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La Selva Lacandona, reserva del mundo
Reconocen globalmente el espíritu indígena de preservación ambiental

Por enseñanza de sus ancestros, habitantes de la selva Lacandona no cortan árboles ni cazan animales; sobreviven con la venta de artesanías y la agricultura familiar

Enviada
Periódico La Jornada
Martes 17 de mayo de 2011, p. 2

Selva Lacandona, Chis., 16 de mayo. La comunidad lacandona todavía escucha la voz del jaguar. Por herencia de sus padres, desde hace años procura la conservación ambiental de su territorio. No corta árboles, no caza animales, no tiene vacas y su milpa es pequeña. Viven de los escasos recursos que les dejan las artesanías, se alimentan del maíz y frijol que cultivan.

Y si los pobladores han hecho esto por costumbre, a partir de enero se comprometieron formalmente a continuar con la protección a través del pacto por la madre tierra, con el cual el gobierno estatal impulsa la iniciativa de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Evitadas (REDD+) y otorga 2 mil pesos mensuales a la comunidad de la selva Lacandona, constituida por cinco localidades.

Ahora los comuneros no sólo cuentan con ese ingreso monetario que los ayuda a mandar a los hijos a la escuela, comprar insumos para sus actividades productivas o para sus alimentos, sino también tienen vigilancia policiaca a cargo de los mismos pobladores y a cada una de las comunidades se le dotó de una ambulancia. Se busca dar un apoyo integral, dicen funcionarios de la Secretaría de Medio Ambiente estatal.

Un decreto federal de 1972 formalizó la creación de la comunidad lacandona en 614 mil hectáreas. Allí se establecieron los poblados Lacanjá Chansayab, Nueva Palestina, donde actualmente viven 20 mil indígenas tzeltales y está ubicado en la zona de amortiguamiento de la reserva de la biosfera Montes Azules, y Frontera Corozal, con 11 mil indígenas choles.

En 1996 se dio una ampliación de la superficie para sumar 662 mil hectáreas, ya que se incluyeron los predios de Nahá y Metzabok, ubicados al norte de la selva, y que ahora son Áreas de Protección de Flora y Fauna Silvestre.

Las autoridades de estas comunidades afirman que trabajan en la conservación ambiental y se quejan de que sus vecinos entran a las selvas para hacer cacería furtiva o extraer flora, como la palma cola de pescado. Aquí todavía se pueden encontrar especies en riesgo de extinción como jaguar, puma, guacamayas, orquídeas y loros.

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En Nahá, desde que amanece, los hombres piensan en la selva. Dicen que sus padres les enseñaron a cuidarla. Si un árbol desaparece, se debe recuperar. Aún recuerdan los incendios de 1998, que marcaron un récord de desastres en el país. Casi los rozaron. Por eso están alerta ante cualquier señal de un posible siniestro en esta temporada de estiaje.

Un estrecho camino de tierra, con viviendas a los lados, abre paso a la laguna y a la selva. Los hombres con sus túnicas blancas, reunidos en un salón de juntas, empiezan a relatar cómo es su vida en la selva.

Kin García, subcomisario de Nahá, lleva la voz. Explica que cuando supieron que el REDD+ era para cuidar la vegetación, la comunidad decidió participar. Este programa es para cuidar las selvas e intervienen los 52 comuneros. Nos dividimos en grupos para vigilar la vegetación, hacemos recorridos, vamos por un lado, por otro. Si no hay nada regresamos. Mis papás, mis abuelos, nos dejaron como herencia las selvas.

En Metzabok, otra comunidad lacandona, Enrique, el subcomisario, sentado bajo una sombra, desde donde el paisaje son pequeñas viviendas de madera construidas al pie de la montaña, relata que su pueblo tiene la visión de conservar. Si te das cuenta donde no hay vegetación, hay mucho calor. Tenemos más de 20 años de no tumbar. Sí tenemos una zona para sembrar. Vivimos del maíz, yuca, camote. Todo lo que podemos comer.

La iniciativa REDD+ en lo que beneficia es que da apoyo a la gente. Los 2 mil pesos son algo. Sirve para la comida, ropa, zapatos. Para lo que hace falta. Aquí no hay ganadería. Queremos trabajar el turismo. Construir unas cabañas para que visiten la laguna.

