l intento de diálogo que se prepara entre el Ejecutivo federal y el movimiento en ciernes, despertado a raíz de los trágicos acontecimientos del asesinato de seis jóvenes morelenses, tiene que ser repensado. Las pruebas de la cerrazón que emana desde Los Pinos así lo obligan. En esas enrarecidas cúspides del poder se piensa que se tiene la ley, la razón y la fuerza
. Por tanto, ¿dónde, en esa tesitura, puede caber el diálogo propuesto? Ahí no hay resquicio alguno. Sólo un soberbio acto de monólogos, repetidos hasta el cansancio, se podría dar. El camino, se ha dicho hasta la saciedad, está trazado y no habrá marcha atrás, paso lateral o rectificación de estrategia que pueda responder a las angustias de buena parte de la sociedad.
Los anteriores encuentros fueron un espléndido espectáculo para el despliegue de vanidades, cifras sin reposo ni consistencia y simulaciones por doquier. De poco valieron los alaridos de padres dolidos y madres recias que no sólo reclamaron atención, sino lograron imponer la justicia que se les negaba. Ninguno de los funcionarios presentes en esas solemnes reuniones cumplió con su cometido u honró sus promesas. Ninguno de ellos, tampoco, renunció a causa de su incumplimiento. Ahí andan todos orondos o han sido remitidos al extranjero para gozar de exilios dorados mientras la lumbre se apaga sola.
Los pactos que se signaron quedaron en el papel. Los programas iniciados a todo vapor se fueron difuminando para terminar en lirones de cifras dispersas o de poca monta. El Todos somos Juárez es ejemplo señero del manipuleo del oficialismo y las riñas posteriores entre peticionarios ciudadanos. Las maniobras de alto nivel para mediatizar a los protestantes, a los agraviados, a los desesperados, fueron sutiles, abiertas o forzadas, pero en mucho han logrado su objetivo final: neutralizar el paso de la manifestación airada, callejera, a la formación de agrupamientos organizados que penetren hasta abajo y puedan conducir a la sociedad.
El ¡Estamos hasta la madre! que lanzó al aire Javier Sicilia, y que galvanizó el sentimiento colectivo actual de furia, fatiga y dolor de buena parte de los mexicanos, requiere de un delicado tratamiento y visión de amplio espectro al futuro. No debe exponerse a una aventura mediática, aunque sea lucidor para algunos aparecer en Palacio. Reunión que será, sin duda, montada por expertos maniobreros. Tampoco debe prestarse a un intercambio de reclamos y promesas o de enconos personalizados frente a retóricas vacías. Hay urgencia de trabajar arduamente para ir uniendo lo disperso, para recoger iniciativas y solidificar posturas que inciten a la acción. Tiene este movimiento el respaldo explícito de buena parte de la crítica inteligente que se expresa en medios, al menos los escritos. Tendrá, en lo venidero, las oposiciones frontales, las acusaciones sesgadas y las traiciones de aquellos que se sentirán atacados, de los que defenderán privilegios o intereses surgidos a partir del conflicto, del cruento militarismo por la guerra desatada.
La ruta correcta ya se ha visualizado con claridad por algunas mentes con experiencia en estos menesteres. Ir a Juárez, sí. Ir a Juárez a integrarse, a sumarse y ensanchar los cauces de actuación. Hay que asumir que firmar un pacto es un paso y sólo eso. Después, faltará la larga, tediosa marcha por la República sembrando células y para conocer, de viva voz, las dolencias particulares, las minucias, los detalles de la angustia y recoger esos sentimientos de abandono e impotencia que atiborran la vida de muchos.
El primer paso público, organizativo, perfeccionador, no debe darse frente a un hombre, y su gobierno, en etapa terminal. Muy poco, poquísimo puede hacer un individuo que se siente Churchill en sus tiempos de guerra. El señor Calderón habita ya un laberinto de sospechas trasmutadas en fatigas, de rechazos que asolean sus incomprensiones hacia los demás. Pretende, como otras tantas veces lo ha hecho, dar brincos hacia el vacío y escapar de la presión. Hay que recordar sus fallidos decálogos anunciados con grandes vozarrones en Palacio. Nada quedó de sus promesas de ir por reformas de fondo, ni siquiera las famosas estructurales le salieron bien a pesar de coincidir con los deseos de la plutocracia. Ahora, al cuarto para la hora, vuelve a su ritornelo y ofrece vender Pemex. Pura palabrería de un grupo de ambiciosos que pretenden seguir haciendo negocios, no más de eso.
El movimiento, cuando nazca y tenga los arrestos requeridos para la conducción social, tiene que fijar la vista en 2012. Tiene la obligación de inquirir a todos y cada uno de los que pretenden ganar la voluntad ciudadana sobre sus planes de cambio. No todos quieren y podrán enfrentar la adversidad actual. No todos tienen el ánimo transformador ni las capacidades efectivas o los aliados adecuados para asegurar la paz con dignidad y oportunidades para todos. Algunos de ellos, Peña Nieto en lo particular, ya fue a Estados Unidos a prometer, desde ahora y para concitar apoyo, continuar con la estrategia guerrera americana para combatir al narco. ¿Será él ese candidato esperado, el requerido para saldar cuentas, para curar heridas, para responder al movimiento? Hay que saber que el sistema de privilegios exige, para existir y prolongarse, de un entramado de corrupción que permea todos los resquicios de la convivencia. Y la corrupción es la indisoluble pareja de la impunidad, el cemento de las complicidades que atan al poder. No cualquier candidato puede dar garantías de reformar esta tupida red malograda que impide el avance nacional. A eso bien podría abocarse el movimiento en ciernes.