Lunes 14 de marzo de 2011, p. a42
Fue como un sándwich de aburrimiento entre dos capas de emoción. La belleza y la alegría de la yucateca Lupita López, y la enjundia y el oficio de la española Mari Paz Vega, iluminaron la etapa inicial de la corrida en honor del Día Internacional de la Mujer, y de nuevo el encanto de la peninsular mexicana y el ángel de la michoacana Hilda Tenorio volvieron a conmover a la gente durante la lidia del sexto toro y el inicio de la faena muleteril del séptimo. Pero lo que hubo en medio...
La nula bravura del tercero de la tarde, que salió buscando una grieta para escaparse; la obsecuencia del juez Jorge Ramos (a) Ramitos, que debió devolverlo al chiquero y lo mantuvo en escena para no contrariar al empresario, y el papel decorativo del apoderado José San Martín, que nunca le dio un consejo, conspiraron para que Hilda Tenorio se pasmara ante el primer enemigo de su lote, rajado y huido, al que insistió en llevarse a los medios –¿para qué?–, cuando los cánones ordenaban que lo cerrara en tablas y le diera lidia de manso, como tenía que ser.
No menos inepta se vio la persona encargada de asesorar a la peninsular europea, quien después de matar de una señora estocada al segundo de la tarde –hazaña que le valió una merecidísima oreja, pero que Ramitos, con su habitual ramplonería, opacó al concederle otra, que exigían histéricos los villamelones–, permitió que su segundo enemigo no fuera picado, gracias a lo cual el morlaco llegó al tercer tercio tirando más cuchilladas que las aspas de una licuadora en el proceso de moler jitomate.
Y como Vega, nada tonta, lo despachó de un sartenazo, el aburrimiento siguió y se prolongó durante el quinto de la tarde, un bicho raro, con los pitones en forma de hexagrama chino, al que Tenorio, espantosamente vestida, no logró pegarle un solo muletazo memorable, como el que en cambio le dibujó, templándolo con extraordinaria pureza, al de regalo, que recibió en los medios para zumbarle un péndulo que ahí queda y fue sin duda lo mejor del festejo.
Pero si la corrida feminista se distinguió, entre otras cosas, por las pifias de los apoderados, el de Lupita no se quedó atrás, pues cuando la linda norteña –Mérida queda al norte del DF– se tiró a matar al sexto de la tarde, y lo hizo dando los pechos al volcarse sobre el morillo, la espada sólo caló al bovino. Lo que procedía era suministrarle una segunda ración de acero, pero en lugar de eso, Lupita dejó pasar demasiado tiempo, y cuando finalmente empuñó la toledana y la clavó en buen sitio, matando a su enemigo, Ramitos ya estaba tocando el tercer aviso.