Sopla el viento en su frialdad,
los pantalones que penden de los tendederos
se mueven en un caminar de borracho,
las ramas se inclinan en sumisión
al embate húmedo de las gotas
que derramarán ruidos sobre la tierra seca.
No es granizo que cae
son como piedras que rebotan
con sonido a calabaza quebrándose,
son cabezas cayendo,
pegan en el follaje de los árboles,
sobre el techo de las viviendas,
en la mezcla pegajosa de los basureros,
se sumergen en las ollas de guisado ,
buscan abrigo en las hojas de los calendarios,
golpean en los cristales de los automóviles.
Las cabezas siguen cayendo.
Niños juegan entre asombro y ferocidad con ese balón de carne,
sin poder bucear en los ríos caudalosos
o en las alcantarillas
de alguna calle en la que todos viven.
Las cabezas siguen cayendo.
Rebotan sobre la tela de los sentimientos
de los que todavía caminan,
mexicanísima forma de morir y matar bajo el sol,
ruedan y ruedan gritos
desde el reclamo de la angustia.
Todo recién nacido trae una cabeza bajo el brazo.
La sed del asco ha hecho eclipse en nuestro sol humano.
Las cabezas siguen cayendo.
Cada vez cuesta más conciliar el sueño. |