Foto
Todos los días los niños que habitan en la selva Lacandona aprenden a respetar y agradecer los beneficios que les brinda la madre tierra. Tanto en la escuela como en sus casas se les inculcan los valores de protección a la naturalezaFoto Angélica Enciso L.

A veces el jaguar camina por la comunidad. No hace nada, cuando ve a la gente se hace a un lado. No ataca. Recuerda que por mucho tiempo se dejó de ver a los monos saraguato y araña, pero ahora hay muchos.

El REDD+ es interesante para la selva y por un acuerdo de asamblea general se dijo que ya que no teníamos ningún beneficio con la conservación, esta propuesta era viable. Se beneficia a 852 comuneros, es bueno para la economía familiar, explica Mariano Díaz, subcomisariado de Nueva Palestina.

La misma opinión tiene David González, presidente del comisariado de bienes comunales de zona lacandona, que representa al conjunto de los asentamientos y también es autoridad en Lacanjá Chansayab, Bethel, y los cruceros San Xavier y Bonampak.

Precisa que ellos están en la reserva Montes Azules y el trabajo que pueden hacer es ecoturismo en las cascadas. Las comunidades viven de las artesanías que elaboran; las mujeres, collares y pulseras, figuras de barro y los hombres flechas.

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Humberto toma el remo con fuerza. Tiene 18 años, pero la expresión de su rostro delata a un niño. Describe el lugar. La laguna de Metzabok es verde. Me gusta más cuando empieza a soplar el viento, después del mediodía, porque se pone azul, como el mar. Aunque no lo conozco, me lo recuerda.

Estudia la preparatoria en Damasco, a dos horas de su casa. A pie o en vehículo, el tiempo que tarda para llegar a clases es el mismo. Usualmente pernocta en la vivienda de un amigo durante toda la semana y regresa el viernes con sus padres. Aquí sólo hay primaria indígena, del Consejo Nacional de Fomento Educativo.

Durante los días que se ausenta de Metzabok extraña a sus padres y la vida en esta comunidad de unas 25 familias. En un recorrido en lancha, presume las riquezas del lugar. Señala unas pinturas rupestres. Nadie sabe desde cuándo están, pero son históricas. Allí se distingue un mono y una figura semejante a un extraterrestre, detalla.

Acostumbrado a la selva, les da nombre a los sonidos que vienen de lejos y a los murmullos que se perciben. Quiere ir a la universidad y estudiar biología o agronomía, porque son carreras con las que puede volver a su comunidad y ayudarla.

En Nahá también es difícil el acceso a la educación. Los 32 niños que cursan la primaria tienen semanas sin clases porque el maestro no va, y la respuesta a la queja que los padres presentaron al jefe de zona que se encuentra en Palenque fue: quién sabe si el profesor vuelva.

Han pedido una secundaria porque los niños deben hacer un recorrido de hora y media al ejido Lacandón, de indígenas tzeltales, y además de la distancia que deben recorrer, los padres quieren un colegio de su propia cultura.

Kin García, subcomisariado de Nahá, plantea otro problema. Si hay enfermo hay que ir a Palenque, porque aquí la clínica está cerrada, el médico no llega todos los días. Ahora hay ambulancia, pero no se puede dar atención. La promesa es que se capacitará a habitantes para que den los primeros auxilios, en casos de emergencia.

La clínica está vacía, sin medicina. Si hay calentura, diarrea, o cualquier enfermedad, no hay con qué curar, se lamenta mientras lo acompaña la mirada de los comuneros que lo escuchan en el salón de juntas.

Su hermano, Kayum Max, expresa que sí, hay problemas, pero la selva tiene mucha riqueza y empieza a enumerar, una tras otras las especies de flora y fauna que aquí se pueden encontrar, hasta que revela que este ambiente le ha servido para sus pinturas.

Desde que se abre la puerta de barrotes de madera para entrar a su casa se ve un caballete con la pintura en la que actualmente trabaja. Es la laguna, la selva, el jaguar, la lancha. De día o de noche. Es todo lo que lo rodea.