficas de Rulfo no se detuvieron exclusivamente en los contenidos más obvios de la desolación, como arideces, pobrezas, enlutamientos o calles solitarias, pues sus paisajes también están llenos de luz, frondas y agua, así como sus imágenes de árboles se pueblan con juegos de rayos de luz filtrados entre las ramas o con formas misteriosas; es el caso de fotografías como Alicia y Bosque de ahuehuetes en Texcoco.
El carácter fantasmal, melancólico y ruinoso de las fotografías de Rulfo no se encuentra en la obviedad del objeto seleccionado, sino en la tristeza de su mirada, transferida a la cámara y la toma: lo que hace sentir al espectador ese tono peculiar de pesimismo y resequedad es la manera como Rulfo selecciona y encuadra el mundo que registra. Véanse las fotos que Eikoh Hosoe tomó durante un seminario de desnudo en la Ansel Adams Workship, en la zona desértica de Yosemite, California, durante 1974 y 1975: el desierto, las piedras, los árboles moribundos y la arena se volvieron materia erotizada y afirmación vitalista, no un presentimiento de la muerte.
Si en el encuadre que hace el fotógrafo se encuentra el carácter subjetivo y fragmentario de la fotografía, resulta notorio que Rulfo no es un fotógrafo inclinado hacia la crónica, pues sus obras visuales no ofrecen una constancia de las cosas que pasan en el campo y en el medio rural, sino una lectura ambigua que obliga al lector a completar lo que mira en las ventanas ofrecidas a través de la toma. En este punto fue que el instinto cuentístico de Rulfo lo salvó de caer en las concesiones de esa Escuela Mexicana a la que Salvador Novo fustigó con el epíteto de “jicarista”.
Independientemente de la cronología y frente a la indudable calidad de la novela y los cuentos del autor, sus fotos de temperamento indigenista o antropológico funcionaron más como apuntes y notas para lo que él fue escribiendo que el resto de sus temas visuales.
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