Sociedad y Justicia
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Planteles, con mobiliario de los años 70; la dependencia no atiende peticiones: directivos

Escuelas de Iztapalapa, ejemplo de que la SEP abdicó de su deber

Padres reparan sillas, mesas y se encargan de dar mantenimiento a los inmuebles

La situación es efecto de que el Estado descuida lo público, opina investigadora de la UNAM

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Los mesabancos más nuevos en la escuela Lafragua son material de desecho en otros planteles públicosFoto Jesús Villaseca
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de marzo de 2011, p. 35

A las ocho de la mañana, en las escuelas públicas de Iztapalapa, los niños corren hacia sus salones. Alguien no informado de la situación pensaría que es porque tienen muchas ganas de llegar antes a clases, afirma el director Reynaldo Baltazar Díaz, pero no es así. Si los pequeños se apresuran es por una razón: ganar una silla o una mesa acorde con su talla o en buen estado.

Muchos de ellos surgidos de la lucha de los barrios en la demarcación, con casi 2 millones de habitantes, en esos planteles los escolares tienen mobiliario de finales de los años 70. Inservible en la mayoría de los casos, roto, astillado, con clavos salidos que hieren a los niños y parchado con retazos de madera, así está el mobiliario.

Están tan desvencijados, que los mesabancos más nuevos son material de desecho en otras escuelas. Pero en estos planteles esos asientos y mesas son la única opción desde hace años, ante la carencia y el abandono en que los tiene la Secretaría de Educación Pública (SEP).

La dependencia federal sabe que ha dejado de lado su responsabilidad de dotar a las escuelas del equipo necesario. No obstante, manda a los niños a la guerra con muy pocos elementos, advierte Catalina Inclán, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el fondo, añade, esto es reflejo de la protección del Estado a lo privado y del descuido de lo público. Que éste se deteriore, se desmorone, ya alguien lo levantará, subraya.

La profesora María del Pilar Valencia Chávez llegó a la primaria José María Lafragua en 1977. La escuela, recuerda, tenía aulas prefabricadas y se trabajaba en la calle. En el perímetro todavía existía una laguna. Los profesores debían pedir permiso en las casas contiguas para entrar al baño. La comunidad peleó y levantó la escuela, pero todavía hay mesas y sillas de aquel entonces.

Ver las condiciones del mobiliario es como regresar a los años 70 y 80. Los mesabancos son de los que tienen unidos el asiento y la paleta con una estructura de fierro.

Se salen los clavos, las tapas y los asientos están sobrepuestos. Algunos no tienen respaldo o patas. Otros muerden las piernas de los niños, y al ser inadecuados para su estatura deben pasar cuatro horas y media hincados, en cuclillas o trepados en las sillas para alcanzar las mesas. Otros optan por el suelo. También hay quienes prefieren tomar las clases de pie.

En estas escuelas parece que los niños se hacen grandes o pequeños, según donde se sienten. Si por mala fortuna toca una silla pequeña a un niño grande, se ve gigante. Si, por el contrario, a uno pequeño le toca un asiento y mesa grande, se ve empequeñecido.

Este tipo de espacios adversos, tristes y sin estímulo ponen en juego el aprendizaje de los educandos, porque además de ser materiales poco aptos para el trabajo están en abierta contradicción con las reformas que la SEP pretende establecer, ya que se generan distancias entre lo que se asienta en el programa, lo que los libros indican y lo que en realidad se puede hacer en condiciones como éstas, enfatiza Catalina Inclán.

De hecho, la pedagoga considera que las condiciones en que trabajan los menores son una invitación a la deserción escolar y al desánimo de los maestros. Estamos a punto de llorar, porque pensamos que esto no puede seguir pasando. Lo único que veo es que los chavos no tienen asientos, lamenta el director de la primaria José María Lafragua, Reynaldo Baltazar Díaz.

Luis Javier Rodríguez, alumno de sexto año, dice que diario debe luchar por un bien que necesitamos. Todos entran corriendo para ganar una silla grande –en su caso–, y por eso llega a haber peleas. Nos decimos cosas y la que tiene la culpa de todo es la SEP, porque su responsabilidad es atendernos y darnos una buena educación, ya que eso es en beneficio de todos.

En uno de los grupos de segundo año, Edén Tejeda ya sabe que tiene que cuidarse de los clavos de su mesabanco. El pequeño expresa sus deseos: Me gustaría tener una banca azul y que la de atrás también fuera azul, nueva y con cajón. Y que tenga un respaldo más alto. Pero mi banca se balancea, y todas hacen lo mismo.

Su maestro, Gregorio López, comenta que con frecuencia los alumnos le dicen que se les encaja un palo. Yo les digo que no, que se llaman astillas. Añade que cuando era niño tenía los mismos mesabancos de sus alumnos, pero con la diferencia de que en aquel entonces eran nuevos y servían, pero ahora no se puede trabajar en equipos. Existe la sensación, añade Catalina Inclán, de que los autores de los libros de las recientes reformas “nunca conocieron la realidad de las escuelas.

“Además –continúa– hay mucha impotencia de los padres”, porque realizan las funciones de la SEP en cuanto al mantenimiento de los planteles. La señora Angélica Pérez Arteaga, madre de una alumna de la primaria Herminio Chavarría, dice que los paterfamilias la hacen de carpinteros, pintores, reparadores y cualquier otro oficio para subsanar la deplorable situación en que sus hijos toman clases.

Atenco Téllez Marcos, de quinto B, dice que él trabajaba hincado o en una silla sin paleta, y me costaba mucho trabajo escribir y leer. Un día su profesora le comentó que quería ver a sus padres. Entonces su papá acudió a la escuela, se llevó la silla averiada y tardamos como una semana en componerla.

Con 770 estudiantes en el turno matutino y 670 en el vespetino, el director Óscar Rosas Altamirano señala que desde que llegó a ese cargo –en 2006– ha realizado las gestiones ante la SEP para contar con mobiliario digno, pero a la fecha sigue en espera. Por ello pidieron a otras escuelas que les regalaran los muebles que iban a desechar Y así fue. Hace cinco años recibieron unas mesas trapezoidales y en 2008 otras de plástico.

En la escuela Bruno Martínez la historia se repite. La directora del turno vespertino, María de los Ángeles Pérez Vega, asegura que les donaron mobiliario de otros planteles. Muchos mesabancos estaban desde que se fundó el centro escolar, es decir, hace unos 30 años.

A eso se añade otro problema: exceso de nidos de palomas, cuyo excremento ocasiona infecciones en la piel.

El costo de no contar con condiciones dignas es muy alto. Es como decirles a los alumnos resígnate a tu escuela. Después, a tu comunidad. Más tarde, al trato que recibes en el hospital y te vas resignando permanentemente, porque no existen mecanismos para decir basta, lo cual conlleva a la pasividad, alerta Catalina Inclán.